mujeres que no podrán parar el 8-M

"Id a la huelga por nosotras"

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Elisenda Colell

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Pobreza y precariedad son palabras femeninas, y quizá no sea casualidad. Madres monomarentales, mujeres inmigrantes que trabajan en el hogar, viudas con pensiones pírricas y cuidadoras no profesionales que suplen a la Administración dejando sus empleos ponen la cara ante una realidad que demuestra lo lejos que queda la igualdad real entre hombres y mujeres.

Según el Institut d'Estadística (Idescat), la tasa de riesgo de pobreza en Catalunya es un punto mayor en las mujeres. Si nos fijamos en las familias monoparentales (el 90% de las cuales se sostienen con una adulta), la exclusión social pasa del 20% al 35%. Las catalanas que trabajan en casa cobran un 23% menos que los hombres, según el Govern, y las pensionistas, un 35% menos.

Las catalanas que trabajan fuera de casa cobran un 23% menos que los hombres

También se cuentan más mujeres en trabajos precarios. Concentran el 66% del empleo a tiempo parcial, según la última encuesta de población activa. Casi el 20% lo explican porque deben cuidar a otras personas o trabajar en el hogar, mientras que solo el 1% de los hombres justifican con empleo precario lo justifican por ese motivo.

"Hay una falta real de igualdad de oportunidades en el mercado laboral", alerta Núria Pumar, jefa del Institut de Dones i Gènere de la Universitat de Barcelona, que asegura que las mujeres están "sobrerrepresentadas en los trabajos poco cualificados y asumen perfiles con menos formación de la que tienen". A diferencia de los hombres, explica, que están más presentes en oficios cualificados y en cargos directivos.

"La conciliación es una trampa"

Según la catedrática de Derecho al trabajo de la Universitat Autònoma de Barcelona Carolina Gala, "la conciliación es una trampa". "Mayoritariamente ellas trabajan menos horas para cuidar de los hijos o de personas mayores -comenta-, muchas veces porque tienen un sueldo más bajo que sus parejas". Otras, porque asumen esa labor antes que los hombres. La experta teme que la brecha se notará también con las pensiones en el futuro. "No se trata de hacer más leyes, se trata de que ellos asuman la corresponsabilidad en los cuidados", afirma.

Además, la presidenta de la Federació de Famílies Monoparentals de Catalunya, Sonia Bardají, critica que "no hay ayudas sociales para las madres monomarentales", cosa que las sigue obligando a vivir en la precariedad y la pobreza como uno de los colectivos más excluidos socialmente.

"He renunciado a mi vida por la de mi madre"

Hace 14 años, tras un divorcio, Juana Figueroa se fue a vivir con su madre. Era autónoma, tenía una tienda y su madre iba tirando. Pero llegó el alzhéimer, la demencia y le tocó tomar la que ahora define como la peor decisión de su vida. Dejó de trabajar para cuidarla. Es cierto que la tienda no iba muy bien, pero básicamente, dice, lo hizo porque "nadie más estaba dispuesto a hacerlo". Las ayudas de la dependencia eran larguísimas, ninguno de sus dos hermanos se planteaba dejar su vida ni su trabajo y siendo una familia humilde, no se podían permitir pagar a alguien que se encargara de cuidar a su madre. "Alguien tenía que vestir, dar de comer o duchar a quien nos lo ha dado todo, y decidí que yo lo haría".

Ahora lo lleva como puede. "Di mi vida por la suya", explica con los ojos empañados. Prácticamente no sale de casa. Solo lo hace cuando consigue vencer los remordimientos de conciencia y se entretiene tomando un café después de hacer la compra. Pero el miedo a una caída o a un golpe de su madre son constantes. "Tengo que pedir permiso a mis hermanos para ir a ver a mi nieto", explica. Y pone de ejemplo las fiestas de la Mercé. "Me hubiera gustado salir a la calle, ir con amigas o con mi hija". Pero nadie se ofreció. Y lo que no puede hacer es despilfarrar el dinero. Pagar a alguien para que esté con su madre durante unas horas le suponía un gasto de casi 100 euros al día. "No me lo puedo permitir".

