La filosofía es sexi

El éxito de la serie 'Merlí' de TV-3, en la que un díscolo profesor de Filosofía sacude las mentes adolescentes, pone el foco sobre una disciplina que durante 2.800 años ha pasado por la piedra lo establecido, pero que en este siglo se ha relegado al cuarto de las escobas. Esta semana los docentes se han sumado a su defensa con un manifiesto que ha reunido 20.000 firmas. «De lo que no se puede hablar, hay que callar» «Dios puede hacer todo lo que, al ser hecho, no incluye contradicción» «El infierno son los otros» «Lo que es racional es real, y lo que es real es racional» «Ama y haz lo que quieras» «Ningún hombre puede bañarse dos veces en el mismo río» «Pienso, luego existo» «La religión es el opio del pueblo» «El hombre más poderoso es aquel que es dueño de sí mismo» 10 2 3 4 5 6 7 8 9 1

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NÚRIA NAVARRO

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No hay que encargar aún la mortaja. Después de que el plan Bolonia inyectara agua en las arterias de la carrera de Filosofía y de la letal patada en el trasero que el ministro Wert le ha propinado en la LOMCE -por ser una disciplina que «distrae» a los jóvenes-, puede que haya maniobras de reanimación que la Academia no había previsto. A saber: 1/ la serie de TV-3 Merlí está logrando que los jóvenes levanten la cabeza de sus smartphones, y 2/ la hedonista Carlota Casiraghi -prescriptora de casi todo- llama la atención como organizadora de encuentros filosóficos en Mónaco. ¿El anzuelo sexi repescará el adormilado espíritu crítico?

Ojalá. Decía Sócrates en el siglo V a.de C. que «una vida que no es examinada, es una vida que no merece ser vivida». Y durante 2.800 años la filosofía ha tratado de «examinar» su tiempo y de poner en duda las ideas heredadas. Una tarea capital porque, como recuerda el divulgador Alain de Botton, «los pensamientos defectuosos formulados con autoridad -en la época de Pericles y en la de Juncker, también- suelen imponerse durante mucho tiempo con la contundencia de los sensatos». El propio Sócrates, Hypatia de Alejandría o Galileo pagaron caro desfiarlos. Sin embargo, alerta Manuel Cruz, catedrático de Filosofía de la UB, en estos tiempos enajenados «es como si colectivamente hubiéramos renunciado a comprender el mundo».

Friedman ganó a Descartes

El lanzamiento de la toalla generalizado empezó en los años 70 con el inicio de la doma mercantil. Opina el cineasta Álex de la Iglesia, licenciado en Filosofía por Deusto, que fue creciendo «el interés económico por idiotizar a la peña», rejoneándola con la idea de que la felicidad estaba en el consumo,hasta llegar a esta globalización neoliberal que, según el sociólogo César Rendueles, «es la historia de cómo el 99% entregamos voluntariamente el control de nuestras vidas a fanáticos con una concepción delirante de la realidad social». Milton Friedman ganó la partida a René Descartes. Y «nos acomodamos a la incertidumbre», renunciando a intervenir en el mundo, insiste Cruz. «Es lo que hay», repetimos, encogiéndonos de hombros.

¿Ha llegado el momento de reclamar la soberanía racional.

El problema es que, así, a pelo, la filosofía da miedo, pereza o suena inútil. O todo junto. «¿Podemos en realidad conocer el universo? -se preguntaba Woody Allen, que algún curso de filosofía hizo-. ¡No perderse por Chinatown ya es bastante difícil!». Pero los fondistas del pensamiento siempre han dado ánimos. Lo hizo al inicio de su Metafísica Aristóteles, el crack que en el siglo IV a. de C. inventó la ética pero también estudió obsesivamente al bogavante: «Todos los hombres tienden por naturaleza a mirar». O como dice hoy Manuel Cruz, el pensamiento siempre parte de «la experiencia del asombro». ¿Y qué nos asombra? Todo. A todos. El desamor, las mentiras institucionales, que los ciudadanos paguen los desmanes del mercado, la dominación, la violencia machista, la persistencia del mal.

El pene de Foucault

Repasemos cómo se enrolaron en la filosofía los que han hecho del pensamiento su forma de vida. Paul B. Preciado (Burgos, 1970), el filósofo que ha puesto patas arriba la identidad de género, cuenta que, como muchos niños del posfranquismo, nació en una casa donde no había libros, «y menos de filosofía». Su primer encuentro fue en el bachillerato, gracias a un profesor, Mario,que enseñaba en su instituto burgalés. A través de sus «magníficas clases», con 16 años, se aficionó a bucear en Feuerbach, Schopenhauer, Freud, Marx, Engels y Montaigne. «Recuerdo que al leer la Ética de Spinoza y Así habló Zaratustra de Nietzsche me asaltó un sentimiento de belleza y libertad incomparables», explica. Pero su entrega definitiva afloró con la lectura de Michel Foucault. «Tuve un sueño en el que veía a Foucault entregándome su pene cortado, de color azul, en una urna y diciéndome: 'Ahora es tuyo'. Ya sé, no es una llamada vocacional convencional, pero fue definitiva». Menos inguinal fue el arrebato de Victoria Camps (Barcelona, 1941), catedrática emérita de Ética de la UAB. Su apetito no lo despertó ni un profesor, ni una lectura, ni un filósofo. «Me cautivó una disciplina que había hecho de la pregunta sin límite su razón de ser». Más sueltos fueron los inicios de los ubicuos Fernando Savater y José Antonio Marina. Savater (San Sebastián, 1947) se apuntó a Filosofía y Letras para estudiar literatura, pero la gramática y el latín le provocaban bostezos, y se pasó a la filosofía «un poco para ver qué era eso» hasta convertirse en adicto. Y Marina (Toledo, 1939) admite que de zagal le apasionaba más el baile que la filosofía, pero se dio cuenta de que «pensar bien era como bailar».

