Jesús Emilio Jaramillo, el obispo beato de los indígenas colombianos

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Claudia Polanco Yermanos

El 2 de octubre de 1989, cuando la guerrilla del ELN asesinó al obispo Jesús Emilio Jaramillo en el este de Colombia no solo segó la vida de un misionero sino del mayor defensor de los indígenas de esa región, que 28 años después será beatificado por el papa Francisco en su visita al país.

Nacido en el municipio de Santo Domingo, en el departamento de Antioquia (noroeste), el 14 de febrero de 1916, Jaramillo decidió antes de cumplir los 13 años que entraría al Seminario de Misiones Extranjeras de Yarumal para estudiar humanidades y filosofía.

Fue ordenado sacerdote el 1 de septiembre de 1940 y cuatro años después obtuvo el doctorado en teología de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá con una tesis laureada.

Para entonces, ya tenía fama de ser un hombre humilde, abnegado y con gran fluidez verbal, esta última una característica que lo llevó a ser considerado uno de los mejores oradores de la Conferencia Episcopal.

Hay quienes aseguran que fue la emotividad y claridad al hablar la que años más tarde le abrió las puertas y los corazones de muchos hogares en la apartada región colombiana de Arauca.

Allí llegó a finales de 1970 por orden de Pablo VI como primer titular del recién creado Vicariato Apostólico de Arauca, zona marcada por la violencia, las necesidades básicas insatisfechas de la población y, principalmente, por el desconocimiento de la realidad de las comunidades indígenas.

El reto para Jaramillo, ordenado obispo el 10 de enero de 1971, fue enorme porque décadas de abandono dejaron cicatrices en el carácter de los habitantes y generaron una profunda desconfianza hacia los foráneos como él.

Sin embargo, "no le tenía miedo a nada. Parecía hacer nacido en Arauca y poder enfrentarse a los ríos enormes, a la selva tupida, a los abismos, a los animales salvajes y a la gente que poco o nada quería su presencia en ese territorio", recordó a Efe el párroco de la catedral Santa Bárbara de Arauca, José María Bolívar.

Jaramillo enfocó su labor evangelizadora en el Sarare, un territorio de 12.000 kilómetros cuadrados en el que habitaban los indígenas tunebos.

Apasionado como era por llevar la palabra de Dios hasta los más recónditos lugares de la geografía colombiana, entabló un diálogo con la comunidad y para tal fin creó el llamado "Equipo del Indio".

"El trabajo fue intenso, silencioso, desinteresado y con la clara intención de llevar esperanza a los nativos que eran quienes más lo necesitaban por estar en medio de fuegos cruzados", manifestó Bolívar, quien conoció a monseñor Jaramillo cuando ingresó al seminario.

En Arauca se corrió la voz de que había un "cura" que ayudaba a los indígenas y así a los tunebos se sumaron u'was, guahibos, ingas y sikuanis que también le permitieron entrar a sus tierras para recibir salud y educación.

Así, el "indio", que para Jaramillo era el poblador de Colombia más atropellado, empezó a ser tenido en cuenta.

"Al padre le dolía Arauca" porque entre 1970 y parte de los 80 era un lugar anónimo, en donde "había más enfermedades tropicales no tratadas que acciones del Estado", comentó Bolívar.

A ese trabajo le sumó en sus sermones la crítica abierta a los atropellos cometidos por el Frente Domingo Laín de la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN), que paradójicamente tuvo varios religiosos en sus filas.

La influencia alcanzada en Arauca por Jaramillo, ganada a punta de "buenas acciones hacia los pobres", hizo que la guerrilla perdiera fuerza hasta que el 2 de octubre de 1989, cuando viajaba en un vehículo en compañía de otros sacerdotes, hombres que se identificaron como miembros del ELN, le ordenaron acompañarlos.

Como si fuera una premonición, Jaramillo, de 73 años, le pidió a uno de los sacerdotes que lo escuchara en confesión y acto seguido se quedó solo.