GENERACIÓN 'PANDEMIAL'

Parir con mascarilla

La crisis del coronavirus ha sumado miedos y soledad a los ya intrínsecos a algo tan vertebrador como la maternidad.

Dos mujeres que dieron a luz en este aciago 2020, tras un embarazo confinadas, comparten su experiencia. 

29 12 2020 - Sant Celoni - Aida Soto i Josep Puigdefabregas con los mellizos Gala y Artal y su hija mayor Abril - Foto Anna Mas

29 12 2020 - Sant Celoni - Aida Soto i Josep Puigdefabregas con los mellizos Gala y Artal y su hija mayor Abril - Foto Anna Mas / Ferran Nadeu

Helena López

Helena López

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En el momento de los pujos se la bajó. No fue por rebeldía, sino por instinto de supervivencia. Sentía que se ahogaba. “Me venía abajo, me mareaba y me la bajé”, recuerda al teléfono mientras calma en el pecho a uno de sus mellizos. Nadie le dijo que podía hacerlo, quitársela, pero tampoco le pidieron que se la subiera. Pese a la inmensidad de su gesta: parir a dos niños de casi tres kilos cada uno en medio de una epidemia mundial, Aida es una mujer menuda. Antes de quedarse embarazada pesaba 49 kilos y con los vómitos que la martirizaron durante las primeras 20 semanas de gestación se quedó en 43. 

Nada más terminar de parir, se la subió ella misma.

Narra su experiencia sin ponerse medallas, pese a merecer Copa, Liga y Champions. Comparte detalles pequeños, pero que se le quedaron marcados, como que no les dejaran entrar al hospital la ropita que habían preparado para la primera puesta de los pequeños. Gala y Artal nacieron el 21 de julio del 2020, el año en el que se paró el mundo. Tan pequeñitos y ya forman parte de una nueva tribu urbana bautizada como los ‘pandemial’. 

El embarazo de Aida fue tan complicado que con el estallido de la pandemia ya llevaba tres meses semiconfinada, haciendo todo el reposo que podía; así que el hecho de no poder salir le afectó relativamente. Lo que sí giró como un calcetín su convalecencia fue el cierre de la guardería de Abril, su hija mayor. No era lo mismo descansar sola en casa que con una niña de P-2 encerrada, con todas las ganas del mundo de jugar y que no entendía por qué su madre no se levantaba de la cama. “La parte positiva -siempre le gusta buscarla-, es que por suerte mi marido teletrabajaba y eso lo hacía más llevadero todo”.  

Aida Soto con sus mellizos, Gala y Artal, y su hija mayor, Abril.

Aida Soto con sus mellizos, Gala y Artal, y su hija mayor, Abril. / ANNA MAS

La primera vez que Aida -nacida en Arcos de la Frontera hace 31 años, en Catalunya desde hace una década- se dio cuenta de la gravedad de la crisis fue en la primera eco de control una vez declarado el estado de alarma. “Encontrar el hospital vacío con las sillas precintadas me impactó muchísimo. Cuando lo ves en la tele parece que esté lejos, pero ahí estaba”, relata. Las rondas vacías al regresar del hospital y los Mossos d’Esquadra parando a los vehículos y pidiendo justificantes también le ayudó a hacerse una idea. En el coche, los tres -los cinco, en realidad, Gala y Artal viajaban en su vientre- ya que en lo más crudo del primer confinamiento no podían dejar a Abril con nadie (su madre, además, vive en Cádiz). Ella subía sola al hospital y su marido se quedaba abajo, dando vueltas a la mayor en el coche.

Empezó a preocuparse por el parto el día que, a los ocho meses de embarazo, acudió al CAP a ponerse la vacuna de la tos ferina. “La enfermera no me dejó ni sentarme. Yo, que soy de tener la presión baja”, señala. Ahí pensó que si el protocolo era tan estricto para una vacuna, qué no pasaría en el parto. Preguntó y le respondieron que no sabían. El protocolo variaba cada día. 

Llegó la semana 39 y el parto. La primera barrera fue que no dejaron entrar a su marido con ella. Cuando finalmente entró, vestido con el EPI, no le reconoció. “Le confundí con un médico, tan tapado”, recuerda entre risas, con la simpatía que caracteriza.

Mireia Mora sonríe a su pequeña, nacida este mes de agosto.

Mireia Mora sonríe a su pequeña, nacida este mes de agosto. / Ferran Nadeu

A Mireia la pandemia la cogió saliendo del primer trimestre del embarazo. En ese momento dulce en el que suelen desaparecer las molestias de las primeras semanas y la criatura se empieza a sentir y el cuerpo aún no pesa demasiado. “Me había preparado mentalmente para sentirme sola, para no poder hacer según qué cosas que hacía antes de ser madre, pero el covid ha sido un extra muy heavy”, se sincera. Además, Mireia, como tantas otras embarazadas y madres recientes, lleva desde marzo haciendo un confinamiento muy estricto. “Teníamos claro que queríamos que los abuelos pudieran ver a la niña, y también que si los abuelos entraban en la burbuja no podía entrar nadie más, ya que nadie hace burbujas estrictas”, apunta.

50 días sin salir de casa

Mireia se pasó 50 días sin salir de casa. “Ni a comprar el pan. Le pregunté a la comadrona y me dijo que no hiciera”. Solo salía para las ecografías -imposible hacerlas de forma telemática-, y para la única visita presencial con la comadrona, la de la derivación al hospital, ya en agosto, a pocos días de parir. “Lo que llevé peor durante el embarazo en confinamiento no fue tanto pensar que nos podría pasar algo, sino la desatención. Una visita telefónica no puede sustituir a una visita presencial”, critica. “A las embarazadas a las que nos pilló el primer confinamiento estricto en Catalunya no nos tenían como población de riesgo. El Ministerio, sí, pero en Catalunya, yo. Cuando empezó la desescalada yo salía en la franja de los abuelos porque no se estableció ninguna franja para nosotras. Yo salía en la franja que me sentía más segura”, prosigue.

Mireia Mora coge en brazos a su hija, nacida en agosto.

Mireia Mora coge en brazos a su hija, nacida en agosto. / Ferran Nadeu

Su crítica no es -o como mínimo no solo- hacia los profesionales, sino hacia el sistema, que ha demostrado (otra vez) que aquello de poner la vida en el centro está todavía a años luz. “Nos dicen que nos pidieron que no fuéramos al CAP para protegernos a nosotras, pero se tenía que haber mantenido un equilibrio entre la salud física y la emocional. Si los CAP son focos de contagio se podían haber habilitado otros espacios para entender presencialmente a las embarazadas. Los colegios y los centros cívicos, por ejemplo,que en aquel momento estaban cerrados”, señala. “Es evidente que faltan recursos de todo tipo”, prosigue. Y da un ejemplo que puede parecer menor pero es muy representativo: en el curso de preparación al parto online la comadrona no sabía usar el Zoom, no tenía el equipo adecuado y no había adaptado un material a las nuevas circunstancias. Las tuvieron 20 minutos haciendo respiraciones por Zoom.

Ese sentimiento de abandono durante el embarazado se ha agudizado tras el parto. Antes era solo ella, pero ahora también es su criatura. “No puede ser que anulen visitas a bebés tan pequeños, que les tengas que perseguir tanto para que les vean, pelearte con el sistema informático…”, reflexiona. “Durante los primeros meses lo podía entender, pero ahora ya no. Igual que han abierto los colegios porque eran necesarios, tienen que volver todas las visitas presenciales y dejar organizar grupos de lactancia o crianza. Hay muchas mujeres a las que lo telemático no les sirve”, concluye.

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