Un agosto con Joyce McKinney, la exmiss que violó a un mormón

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Carles Cols

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En agosto del 2008, la noticia que reclamaba mayor atención era la inminente inauguración de los Juegos Olímpicos de Pekín, pero un laboratorio de Corea del Sur reclamaba sus cinco minutos de gloria. Presumía de haber clonado cinco crías del pitbull. La dueña de los cachorros posaba con uno de ellos en la mano, como un trofeo. A un par de periodistas del 'Daily Mail', las facciones de aquella mujer les resultaron familiares. Fueron al archivo en busca de una carpeta, la del caso del mormón esposado. Lo de esposado no se refería a ningún tipo de nupcias, tan frecuentes entre los miembros de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días. Era un caso inolvidable. Que se presentara una ocasión para desempolvarlo era un primer premio de la lotería periodística. Juan Ruiz Sierra descorchó aquí el champagne de aquel premio.

9 de agosto del 2008

La mujer que clonó a su perró violó a un mormón hace 30 años. Ese era el título. Los subtítulos no renqueaban a su lado. Joyce McKynney drogó, secuestró y ató a su cama a un misionero en Inglaterra. “Eso es basura, no soy yo”, afirma la norteamericama sobre la rocambolesca historia. El texto estaba ala altura.

La rocambolesca historia de Joyce McKinney --que ahora se hace llamar Bernann McKinney-- parece salida de una película de Russ Meyer, una de esas en las que hay mujeres superdotadas que causan terror en la carretera y abusan de cuanto hombre se cruza con ellas, pero con un último vuelco argumental tan inverosímil que hasta el cineasta adicto a los pechos imposibles hubiera descartado. Solo que aquí todo es más real. Según los registros de Carolina del Norte, su estado natal, y las declaraciones de varias conocidos, McKinney, la norteamericana a la que se vio hace unos días abrazando y besando a sus cinco cachorros pitbull --los primeros perros clonados con fines comerciales-- es la misma mujer que 30 años atrás, cuando residía en el Reino Unido, secuestró a un misionero mormón, lo encadenó a una cama y le obligó durante días a tener sexo con ella. La mujer, sin embargo, lo único que ha dicho al respecto es: "Eso es basura, no soy yo".

Año 1977, el pueblo de Ewell, al sur de Gran Bretaña. Kirk Anderson es un joven nacido en Utah, el estado de los mormones. Viste con pantalón negro, camisa blanca y corbata y está en Inglaterra porque tiene una misión: llamar a los timbres de las casas para que le dejen entrar y predicar la palabra de Joseph Smith, fundador de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. McKinney es una antigua animadora deportiva. Ha ganado algún concurso de belleza de nivel medio, pero ahora ha atravesado el Atlántico y está en Ewell.

Cuando ambos se cruzan, ella saca una pistola y le encañona. Con la ayuda de un amigo, llamado Keith May, la mujer que ahora ha vuelto a hacerse famosa droga al misionero con cloroformo, lo mete en su coche y conduce cientos de kilómetros, hasta una finca alquilada del siglo XVII situada en Devon. Allí, el pobre mormón ve cómo lo encadenan a una cama, con una pierna esposada a cada esquina inferior del lecho. Durante días, McKinney le fuerza a tener sexo con ella, hasta que Anderson consigue escaparse y sale corriendo de la casa. La violadora dirá después que lo único que pretendía era tener un hijo, algo que no consiguió, de la misma forma que ahora solo quería a cinco cachorros que fueran idénticos a su queridísimo pitbull Booger, fallecido en el 2006.

Aquí las cosas se ponen aún más extrañas. El misionero, recién salido de la cama de los horrores, alerta a la policía, que peina Devon y acaba dando con la mujer y su compinche. Mckinney pisa la cárcel, pero tres meses después sale en libertad provisional bajo fianza por su delicado estado mental. Y es entonces cuando vuelve a juntarse con su cómplice y los dos dejan el Reino Unido rumbo a Canadá disfrazados de mimos. Tres años más tarde es detenida en Utah, donde había regresado el misionero, por haberle acosado de nuevo.

Como recordaba ayer Ian Cobain en el Guardian, el suceso fue un "sueño hecho realidad para los tabloides". "Un caso de esclavitud sexual mormona", tituló el Daily Mail. El Daily Mirror optó por el más literario "McKinney y el mormón encadenado". Pero la historia habría quedado ahí, como un suceso casi olvidado que escandalizó a los británicos tiempo atrás, de no ser porque hace una semana la mujer empezó a conceder entrevistas para hablar de sus flamantes cachorros clonados.

Los primeros que dieron con el nexo entre la oronda mujer que ahora besuqueaba a sus perros y la atractiva rubia que secuestró y violó a un misionero hace 30 años fueron los periodistas del Daily Mail. "¿Es usted de verdad Joyce McKinney ", le preguntaron por teléfono. "¿Me va a preguntar por mis perros o no? Porque solo estoy dispuesta a hablar de eso", contestó ella.

