MOVILIDAD SOSTENIBLE

Ciudades con el piñón fijo

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Carlos Márquez Daniel

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Las ciudades son el reflejo de los tiempos. A todos los niveles: el comercio, los movimientos vecinales, la movilidad y el transporte, las modas, los hábitos generacionales. Incluso las manías y las fobias o la política de turno. Pero los tiempos solían cambiar despacio, de manera que las transformaciones eran suaves y prolongadas. Ahora todo ha sucedido de golpe, y precisamente en un momento en el que eran muchos los que reclamaban un nuevo volantazo urbano y metropolitano, aunque la metáfora automovilística quizás no sea la más adecuada.

La pandemia y el confinamiento han puesto de relieve un dato que es tan discutible como ninguneado: las grandes metrópolis dedican más del 70% de la calle al tráfico motorizado cuando la mayoría de desplazamientos se realizan a pie. ¿Pero cómo impulsar el nuevo rumbo sin caer en el sesgo político, sin dejar a nadie atrás, sin caer en la euforia y con una visión de largo plazo que trascienda a la provisionalidad? <strong>La pandemia como oportunidad</strong>, decía Antón Costas en un artículo en este diario sobre las consecuencias económicas del coronavirus. También los es, sin duda, para las ciudades. Y para el impulso de la bicicleta como alternativa segura, saludable y económica, haya o no haya Covid-19. 

Este debate no tendría ningún sentido si no se vincula a otros fenómenos, como el teletrabajo, la educación a distancia, la confianza en el trasporte público o la creciente inquietud por la crisis climática, que hasta la fecha era el único factor que instaba al cambio de rumbo. En definitiva, a todo aquello que lleve adosado un bajón del uso del vehículo particular que facilite ese tránsito hacia calles más amables.

Barcelona, Valencia, Bogotá, Murcia, Berlín, Milán, Buenos Aires, Nueva York, Lima, París… son muchas las grandes urbes que han abierto el debate con una batería de medidas, en algunos casos, provisionales, y en otros, definitivas, destinadas a la promoción de la movilidad sostenible, y en especial, del uso de la bici. Sin olvidar las política más globales, de nivel estatal, donde aquí tiene un papel fundamental la Dirección General de Tráfico (DGT), que este mismo martes ha compartido en sus redes sociales un mensaje, impensable hace no demasiado tiempo, en el que alienta el ciclismo urbano e invita a "volver a la normalidad sobre dos ruedas". 

En el caso de Barcelona, eso significa arrebatar carriles al coche para destinarlos al peatón (12 kilómetros en Consell de Cent, Girona, Rocafort y Marina, además de Via Laietana o los laterales de la Diagonal y Gran Via) o al pedaleo (21 kilómetros en València, Pau Claris, Roger de Llúria, Indústria, Castillejos, Via Augusta…). Son, esa es la intención municipal, propuestas permanentes que en su mayoría trascenderán al confinamiento.

Misma senda ha tomado Milán, donde el gobierno municipal ha anunciado la creación inmediata de 35 kilómetros de nuevas rutas ciclistas que ya quedarán para siempre. En Nueva York, el alcalde Bill de Blasio cedió a las presiones y destinará 65 kilómetros de calles para peatones y ciclistas, cifra que podría crecer hasta los 160 cuando llegue el calor. Pero en este caso se trata de un proyecto provisional, así que la ciudad de los rascacielos volverá a entregar al automóvil sus 9.600 kilómetros de asfalto cuando la pandemia amaine. Y en cualquier caso, todo depende de la predisposición ciudadana.

Basta con echar una ojeada a la pintura amarilla en las calles del Eixample, asfalto antes del coche y ahora del paseante que recién estrenado ya a menudo se usa para aparcar (el clásico "es un momentito") o para la que carga y descarga, que sigue empeñada en realizar el reparto en la última milla urbana en furgonetas. Todo parte, en definitiva, de la actitud personal de cada uno, del sentido de colectividad, con independencia del modo elegido para moverse por la ciudad.

Ábalos y el coche

Como el devenir del coronavirus, la movilidad del futuro y el uso del espacio público son una incógnita, porque ni mucho menos todo depende de la voluntad política; también, y sobre todo, de cómo la ciudadanía modifique sus hábitos y costumbres. Esa mal llamada ‘nueva normalidad’. El ministro de Transporte y Movilidad, José Luis Ábalos, decía hace unas semanas que incrementar el transporte público será difícil por el riesgo de contagio. Su solución: apostar por el coche privado y, para las distancias cortas, la bicicleta.

Contrasta con la apuesta del gobierno francés, que implementa la bici como principal medio de locomoción para mantener el distanciamiento social, una medida que la propia ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, aplaudió. Metro y bus tardarán en recuperar el pasaje de récord que registraban en los últimos tiempos. De hecho, los datos ya indican que la movilidad en coche y, sobre todo, en bici se ha recuperado mucho antes que el transporte público. 

En Barcelona, la concejala de Movilidad, Rosa Alarcón, compartió en Twitter una serie de consideraciones sobre su negociado. Solo uno de sus ocho mensajes generó un enconado debate, precisamente el que versaba sobre la bici. Decía la edila socialista que hay que impulsar el ciclismo urbano "como un modo de transporte saludable y sostenible a pesar de saber que no es la solución para garantizar el derecho a la movilidad". Se le echaron encima porque se interpretó que ninguneaba la bici. No era el caso. Cuestión de prioridades: antes va el transporte público. Y, sobre todo, los que van a pie