Solidaridad en la crisis del coronavirus

La lista de Aziz: "El invierno va a ser malo, mucha gente no come"

Senegalés, albañil sin trabajo, ayuda a vecinos tan pobres como él, a los que el paro ha dejado sin comida. El cuaderno en el que anota sus nombres no para de llenarse

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undefined54766794 madrid 28 08 2020 coronavirus covid 19 la lista de as s 200904194506 / JOSÉ LUIS ROCA

Juan José Fernández

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Más o menos a las 12, cada día se arremolinan personas con bolsas vacías ante una pequeña puerta de dintel pintado de rojo, amarillo y verde. Llegan como si fueran a la compra, solo que el local que visitan no es una tienda, ni nadie ahí les pedirá dinero por unas patatas o un paquete de arroz.

La cola no es precisamente animada. Apenas se desatan charlas entre los hombres, muchos de en edad más que de jubilación, o las mujeres, muchas con hiyab o peinados latinos. Inmigrantes y españoles que esperan comparten el mismo estado: quizá tienen para pagarse el techo, pero no les llega para comer.

Sentado en la puerta coloreada con la bandera de Senegal, Aziz Diouf, de 42 años, inscribe a quienes vienen en una, y después entrega alimentos en silencio, serio, metódico, a musulmanes, cristianos, hindúes o ateos, saludando acaso con un breve "salam aleikum".

Y en los ratos muertos, Aziz teclea en su móvil. Tal como pronuncia su lema del perfil de Whatsapp, se diría que está 

Aziz era albañil, pero se reconvirtió: de colocar ladrillos a repartir comida

enamorado de su hambre. Es un resbalón fonético, casi un juego de palabras. "J’aime ma famme", en francés, significa "amo a mi familia", pero en su acento senegalés de Touba suena cerca de "J’aime ma faim", que sería el eslogan de un adicto a la pobreza.

Para nada. El senegalés Aziz combate al hambre. Era albañil, y trabajaba en la obra de unos pisos en el sur de Madrid, pero la pandemia le dejó sin empleo. En marzo, confinado con otros senegaleses tan parados como él, decidió ayudar. En junio, la pobreza ya había crecido tanto en las calles que Aziz se reconvirtió: de colocar ladrillos por un salario a repartir comida por nada.

Cuaderno rojo

En una destartalada silla de oficina, Aziz espera cada día de nueve de la mañana a ocho de la tarde a que lleguen vecinos a pedirle alimento. Su reino, en pleno barrio madrileño de Lavapiés, es un bajo de apenas 20 metros donde la Asociación de Inmigrantes de Senegal (AISE) abrió una escuelita de español que el covid-19 ha obligado a convertir en almacén de alimentos.

En la penumbra del recinto se apilan paquetes de macarrones, de lentejas y arroz, envases de leche y cajas de verduras que durarán allí dos días. Cuando la generosidad de gobiernos y tenderos va bien, los montones crecen hasta el nivel de unos cartelitos de "buenos días" y "buenas noches" y unas letras en árabe y uolof que, en los días felices sin mascarillas, algún docente escribió en la pizarra.

Aziz saca un manoseado cuaderno colorado de espiral. "Aquí hay mucho dolor", comenta. Por el papel cuadriculado, nombradas a bolígrafo con letra apretada y picuda, desfilan cientos de personas que necesitan comida. Hay nombres árabes, latinos, alguno eslavo. Y la lista de Aziz no para de crecer.

Impresiona el pasar de las páginas, una, otra, otra, llenas de nombres. Aziz es meticuloso como un contable. Cuando viene un necesitado, se cala unas gafas de leer, pide el DNI y anota. Después, con ayuda de su amigo Lay, de Tuba como él, echa en la bolsa unas patatas, unos espaguetis, o un puñado de tomates que algún comercio desechó por feos, y unas cebollas lustrosas que se quedaron sin vender.

La ciudad invisible

Ameniza la espera una emisora en uolof que Aziz sintoniza con el móvil. Sus extrañas palabras y su música rebotan por las fachadas de Lavapiés. Aziz mira a la calle y calcula: "El invierno va a ser malo. Mucha gente no tiene nada. No puede pagar la casa, no puede pagar luz, no puede internet, no come".

