NUEVA OLEADA DEL CORONAVIRUS

Décadas de virus latente en L'Hospitalet

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Carlos Márquez Daniel

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Imaginen un bosque descuidado. Lleno de maleza, con árboles caídos por culpa de un temporal del que ya nadie se acuerda. Sin cortafuegos y sin apenas accesos abiertos para poder actuar desde el interior en caso de incendio. Añadan a esta distopía un tipo que conduce junto a ese polvorín y que lanza una colilla por la ventanilla. Ese monte es hoy L’Hospitalet de Llobregat. Y ese fuego es el brote de covid-19 que ha dejado al descubierto las carencias de unos barrios que concentran muchas de las miserias contemporáneas. "Somos víctimas -rezan los vecinos- de la mala planificación urbanística, social, económica, cultural y de política de vivienda, y el coronavirus no ha hecho más que poner de relieve el problema". Décadas de virus latente. El ayuntamiento se defiende: asegura que ha hecho lo que ha podido con un legado "descontrolado".

La centenaria plaza de la Espanyola tiene todo lo que uno espera de una plaza. Tres bares, panadería, tienda de chucherías, banco, fuente, venta de lotería, colmado, bazar, pinos, plátanos, perales y parroquia, la de los desamparados. También zona de juegos infantiles y un cartel que prohíbe jugar a pelota. Tiene guasa el letrero, porque este es uno de los escasos espacios públicos de la Torrassa, y por ende, uno de los pocos lugares, amén de los patios escolares, en los que los chavales pueden ir arriba y abajo tras un balón. El brote de coronavirus detectado en estas calles, y también en las de la Florida y Collblanc, siempre por encima de la vía del tren, que es también un salto de clase social, no ha hecho más que poner de relieve, según relata la periodista y vecina Montse Santolino, "el problema grave de desigualdad y lo mal que se ha hecho la integración de comunidades migrantes que ya forman parte del tejido de L'Hospitalet". "Aquí apenas se habla de inmigración", se queja. Tendría sentido que se abordara, si es que no se hace ya, si se tiene en cuenta que el 31,6% de la población nació en un país extranjero, sobre todo de Suramérica. ¿Es eso un problema? ¿Y qué tiene que ver este crisol de civilizaciones con la pandemia? 

Problema enquistado

Volvamos a la plaza para entenderlo mejor. Casi todos los paseantes llevan mascarilla. Y si no es el caso, un par de vecinos, esos policías de balcón que ahora surcan las aceras, les piden que se la coloquen. En un par de ocasiones, el chico se niega y da comienzo una discusión que termina con una referencia al lugar de origen del infractor. "Y si no te gusta, te vas a tu país" y "esto es todo culpa vuestra" son los reproches que escupe el 'sheriff' sin placa, ante la atónita y silenciosa mirada de los que pasan por ahí. Es como aquello de 'qué pone en tu DNI', pero con más mala leche. Francisco Rubio, miembro de la cooperativa La Fundició de la Florida, admite que hay un "uso muy intensivo del espacio público por parte de ciertas comunidades", algo, prosigue, que ya hacían los emigrantes españoles hace 40, 50 o 70 años. "Se criminaliza que las familias de determinada procedencia estén en la calle cuando el problema es que faltan precisamente espacios públicos para que puedan repartirse mejor y hacerlo con seguridad".

Un agente cívico que hace ronda por la Espanyola muestra una foto que tomó hace unos días en una calle del barrio en la que se ve a decenas de vecinos departiendo mientras los niños juegan. "Hay muy poca concienciación en estos barrios", sostiene, señalando que eran dominicanos. Santolino y Rubio, y también Cesar, de la plataforma Defensem el Castell de Bellvís, coinciden en que lo sucedido estos días es el resultado de un diseño precario de los barrios, de una mala planificación histórica desde todos los puntos de vista. Y de un "enquistamiento del problema que ha generado estigmas en función del lugar de nacimiento".