Los científicos surcoreanos que clonaron al pitbull le cobraron a McKinney 33.000 euros, un tercio de su tarifa normal, porque ella se prestó a difundir el exitoso experimento en los medios, pero es difícil que el laboratorio fuera consciente del tipo de publicidad que el asunto iba a traer consigo. McKinney podría ser ahora extraditada al Reino Unido.

10 de agosto del 2008

El ‘feedback’ informativo, antes del advenimiento de las redes sociales, podía ser una simple comezón, la intuición de que el lector se había quedado con hambre de saber más. La segunda entrega podía parecer oportunista, pero solo por la primera frase ya merecía la pena. El título era corto, por cuestiones de maquetación. La obsesión mormona.

"Le amo tanto que me pondría unos esquís y bajaría desnuda el Everest con un clavel en la boca si él me lo pidiera", dijo Joyce McKinney. La frase, una de las mejores que se recuerdan para describir una relación enfermiza, fue pronunciada hace 30 años por esta mujer --que según todos los indicios es la misma que ahora, bajo el nombre de Bernann McKinney, ha vuelto al circo mediático al clonar a su pit-bull--, durante el juicio en Inglaterra por drogar, secuestrar y violar al mormón Kirk Anderson. Ambos habían tenido una tortuosa relación, que McKinney prolongó tras el suceso que hizo escandalizar a los ingleses.

Fue en 1972, en Utah, el corazón de la Norteamérica mormona, donde McKinney conoció al futuro misionero. Ambos tuvieron un idilio, pero el devoto Anderson, aconsejado por su pastor, decidió cortar por lo sano y hacer proselitismo en Inglaterra. Ella --antigua animadora deportiva, reina de concursos de belleza y modelo de revistas eróticas, con un largo historial de problemas psíquicos-- no se dio por vencida. Siguió sus pasos hasta encontrarlo y, en 1977, le dio cloroformo para luego conducirle hasta una finca de la campiña inglesa. Allí le ató y le obligó a tener sexo con ella.

Según dijo entonces McKinney, todo fue un juego. Solo deseaba tener un hijo con la persona por la que moriría desnuda en las faldas nevadas de la montaña más alta del mundo, así que cargó durante el secuestro con el libro El placer de amar, de Alex Comfort, un manual sobre sexo que hacía furor en la época. De ahí las esposas con las que ató al misionero mormón, ideales para reactivar a una pareja en horas bajas.

Después, tras salir en libertad provisional, se fugó de Inglaterra disfrazada de mimo rumbo a Canadá, donde inició un periplo con indumentarias varias --un hábito de monja, un sari indio, un vestido que imitaba al de Sinbad el marino-- hasta que volvió a dar con el objeto de su pasión, que había vuelto a Utah. Allí, cuando merodeaba por la iglesia de Anderson, fue detenida de nuevo por la policía.

¿Es la misma mujer que ha pagado 33.000 euros a un laboratorio por clonar a su perro Ella dice que no, pero las pruebas resultan abrumadoras: ambas son antiguas misses, han tenido un pit-bull y van habitualmente en silla de ruedas. El parecido físico entre Joyce y Bernnan McKinney es asombroso, hay vecinos que juran que son la misma persona y, según el registro de Carolina del Norte, su estado natal, su nombre es Joyce Bernann McKinney, los dos que ha usado en las dos fases de su vida. Pero quizá Bernann sea un clon de Joyce.

11 de agosto del 2008

En Pekín ya se colgaban las primeras medallas los deportistas. Los tabloides británicos reclamaban la suya por obtener la confesión de McKinney. La mujer que clonó a su perro admite un oscuro pasado. Ese fue el título aquí. Sostenía en el subtítulo que la relación filosadomasoquista con el mormón fue un juego consentido, pero quién iba a creerla a esas alturas.

Joyce McKinney, la mujer norteamericana que hace una semana recibió de un laboratorio surcoreano cinco cachorros clonados, reconoció ayer ser la misma persona que 31 años antes, en 1977, secuestró en Inglaterra a un mormón para convertirlo en su esclavo sexual. Días atrás, cuando los medios comenzaron a publicar las similitudes entre una y otra mujer, McKinney, que ahora se hace llamar Bennan --su nombre completo es Joyce Bennan--, negó de forma categórica cualquier relación con la antigua animadora deportiva, reina de belleza y modelo de revistas eróticas que se obsesionó tanto con el misionero Kirk Anderson que lo siguió hasta el sur del Reino Unido para acabar atándole a una cama de una finca alquilada y violarlo durante días. Pero ayer, cuando habló por teléfono con la agencia AP, la mujer admitió lo que ya era obvio.

