"Les digo que no vengan, que Europa es un fracaso"

Este vecino de Arbúcies ha logrado abrir ocho pozos de agua en la región de Kanda, en Senegal. No pudo evitarlo.

«Les digo que no vengan, que Europa es un fracaso»_MEDIA_1

«Les digo que no vengan, que Europa es un fracaso»_MEDIA_1

NÚRIA NAVARRO

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Las personas buenas sienten urgencias morales. A Antoni Ridorsa, un autónomo del ramo de la construcción de Arbúcies, le ocurrió en el 2005. Un buen día, charlaba con su vecino Dulo Balde, un senegalés de Bantandicori -uno de los 65 poblados de la comunidad rural de Kandia- instalado en Catalunya hace 25 años. Balde le preguntó: «¿Por qué no vienes a conocer mis raíces? Ridorsa y unos amigos aceptaron. Lo que vieron allí les heló la sangre. Diez años después, dando brazadas en la crisis, Ridorsa sigue haciendo lo imposible por abrir allí pozos de agua.

-¿Qué vieron sus ojos?

-Condiciones infrahumanas. Eran cuatro cabañas de barro y paja. No había electricidad ni agua potable. Los niños morían por una simple diarrea. Dulo dijo: «¿Qué esperabais?». Al volver sentimos que estábamos obligados a hacer algo. Teníamos que compartir la suerte que teníamos.

-No eran millonarios.

-No. Por eso creamos la Associació de Cooperació per el Desenvolupament de Bantandicori, una microoenegé que en 10 años ha construido ocho pozos de agua potable. Buscar recursos en estos años ha sido tarea difícil. Empezamos llamando a la puerta del ayuntamiento de Arbúcies, que tiene una larga tradición solidaria; al de Sant Celoni, a la parroquia, a la Diputación de Girona...

-Una precisión. ¿Por qué pozos de agua?

-De 169 países, Senegal ocupa el puesto 144 de desarrollo humano. Las necesidades son todas. Con la ayuda de un sacerdote local, se reunieron los ancianos de los poblados y decidieron que era lo que más necesitaban. Para buscar agua potable, las mujeres y los niños tenían que caminar tres o cuatro kilómetros. Cada pozo, con bomba manual, cuesta 6.000 euros. Así que cada día salgo de casa pensando: «Si lograra reunir 15.000 euros este año, podría hacer dos pozos más, ayudar a dos poblados más...».

-No se contentó con los pozos.

-Ya que tenían el pozo, ¿por qué no una zona de cultivo que les permitiera una mínima soberanía alimentaria? Y abrimos dos huertos. Y conocimos a Regina Mnich, una monja polaca que dirige el Centro de Recuperación y Educación Nutricional (CREN) de Vélingara y tiene un hospital de atención a niños desnutridos. Lo que nos sobra de los pozos, lo damos al CREN.

-Le honra, pero con la de senegaleses que hay al lado de casa en situación precaria...

-Por mal que estén los manteros, están mejor que sus familias en los poblados de África. Dan al interruptor y tienen luz. Abren el grifo y fluye el agua. Allí no, y sus gobernantes se quedan de brazos cruzados pensando que ya bajan los occidentales a limpiar sus conciencias.

-Hay quien ayuda lejos y niega cerca.

-El rechazo al inmigrante es propio de un complejo de inferioridad. Todos tenemos la sangre roja y buscamos un futuro mejor para  los nuestros. Si algún sentido tiene nuestra ayuda es tratar de que se queden allí, que sean autosuficientes. Les decimos: «No vengáis, que Europa es un fracaso». Pero no acaban de verlo, porque sus familiares les envían 200 euros -una fortuna-, sin saber las calamidades que pasan aquí.

-¿No siente ni un poco de frustración?

-Hay momentos en los que te desmoralizas y tienes la impresión de que lo que estás haciendo sirve de muy poco.

-Pero persevera.

-Piensas: «Si tú no lo haces, no lo hará nadie por ti». Yo no pretendo solucionar los problemas del continente africano. Solo mejorar el bienestar de 300 personas. Las grandes oenegés hacen grandes proyectos, con grandes recursos, pero luego se van y dejan hospitales sin médicos y escuelas sin maestros. Yo prefiero lo simple y lo directo. Y a cambio, me siento completamente limpio de espíritu.