"Renuncié a mi misma, me abandoné, me aislé"

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TERESA PÉREZ. / BARCELONA

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El cordón umbilical que desde el inicio de la vida ha unido a Consuelo Jiménez con su madre, María del Rosario, comenzó a resquebrajarse cuando a la progenitora le diagnosticaron una enfermedad con nueve malditas letras: alzhéimer. Fue hace nueve años y recuerda la fecha con meridiana claridad: “Era la víspera de Todos los Santos e íbamos a recoger unas flores para llevarlas a mi difunto padre”.

Esta cuidadora ha renunciado a su vida para regalársela a su madre.  “Renuncié a mí misma. Me olvidé de todo, me abandoné, me aísle. Cambié los horarios de trabajo y me entregué  totalmente a mi madre. Yo quería que llevara una vida normalizada, respetar su yo. Intenté salvarle y hacer lo más dulce posible la decadencia. Ahora me preparo para su muerte física porque la otra hace años que llegó y tengo miedo de quedarme perdida, vacía”, explica. Consuelo se ha dejado en el camino un par de ingresos de urgencia en el hospital y numerosos varapalos al estado de ánimo.

DIBUJOS Y PUZZLES

Desgrana con serenidad el largo proceso que ha sufrido su madre: “Al principio fue bien porque seguía siendo ella. Luego compruebas que no se reconoce en el espejo y la abrazas, luchas, tiras hacia delante … y ves que no puedes ganar, que tú no puedes vencer al alzhéimer”, relata.

Al principio, hacían puzzles juntas, dibujaban, pero poco a poco todo se iba desvaneciendo. Se le olvidó firmar y desde hace tres años ya no anda. “Mi madre ya no me conoce, pero me reconoce por la sonrisa, por el tacto y percibo que es así por la paz que nos transmitimos”. A Consuelo le dijeron que los enfermos no sufrían, pero ella comprobó lo contrario porque su madre no quería ir al centro de día porque le daba verguënza porque no sabía hacer los puzzles “y sufría”, dice.

La cuidadora se resistió con uñas y dientes al ingreso de su madre en una residencia y apuró hasta el final cuidándola en casa. Cuando se mudó, Consuelo hacía vida en el centro donde vivía María del Rosario, iba a las sesiones de baile, a darle de comer a su madre, a cambiarle los pañales. A la salida escupía toda la rabia que sentía escribiendo poesías. “Sentía que cuando escribía mi madre estaba conmigo”. La terapia literaria ha fructificado en el libro 'La huella de tu olvido' (Editorial Sunya), cuyos ingresos son para luchar contra el alzhéimer y con el que inmortaliza la figura de su madre. Ahora, Consuelo ha vuelto a trabajar, tras alguna baja. El médico le dio un ultimátum: “Si no te incorporas al trabajo, te vas a ir tú antes que tu madre".