Juana sobrevive con la pensión de su madre, que al menos llega a los 1.000 euros. Lo complementa con una pírrica ayuda de cuidadora no profesional de 140 euros mensuales que ha llegado con dos años de retraso. Hace años que no sale a comprar ropa, ni tan solo mirar tiendas. Y reconoce haber tenido cuadros de depresión y de angustia dentro de un piso que no llega a los 100 metros cuadrados. Ya acumula una lesión en el brazo, y teme por su salud cuando su madre no se pueda levantar.

"Mi hermano me dice: '¿Cómo voy a cuidar yo de la mamá, si soy un hombre?'"

Juana Figueroa

— Cuidadora no profesional

Ella define su vida como "una cárcel" donde se ha encerrado, aunque al final hay un pensamiento que la mantiene en pie. "Mi madre, que me lo ha dado todo, tendrá una vejez digna". La suya, la de Juana, ya es otra cosa. "Tengo miedo de pensar en mi futuro". Sospecha que su pensión será la mínima de poco más de 600 euros. "Yo, que he trabajado toda la vida…" Y es que uno de los problemas que tienen las cuidadoras no profesionales, mayoritariamente mujeres, es que no pueden cotizar en la seguridad social.

Y su historia, también desvela el machismo latente en la sociedad. "A veces mi hermana me ayuda, se está una horas con mi madre y consigo salir, tener un poco de oxígeno, pero mi hermano no hace absolutamente nada". La frase que suele oír de él es: "¿Cómo voy a vestir y duchar yo a la mamá, que soy un hombre?" Tal cual. "También ella y yo nos encargamos de vestir y duchar a mi padre cuando estaba enfermo", detalla Juana. Según ella, el problema es que los hombres "no están acostumbrados" a cuidar de nadie.

Obviamente ni se plantea hacer huelga el día 8 de marzo. "Me encantaría salir a la calle, pedir ayudas a las cuidadoras, y gritar por los derechos de las mujeres pero no puedo parar, mi madre me necesita". Y pide un último favor: "Id a la huelga por nosotras".

"No te amarres a ningún hombre, vive tu vida"

La historia de Ana Parrales empieza en Ecuador. El padre de su hijo, al ver que la maternidad no acababa con las ganas de estudiar de Ana, tiró por la tangente. "Me rompía el uniforme del colegio, me obligaba a quedarme en casa a cuidar del bebé". Ella tan solo tenía 24 años y unas ganas enormes de comerse el mundo. Y decidió marcharse a España con su hijo. Era 1999.

Ana vino con un permiso de trabajo y en situación legal desde el primer día. Ahora ya tiene la nacionalidad. Siempre ha trabajado en la limpieza de oficina. "No fui a la universidad", lamenta. Conoció a un hombre aquí, se enamoró y tuvieron dos hijos. Didiere y Aylin, que ahora tienen 13 y 9 años. "Yo hacía la comida, les iba a buscar a la escuela, les llevaba a la cama y les vestía", recuerda. Las labores del padre dejaban mucho que desear. "Como mucho, les sacaba al parque a jugar algún sábado", explica.

El peor momento sucedió en el 2013. "Me dijo que me había dejado, que había engordado y que de tanto cuidar a los niños me había olvidado de él". Literal. Y además, estaba conociendo otra persona. "Durante unos meses no pude dejar de llorar, pero luego pensé: tengo manos, tengo piernas, puedo y debo seguir adelante", cuenta con lágrimas en los ojos.

