La nueva normalidad

La costa catalana afronta con civismo las medidas anticovid

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zentauroepp54079077 soc llafranc200711174641 / David Aparicio

Óscar Hernández

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El camino de tierra entre el aparcamiento de la casi virginal playa Castell, en Palamós, y el mar se hacía interminable a pleno sol este sábado 11 de julio por la mañana en el primer fin de semana de vacaciones para muchos. Pese al calor, la inmensa mayoría de los bañistas bajan hacia la arena con las mascarillas puestas. Más de un kilómetro andando, cargados de niños, toallas, neveras portátiles, flotadores y sillas. Y con la boca y la nariz tapadas. Un día después de la obligatoriedad de la mascarilla al aire libre, independientemente de la distancia del prójimo, parece que todos la acatan. En esta y el resto de playas visitadas por este diario, el civismo ganaba al coronavirus, aunque también había quien se saltaba las normas.

Ramón Fernández, de 40 años, vecino de Salt, camina por el sendero hacia la playa Castell. Él, su mujer y los dos niños llevan mascarillas. "Es un engorro, pero es necesario. Preferimos llevarlas puestas ahora que estar confinados más adelante", explica. "La verdad es que da respeto ir ahora a la playa, pero lo hacemos por los niños", apuntaa la mujer. Y entonces él comenta las virtudes de los tapabocas que lleva toda la familia. "Es que yo fabrico estas mascarillas. Tengo una empresa de estampación y empezamos a hacerlas para personal sanitario y ahora hasta las hacemos de diseño personalizado", dice orgulloso.

"Veo temerosa a la gente"

Ya cerca de la orilla les esperan unos amigos. La playa Castell esta este sábado más o menos a medio aforo. Parace más llena porque todos los pequeños grupos y parejas mantienen las distancias entre ellos. Y hasta un vendedor de cocos aparece con mascarilla. "Hace 40 años que vengo a esta playa y la principal diferencia este verano es que la gente parece temerosa cuando te acercas", cuenta Diego 'El Coquero', de 82 años y vecino de Palafrugell, poco antes de las doce del mediodía, cuando se cierra el aparcamiento para que no se acumule más gente en esta bonita playa que un referéndum libró de la urbanización.

Precisamente en Palafrugell, el pueblo de El Coquero, solo unos kilómetros más al norte, están algunas de las playas más codiciadas de la Costa Brava, entra las que destaca Llafranc, que hace unos días tuvo que cerrar por exceso de bañistas. "Este año tenemos todo el día a 10 agentes cívicos en nuestras playas que cuentan las personas que entran y salen y así sabemos el aforo. A veces hay colas esperando que salga gente", subraya Josep Piferrer, alcalde de Palafrugell. "Algunas playas son pequeñas y cuando me dicen que pongamos una persona cada 12 metros cuadrados, yo les digo que en cada metro ponemos una familia", bromea el alcalde.

Piferrer, que confiesa que estos días va alternando como usuario cada una de sus playas, añade orgulloso como su municipio dispone de una aplicación para móviles (app) en la que los colores verde, amarillo y rojo indican el grado de ocupación. "Así la gente puede ir a otra playa si ve que antes de llegar que ya está llena", dice. De momento, 85.000 personas se hanbajado de la aplicación 'Palafrugell al mòbil', afirma el alcalde.

"Nos hemos relajado demasiado"

Y en el acceso de cada playa de Palafrugell los agentes cívicos, con camiseta roja, marcan las rutas de entrada y salida de la arena, informan a los usuarios y avisan si alguien se olvida de colocarse la mascarilla cuando se va de la playa. "La verdad es que la gente colabora, aunque a veces hay alguno que no hace caso y hasta se ríe en tu cara, pero es la excepción", afirma Francisco Iruelas, agente cívico de 59 años en Llafranc, justo antes de saludar a Pilar García, de 75 años, de Sabadell, que se detiene en los escalones del paseo para ponerse su mascarilla. "Lo de llevarla en la calle me parece exagerado, pero reconozco que nos hemos relajado demasiado y las cosas se pueden complicar mucho", cuenta.

Ya en la arena, con los niños de 4 y 6 años bajo la sombrilla, Cristina Martí e Isaac Lleixà, de Barcelona, toman el sol, sin mascarilla. "Me parece absurdo que en la calle la tengas que llevar y en la arena no. Pero lo peor es lo del aforo, que a mediodía se cierre la playa para mantener la distancia", dice ella, quien ya tiene la solución: "Igual mañana bajamos a primera hora a poner las toallas y guardar sitio".

Palamós y Sant Antoni de Calonge también han optado por tener informadores en sus playas además de los socorristas y los policías locales. Se nota que son municipios que buen parte del año viven del mar. "Los informadores no tienen autoridad, pero si tienen algún problema pueden llamar a la Policía Local", asevera Xavier Lloveras, concejal de Medio Ambiente de Palamós. Esos informadores también recuerdan a los usuarios que deben mantener la distancia en las duchas, por ejemplo.

Volver a trabajar en la playa

El Ayuntamiento de Mataró, como todos los del litoral,  también se ha tomado muy en serio el control de aforos y distancias en sus playas. "Hemos contratado para este verano a 30 personas, 28 de las cuales estaban en el paro. Informan a la gente, supervisan los accesos y el aforo y recuerdan las medidas de seguridad y distancia para prevenir la covid-19", dice Anna Villarreal, concejala de Salud Pública.

En el paseo de Sant Antoni de Calonge una pareja de mediana edad se detiene a otear la playa bajo un sol de justicia. Es la una de la tarde. Llevan puestos sus tapabocas. "Esperamos a que esa familia que parece que esta recogiendo salga y nos pondremos ahí", aclara la interiorista barcelonesa Isabel Moreno, a quien el confinamiento pilló en marzo en su apartamento de la playa junto a su pareja, Juan Antono Sánchez. "Y ya no nos hemos movido de aquí", dice con una supuesta sonrisa escondida bajo la mascarilla.

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