CONSECUENCIAS DEL CORONAVIRUS

Coronavirus: "Solo tras la muerte de Franco, la gente acaparó tanta comida"

Un paseo por los supermercados de Barcelona basta para comprender el nivel de pánico de la población

Fila inmensa, interminable, de cajas vacias en un pasillo de uno de los supermercados Condis, de Barcelona.

Fila inmensa, interminable, de cajas vacias en un pasillo de uno de los supermercados Condis, de Barcelona. / periodico

Emilio Pérez de Rozas

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Alguien dice, en la cola de la tercera de las cuatro cajas que están abiertas en el CondisLife (‘el teu súper’, dice su eslogan) del final de República Argentina, que hace tiempo que no se oye hablar del ‘procés’. Y el señor de al lado, que lleva un carro aún más abultado que el de la señora del lazo amarillo, asegura saber ¡saber! que la semana que viene van a ordenar cerrar todos los comercios “y solo dejarán un super y una farmacia abierta por barrio”. Así, tal cual, por barrio.

Mientras la espera se eterniza, mientras los acaparadores de comida (y lo que no es comida), ni siquiera hacen el gesto para que yo pueda pagar una botella de leche entera y un kilo de azúcar (no llevo más), se oye por megafonía, a grito pelado, ni siquiera es una grabación delicada, de esas de AirEuropa (“en el hipotético caso de amerizaje…”), no, a grito pelado: “Se pone en conocimiento de nuestra amable clientela que, por orden de la Generalitat, el reparto a domicilio queda suspendido”.

Faltan productos básicos

Yo solo sé que en este super no quedan huevos, no queda harina, no queda jabón… Yo solo sé que a la ciudadanía le ha dado un ataque de miedo y, como me comenta Jorge, el más joven de los tres reponedores que trabajan en el local (“llevo 12 años aquí”), no había visto nada igual en su vida. “Bueno, ni yo ni ninguna de los que trabajamos aquí. Mi amigo Luis, que lleva 31 años en la empresa, dice que su jefe le habló una vez sobre el caos, parecido a lo que ocurre ahora, que se produjo el 21 de noviembre de 1975, ya sabe, el día después de morirse el pequeñito”.

Jorge cuenta que su jefe le ha pedido que, además reponer lo que pueda (“dice lo que pueda porque empieza a no llegar género, pues todos estamos saturados de pedidos”), sea más simpático que nunca con la clientela, que viene en plan acaparador. “Es decir, que su buscan harina de repostería y no hay ¡porque no hay!, le venda la normal y les cuenta que la pasan por un colador finito y cumple la función igual”. Este reponedor marchoso cree que algún día tendrá que acabar esta locura de acaparar comida. “Es más, aquí hay gente que se ha llevado dos carros enteros y nos ha pedido si se los podía llevar a casa y que ya los devolvería. Y hasta ha dejado un billete de 10 euros ¡como si un carro costase 10 euros! Aquí hay gente que se ha llevado víveres que, fijo, no le caben en su casa”.

Compras masivas

Voy al Dia de la calle Craywinckel para intentar comprar huevos. “Ni huevos ni muchísimas otras cosas importantes”, dice Beatriz, que va recogiendo cajas vacías de todo y lamentándose de que sus proveedores “empiezan a recomendarnos que cerremos la tienda, que es que lo que acabará sucediendo, es más, tengo la sensación de que nos están empujando a ello”. Y, sí, en efecto, en la cola de la única caja que hay abierta (el local es pequeño) también hay cola, de gente más modesta, pese a estar en el mismo barrio, cuyos carros, éstos sí, son de productos de primera necesidad.

Cruzo la calle y veo el magnífico Superverd de mi amigo Pablo. Cruzo pensando que igual tiene huevos, no porque sepa que tiene. Ni que decir tiene que a mi pregunta se parte de risa y me dice: “Tenía, Emilio, tenía, pero esta mañana, a las nueve y media, ha venido aquella chica china que trabaja en la cantera del Espanyol (ni idea quien es, la verdad) y se ha llevado 26 cajitas de media docena cada una ¡es decir, 13 docenas de huevos! y hasta le he dicho si los iba a mandar a China como hacen con las cajas de mascarillas. En serio, yo creo que estamos cerca del final del mundo. O que, cuando lo sea, será algo así, te lo juro”.

Al final he decidido entrar en el bonÀrea, aún más estrecho, aún más pequeño pero que, desde hace ya dos años, no solo tiene carne y pollo sino todo tipo de productos. Pero, no, tampoco tiene huevos. Y sí las estanterías vacías. O casi vacías. Hablo con el bueno de Tomás, el encargado. Y me dice, ven, ven, ven conmigo. Le sigo por el pasillo estrecho de la tienda y me abre la puerta de su despensa, bueno, de su cámara. “Mira, todo esto, todo, estaba lleno de género a las ocho de la mañana. Ya no hay nada, Emilio, nada”.

Gente muy impaciente

A Tomás no le molesta que la gente compre, le duele que la gente acapare. “No me dejan ni poner las bandejas de pollo, lomos o ternera en las neveras, en los mostradores, me las quitan de las manos, como dice la canción. Pero el problema es que se llevan más de dos, tres y cuatro. Le dije el otro día a mi jefe que deberíamos impedir que la gente comprase, no sé, más de dos bandejas de cada productor. Por repartir, digo, no por otra cosa”.

Acabo mi recorrido en el Macxipa de Passeig de Sant Gervasi. Y, cuando me acerco a la entrada, sin puerta ni nada, abierta a la calle, oigo a una señorona, joyas de oro impresionantes en brazos y manos, gritando: “Pero ¡bueno!, esas barras catalanas que esa chica me ha dicho que faltaban solo 15 minutos para que saliesen del horno, aún les falta 15 más ¡pero qué es esto!” Esto es, señora, que la empleada se ha confundido y, sí, tendrá que esperar diez minutos más. “¿Puede salir de la trastienda para que le vea la cara y le diga que me ha engañado?” Y la chica sale y le pide perdón. En serio, la población empieza a estar demasiado nerviosa. “Nosotras estamos vendiendo muchísimo más pan que hace una semana, pero el horno no da para más y si necesita tantos minutos para hacerse, no podemos adelantar el tiempo”.

Es lo que dice Tomás, de bonÀrea, “no podemos matar más pollos y/o sacrificar más terneras ni cerdos, así que la población tendrá que tener paciencia y, sobre todo, no acaparar”.