Eso sí, ella solo es una víctima en todo este asunto. Llorando, según consigna el teletipo, la mujer que hace tres décadas protagonizó uno de los más jugosos casos en la historia de la prensa sensacionalista británica dijo que había vuelto a la luz pública abrazada a las réplicas de su pit-bull Booger, el primer can clonado con fines comerciales, porque pensó que nadie vincularía a sus cinco mascotas con la "basura" del pasado. "Creí que la gente sería lo suficientemente honesta para verme como alguien que estaba tratando de hacer el bien", explicó, sin argumentar por qué desembolsar 33.000 euros para que clonen a tu perro muerto supone una buena obra. "Mi madre siempre me enseñó que debía decir algo bueno o no decir nada, pero ahora creo que confié demasiado en la gente".

Porque McKinney, como hace 30 años durante el juicio en Inglaterra por drogar con cloroformo, secuestrar, esposar y violar al misionero mormón, sigue hoy manteniendo que aquellos días en la campiña inglesa con Anderson como rehén fueron solo un "juego" entre ambos, ya que antes, cuando vivían en el estado norteamericano de Utah, habían tenido un idilio. "Nos lo pasamos tan bien... Fue como en los viejos tiempos", dijo en 1977. "Yo no le violé", dijo ayer.

Mientras tanto, los habitantes de Newland, el pueblo de Carolina del Norte en el que nació McKinney, desgranaron sus recuerdos sobre la orgullosa dueña de los pit-bull clonados. Es muy conocida allí; hay varias causas archivadas contra ella. "Es nuestra Joy", señaló James Stamey, el marido de una mujer a quien la antigua reina de belleza amenazó hace un tiempo. "Ahora es más fea que un pecado --continuó Stamey--. Pero se trata de ella, sin duda".

18 de agosto del 2008

El ‘caso McKinney’ se merecía una clausura con fuegos artificiales como los JJOO de Pekín. Xabier Barrena fue el encargado de prender la mecha. El pasado acosa a la exmiss que clonó al perro y violó a un mormón. Que años ha hubiera cabalgado por Carolina del Norte como una Lady Godiva ya ni siquiera causaba extrañeza.

Los errores que alguien comete en el transcurso de su vida pueden ser resumidos en tres tipos: los resbalones, las grandes meteduras de pata y lo que ha hecho Joyce McKinney, la mujer a quien un laboratorio coreano le facilitó cinco copias clonadas de su amado pitbull, muerto hace dos años. Jamás una persona con tanto que esconder --y tan estrambótico-- se había expuesto antes gratuitamente a los focos de todo el mundo. Y ha pasado lo que tenía que pasar: que se están desempolvando archivos policiales de lo más variopinto.

Tras secuestrar y esposar a un misionero mormón para violarlo durante varios días en un cottage inglés, escapar a Canadá disfrazada de mimo y ser detenida en su EEUU natal por acosar de nuevo al misionero mormón, ayer se revelaron nuevos y esperpénticos detalles del negro pasado de la que un día muy lejano fue Miss Wyoming: hace cuatro años, indujo a un menor al robo para conseguir dinero y comprar una pata ortopédica para su caballo cojo.

McKinney ama a los animales, de eso no cabe duda. Por tener hasta cinco copias de su mascota fallecida desembolsó 33.000 euros. Pero antes que un pitbull, en el 2004, tuvo un caballo. En noviembre de ese año fue arrestada en el estado de Tennessee cuando estaba en una furgoneta en compañía de un adolescente de 15 años. Según los informes judiciales de la época, la antigua reina de la belleza pidió al joven que irrumpiera en una casa y robara fondos suficientes como para comprar una pró-

tesis para el equino de tres patas. McKinney se esfumó sin dejar rastro y ni siquiera se presentó a una vista previa, en el 2005, por conspiración criminal para cometer un robo con allanamiento de morada e inducción al crimen a un menor.

Las imágenes de McKinney con uno de los pitbull de laboratorio no solo ha quitado las telarañas de los armarios de la policía, sino que ha refrescado la memoria de los que, en algún momento, han sido vecinos de la mujer. Por ejemplo, los de Newland, en Carolina del Norte, donde nació. Muchos la recuerdan a lomos de su caballo en los desfiles locales a los que son tan aficionados los norteamericanos. En concreto la evocan, según citaba ayer el The Times, vestida a la guisa de lady Godiva cuando cabalgaba por las calles de Coventry en el siglo XI. Es decir, desnuda.

Las aventuras con el mormón tuvieron lugar a finales de los años 70 y principios de los 80. La inducción al crimen del chaval de 15 años, a principios de esta década. Quedan --para espanto de RNL Bio, la empresa coreana que rebajó el coste a pagar por los pitbull a cambio de que McKinney expandiera a los cuatro vientos el éxito del experimento-- 15 largos años por trillar. Mientras, el laboratorio surcoreano afirma que no piensa investigar si sus clientes mienten sobre sus datos. McKinney les dio tarjetas de visita falsa y se hizo pasar por guionista de Hollywood. Quizá no mentía y tan solo estaba escribiendo ya su biografía.

Posdata: Gracias Juan, gracias Xabier