"Durante meses no pude dejar de llorar, pero luego pense, tengo que tirar para delante"

Ana Parrales

— Madre de familia monoparental

Ahora ve su vida y es feliz. "Me he convertido en un pulpo, tengo mil manos que me llegan para todo", dice con una sonrisa. Pero las cicatrices no se olvidan. "He tenido que sacar fuerzas de donde no las había". El problema principal, su condena a la pobreza. Tener que cuidar de sus tres hijos le obliga a tener empleos a tiempo parcial, de menos de cuatro horas y un sueldo de 600 euros. Durante un tiempo tuvo problemas para pagar el alquiler y la desahuciaron. Ahora vive en un piso de protección oficial en Nou Barris.

Reconoce haber tenido muchos remordimientos, por no decir depresión. "Mi hijo me dijo que quería dejar de estudiar para trabajar, pero no se lo permití". Esto es de lo que reconoce estar más orgullosa, haber logrado que a sus 27 años su primogénito se gane la vida como electricista y ya se esté pagando un alquiler. Lo otro, haber tirado adelante sola.

Su máxima: "No te amarres a ningún hombre, vive tu vida". Cuando tiene un rato, ayuda como voluntaria en la Federación de Familias Monoparentales. "Veo a mujeres con estudios, listas, llorando porque su marido las ha dejado solas con los niños", explica. Y su respuesta es la misma. "No te amarres, tira para adelante, porque las mujeres podemos". Se lo ha dicho hasta a la novia de su hijo. "Si tienes que dejarlo lo dejas, aunque sea mi hijo. Quiérete". Su discurso más feminista no puede ser, pero tampoco va a poder estar en la huelga del 8-M. Nadie va a sacarle el trabajo que tiene en casa y no se puede permitir un día sin cobrar. "Id a la huelga por nosotras", exclama. "Haced que se oiga nuestra voz".

"No nos dejaron trabajar y ahora tenemos la pensión más baja"

Hay mujeres que no se pueden permitir ir a una la huelga. Pero hay otras cuya protesta es casi imperceptible, muy difícil de oír. Es el caso de las viudas. El franquismo las obligó a dejar de trabajar y la democracia las condena a vivir en la pobreza.

Antonia Hernández es una de las mujeres que integran el colectivo Viudes del Mocador Verd. Era delineante, pero cuando se casó, el despacho donde trabajaba le dijo que mucha suerte, que le fuera muy bien su nueva vida, que ahora le tocaba cuidar de sus hijos, y le enseñaron la puerta en seguida. Tan solo tenía 21 años, pero su vida ya estaba planeada. Roser Gómez era modista. Y le pasó lo mismo: "Cuando me casé, me dieron un finiquito". Eran otros tiempos. "Nadie quería emplear una mujer casada y además para el marido era un deshonor", explican. "Si tú trabajabas, significaba que el hombre tenía que hacerse la comida, limpiar, y esto te daba hasta vergüenza plantearlo”, cuenta Antonia.

Y de aquellos polvos, estos lodos. "Ahora tenemos la pensión más baja". De jubiladas vivieron con las pensiones de sus maridos, pero al morir ellos les queda la mitad de la prestación de sus cónyuges. Es lo que se conoce como la pensión de viudedad. Roser, a sus 70 años, aún recuerda una carta de la Seguridad Social dos meses después de la defunción de su marido. "Pensé, es mentira, ¿no?. Pero no lo era. Tras varias evasivas, un funcionario del Estado se lo dejó bien claro: le tocaba vivir con 520 euros al mes.

Ahora miran las facturas de su casa con lupa. "En mi casa lo tengo clarísimo, con la manta voy sobrada", explica Agnès Vidal, que a sus 75 años ve la calefacción y la luz como un lujo innecesario. Viven de las ofertas de los supermercados y de irse ayudando entre ellas. La carne y el pescado, para los días de fiesta. Otra cosa no, pero a la pobreza están acostumbradas. "Nosotras crecimos en la posguerra", sueltan con una carcajada.