Razón y acción

Otros vieron en la filosofía carburante para la acción. A Rafael Argullol (Barcelona, 1949), catedrático de Estética de la UPF, le sedujo el talante «explorador» del pensamiento: reunía «acción y contemplación al mismo tiempo». Y Marina Garcés (Barcelona, 1973), profesora de Filosofía de la Universidad de Zaragoza, se enganchó por una mezcla de crisis juvenil, que le hacía sentirse «desencajada del mundo y de los otros»; de compromiso social, que le pedía «buscar vías de acceso, de comprensión y de transformación de la realidad», y por el impacto de un buen profesor en COU, a través del cual percibió, «más que entender», que la filosofía sería importante en su vida. «Nunca me alegraré lo suficiente de haber seguido ese triple impulso».

Y luego están los que se licenciaron y ejercen fuera de las aulas. «Cuando era adolescente un verano cayó en mis manos una biografía de Simone de Beauvoir que leía mi madre. La devoré. Me fascinó su valentía, su radical compromiso con la libertad y el feminismo, su relación con Sartre. Creo que fue una lectura iniciática que me enseñó a cuestionar las convenciones y el orden social y me animó a pensar por mi cuenta». Quien lo explica es Ada Colau (Barcelona, 1974), activista sin cuartel de la PAH y hoy alcaldesa de Barcelona. En su toma de decisiones, confiesa, siempre tiene en mente una frase de Camus: «En las profundidades del invierno finalmente aprendí que en mi interior habitaba un verano invencible».

Los siete tienen un punto en común: quedaron atrapados en la juventud, un  momento hormonal (e insolente) ideal para cuestionarlo todo. Pero desde la  Atenas clásica se sabe que la mejor forma de controlar la mente humana es  deformarla desde niños. No hay modo más eficaz de obtener la conformidad con el  statu quo que minar el ejercicio de dudar. Para empeorar las cosas, hoy los  adolescentes reciben una tromba de mensajes simples. «Uno de los peligros del  desarrollo intelectual de los jóvenes es el exceso de información y el olvido  del pensamiento», alerta el catedrático Lledó en el reciente libro Pensar  es conversar (RBA), quejoso de que el turbocapitalismo interprete a las  personas como «mercancías» y la universidad se haya  «empresarializado».

«El poder crea realidad y en muchísimas  ocasiones crea una realidad falsificada», argumenta, disgustado con ese  discurso que enaltece el acopio de másteres y la emprendeduría, recordando que  «emprendedores» también fueron los constructores «que destruyeron la  costa» y los que han hecho que «la gente se hipoteque para tener una  casa». El filósofo asegura que «si carecemos de pensamiento filosófico en  el sentido de crítica, discernimiento y análisis, por muchos datos que tengamos,  estaremos más silenciosos, olvidados y desorientados».

Tatuar el  espíritu crítico

Aun agotada por los recortes y los cambios de compás, a la  comunidad educativa le preocupa ese «silencio». Benet Martín, tutor de  cuarto de ESO de la Escola Virolai de Barcelona, que recomendó a los alumnos la  visión de Merlí desde el primer capítulo, defiende: «¡Hay que  tatuarles el espíritu crítico!». 

Martín, que tiene un aire  merlinesco y fue maestro del humorista David Guapo, resume: «Si no hay  un espacio para el diálogo que haga tambalear nuestros cimientos, apaga y  vámonos». Pero advierte de que la educación a menudo es como el salmón, nada  a contracorriente de la sociedad: «Estamos volcados en hacerles pensar, pero  los alumnos vienen con ideas preconcebidas de casa y de la calle». Por eso  considera que «la mochila debería empezar a llenarse pronto», porque lo  que llega después «es difícil de reorientar». Conscientes de eso, más de  un centenar de escuelas de Catalunya y Baleares convierten el aula en ágora  desde P-5(ver el reportaje anexo).

Cierto. La filosofía no consigue  un trabajo bien remunerado, un vestidor bien provisto o una entrada de tribuna  para la final de Champions.

Pero al astrofísico, al abogado o al  tornero-fresador les vacuna contra la alienación, la servidumbre, el  enquistamiento de los prejuicios, el miedo. Más aún cuando «hay riesgo de  encaminarnos hacia un feudalismo tecnológico», a juicio del filósofo Javier  de Lucas. Y encima es gratis.