A todo ello hay que sumarle que muchas personas residen en infraviviendas, que familias distintas se ven obligadas a compartir piso, que muchos locales sin cédula se han reconvertido en hogares, que son multitud los que en estos últimos tiempos han perdido el empleo. "La gente salió del confinamiento como un toro desbocado, sobre todo los adolescentes, porque sus condiciones de vida eran penosas. No se permiten reuniones de más de 10 personas cuando en muchas viviendas de L'Hospitalet se supera de largo esa cifra. Por eso aquí la gente hace mucha más vida en la calle", resume Montse, que también lamenta que el consistorio no haya buscado interlocutores válidos entre las distintas comunidades de la ciudad. 

Sin futuro

Todo esto sucede en unos barrios con la autoestima bajo mínimos. "Se ha ido generando la sensación de que estos son distritos sin futuro, que hay que salir de aquí como sea", apunta Montse. "A la Torrassa va a parar la gente más vulnerable, que convive con los que llegaron hace décadas y ya se han hecho mayores. Yo tengo 45 años y un poco la idea de progreso que se nos inoculó es que hay que marcharse del barrio", añade Francisco. Subyace, comenta este vecino, una cuestión de aspiraciones y de frustración: "Las clases dirigentes han intentado medianizar a la clase trabajadora; la gente joven no se reconoce como clase obrera y tienen aspiraciones de estatus de clase media. Los que se han quedado en el barrio y los que han tenido que regresar viven con gente más pobre de lo que ellos aspiraban a ser, y se ven compitiendo con ellos por recursos cada vez más escasos". El hambre y las ganas de comer. 

Jesús Husillo es el concejal de Igualdad y Bienestar Social del gobierno municipal liderado por la alcaldesa Núria Marín, que en las elecciones del año pasado revalidó el cargo con mayoría absoluta. Desvincula el brote de coronavirus de la alta densidad de población de los tres barrios afectados (una de las más elevadas de Europa, con 77.000 personas por kilómetro cuadrado, por ejemplo, en la Florida, cuando la media de Barcelona es de 16.000) y recuerda que las cifras de infectados son similares a las registradas en el Eixample Esquerra también en fechas recientes. Sostiene que en los primeros brotes de la primavera, la zona sur de L'Hospitalet marcó índices por encima de estos vecindarios sitos por encima de la vía del tren.  "La densidad es un factor que puede ayudar a la expansión del virus, pero no es el único".

La nueva Igualada

Los vecinos no entran en la polémica de las causas, pero sí afean, como hace Cesar, "que se haya permitido el problema de la superpoblación sin un proyecto para evitarlo". "Más bien ha sido lo contrario, porque no se ha parado de construir". Husillo lo confirma, aunque concreta que las nuevas promociones no están situadas en estos barrios tan congestionados, sino en las zonas con margen de crecimiento. Respecto a la falta de espacio público, apunta que la configuración de esto barrios es anterior a la época democrática. Es decir: todo esto ya estaba. "Nosotros nos encontramos este descontrol y esa realidad, en cierto modo, aún se mantiene". Sobre la sensación compartida por Montse, Cesar y Francisco de que en la Florida, Collblanc y la Torrassa se ha hecho más bien poco, el edil niega la mayor y recuerda que años atrás se impulsó el "plan de barrios que, desgraciadamente, el Govern dejó de lado". Y sobre la falta de espacio público, explica que en las últimas décadas se han abierto las plazas del Vidre y de la Sénia.

Husillo rechaza que L'Hospitalet sea considerado "la nueva Igualada", en el sentido de convertir el municipio en epicentro de la segunda oleada de la pandemia. Admite que aquí llueve sobre mojado, que "a perro flaco todo son pulgas". Y que aunque el espacio público escasea, no tiene la sensación de que la ocupación de la calle "haya sido más importante en estos barrios que en otras zonas del ámbito metropolitano". El concejal se refiere a la cantidad. Los vecinos, en cambio, parecen hablar de calidad. 

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