"Nadie quería emplear a una mujer casada. Además, para el marido era un deshonor"

Viudes del Mocador Verd

En realidad, lo que más les preocupa es su vejez. Ahora son autónomas. "Vamos haciendo y vamos luchando". Recogen firmas, hacen reuniones, y cada lunes se plantan ante la Generalitat para pedir mejoras de sus pensiones. ¿Qué pasará cuando empiecen las demencias, la incapacidad de andar o los problemas de corazón? "No lo sé, lo que sí se es que una residencia, de mi bolsillo no me la puedo pagar", relata Antonia, que recuerda las largas listas en la dependencia y los precios "prohibitivos" de los geriátricos privados. Ellas confían en sus hijos. Por ellos lo dejaron todo.

En su caso, no hay dudas de que este viernes van a estar a pie de calle. En su barrio, en Sant Andreu, montan un acto propio. También van a ir a la recepción en el ayuntamiento y a todos actos posibles. El problema, que su huelga no se va a notar. No saldrán en la estadística ni tampoco tienen la fuerza de otros colectivos. "Id a la huelga por nosotras", exclaman.

"Las inmigrantes estamos esclavizadas por otras mujeres"

Rocío Echeverría lleva dos años siendo una persona en situación irregular que debe salir de España. Al menos, eso es lo que dice la ley. "Yo no he hecho nada malo", dice esta mujer peruana, que con dos títulos universitarios y una dilatada carrera profesional huyó del acoso de su exmarido y decidió probar suerte en España. Ahora trabaja limpiando casas. "Es la esclavitud del siglo XXI".

Rocío estudió márqueting y comunicación y se especializó en trabajar para las oenegés. Escribía en periódicos, se reunía con las autoridades para alcanzar acuerdos sociales y, básicamente, tenía un prestigio social que ahora ha quedado en el olvido. Un marido que la acosaba constantemente le provocó unas ganas terribles de marcharse a Europa. "Conocía amigas que estaban trabajando en Alemania y quise probarlo". Esperó a que su hija hubiese logrado acceder a la universidad y entró en España como turista. Tras colgar su currículum profesional en varios perfiles, vio que había oportunidades. Hizo varias entrevistas, pero la respuesta siempre era la misma. "Sin permiso de trabajo no te puedo contratar". Los ahorros se terminaron y le tocó remangarse.

Ahora su jornada laboral es totalmente invisible. No cotiza ni tiene horarios. Su "patrona" es una catalana trabajadora que necesita ayuda con los hijos. Rocío los levanta a las ocho y media, los lleva a la escuela, a extraescolares, hace la compra, la comida, y limpia. "Mi jornada termina cuando ella lo mande, yo no puedo decir nada ni exigir nada", lamenta. Lo normal es trabajar unas 12 o 14 horas, con un sueldo de 600 euros al mes. Para pagar el alquiler limpia otros hogares también los fines de semana. Y a veces, logra respirar.

Rocío decidió tomar este trabajo porque la ley de extranjería no le daba otra opción. "La verdad es que es muy frustrante". Pero sabe de casos peores. "Hay chicas internas, que viven en casa de las patronas, allí están sometidas las 24 horas". "Las inmigrantes estamos esclavizadas por otras mujeres" . Una compañera, explica, se ha tenido que acostumbrar a que el hijo de la anciana que cuida le toque el culo y la bese en la boca. "Yo me enfado, pero ella me dice que no tiene alternativa, todas tienen mucho miedo a que las despidan".

"Hay chicas internas que viven en casa de las patronas y están sometidas las 24 horas del día"

Rocío Echevarría

— Mujer sin papeles y trabajadora del hogar

Hace poco más de un año un grupo de mujeres crearon Sindi Hogar, una asociación que quieren que funcione como su sindicato. Las que puedan van a salir a la manifestación este viernes. Rocío no. "Los niños no acaban las extraescolares hasta las ocho". Y no se puede permitir dejar de trabajar. "Id a la huelga por nosotras", pide al resto de mujeres. También a las autóctonas, a las que pide que, en casa, cuando empleen a una mujer inmigrante, piensen también en sus derechos. "Esta lucha es de todas, pero a nosotras no se nos escucha".