Madrid y Barcelona son ciudades que bracean en la crisis, entre sombras de ruina y luces de recuperación. Pero por

Cada día el Ayuntamiento de Madrid atiende a 88.000 personas necesitadas. El de Barcelona cuenta a 44.463

debajo de la creciente vida de sus calles se extiende día a día otra ciudad, una silenciosa urbe de gente arruinada, que antes tuvo trabajo, a la que se le han ido acabando los ahorros desde marzo para acá. Son vecinos que en sus colmenas tratan de disimular como pueden su pobreza hasta casi hacerse invisibles. Afloran cuando ya no pueden más.

Cada día el Ayuntamiento de Madrid atiende a 88.000 personas necesitadas de alimento, según fuentes municipales. Les dan un tupper, o les ayudan a través de contratas para comedores de emergencia o donan a entidades como AISE. En Barcelona, desde que empezó la crisis, los servicios sociales municipales aumentaron un 192% las comidas distribuidas. Eso fue en la fase más crítica. Ahora la demanda es de un 88% más que antes del coronavirus.

Las personas atendidas con alimentos en Barcelona son 44.463, cuenta el Ayuntamiento. Con los ochenta y ocho mil pobres de Madrid juntan más gente que la que empadronan algunas capitales de provincia.

Para no estigmatizar a los necesitados y evitar la humillación, el Ayuntamiento barcelonés organizó las Comidas a Domicilio. En Madrid, con la misma intención han lanzado la Tarjeta Familias, que funciona como cualquier visa de crédito, válida en todas las tiendas.

En los consistorios arranca un aparato circulatorio de ayudas en cuyo final hay capilares pequeños y finos como Aziz. Durante la fase I de la pandemia, la de los abuelos muertos, los vecinos salían a los balcones a aplaudir a los sanitarios que luchaban contra el virus. En esta fase, la del paro y la pobreza, no hay aplausos para esta gente que palía la onda expansiva del hambre en los barrios. Quienes vienen a ver a Aziz guardan un silencio de cemento; apenas tienen ganas de dirigir una mirada de gratitud.

Muchos viejos

En la hilera, apoyado en un bolardo, espera Bakhir, marroquí de 68 años, uno de los de la lista del cuaderno rojo. Bajo la visera de una gorra azul mueve ojos esquivos. No le gusta tener que pedir comida. De joven fue profesor de gimnasia, cuenta. "Vengo porque en mi casa hay dos familias. Nadie trabaja, y vivo con una persona de 85 años", explica.

Bakhir, superviviente de la Covid-19, solo dejó de ayudar en casa durante 15 días, cuando estuvo enfermo. "Es que soy diabético también…", relata. Desde que emigró a España nunca había estado en un hotel. Al final el virus le procuró la estancia en uno, medicalizado, dos semanas de abril.

Calcula Aziz que ya ha hecho "dos mil y pico" apuntes en su lista. De la pobreza inusitada del barrio, otrora castizo y hoy multicultural, le llaman la atención los mayores. "Hay personas muy viejas aquí –dice señalando su listado-. ¡Hay una señora de 92 años!"

También le llama la atención a Alberto, manchego que ha guardado cola por una bolsa de lo que toque hoy. "Hay mucha gente mayor necesitando comida. La veo cada día", asegura.

Alberto, número X en la lista de Aziz, tiene que venir a por comida pero está contento: ni él ni nadie de los suyos se han contagiado. Solo sabe de un fallecido, "una tía mayor", de la parte de la familia lejana que se fue a Barcelona.

La cola ha de hacerse a un lado porque ha llegado una furgoneta de comida donada por la Comunidad de Madrid. Trae cajas de tomates, uvas, patatas y basancé. Así llaman en uolof a las berenjenas. Lay sale a descargar. Le ayuda El Hadji, presidente de la AISE, un hombretón de 63 años que se ha traído también a un sobrino para la faena. Charlando entre caja y caja, El Hadji enseña otra palabra africana: Dimbilente, solidaridad. "Ninguno de nosotros estamos contagiados", cuenta como refiriendo un milagro.

Aziz, con sus gafas de leer, levanta la vista de su lista y relata: "La gente necesita arroz, espagueti, aceite, macarrones, lentejas, leche también, y de niños pañales. Mucha gente viene a preguntar ¿tienes pañales? La gente que viene aquí te dice: ‘No tengo nada en mi casa, no tengo dinero, no tengo comida, mi hijo no tiene comida. Cuando me dicen eso, yo…" Y ahí Aziz se calla y se queda mirando de frente.

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