El infierno en la nevera

Una educadora social detalla los perfiles de las personas con trastorno alimentario

TONI SUST / BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

X es una chica de 25 años. Llega de forma voluntaria a la entidad que la tratará, aunque es probable que haya habido alguna presión en la familia, que se enteró de su problema un año después de que empezara. Las menores de edad que piden ayuda suelen llegar porque las traen sus padres.

X lleva con la anorexia nerviosa desde los 14 años. La miras y tiene infrapeso, pero no severo. Si te cruzas con ella por la calle, no te girarías alarmado por su extrema delgadez, porque no la presenta. En la mayoría de casos de trastorno de la conducta alimentaria (TCA) esta condición no se aprecia visualmente. X tiene una personalidad autoexigente, perfeccionista. Brillante, tiene estudios superiores y un trabajo con responsabilidad. Restringe la comida que consume: no ingiere el volumen de alimentos que su cuerpo necesita. No lo hace voluntariamente, aunque lo piense. No es capaz de flexibilizar su conducta. Si come algo que cree que no debería haber comido, su nivel de ansiedad se dispara. Siente angustia, miedo patológico, fobia. Sufre mucho y esconde el sufrimiento. Sabe adaptar su vida a la enfermedad. Limita su vida social, registra muchos fracasos sentimentales.

Quien detalla el perfil es Marta Andújar, educadora social especializada en trastornos de la conducta alimentaria. Es coordinadora en la Associació contra l'Anorèxia i la Bulímia (ACAB) y asume labores de acompañamiento a las personas atendidas por la entidad. Tiene mucho que decir sobre X, pero se detiene un segundo en el otro perfil mayoritario, el de Y.

Y es una mujer de 30 años y nadie sabe que tiene un problema. Cuando se presenta en la entidad revela que es la primera vez que explica que es bulímica. Y eso que empezó a los 15 con la anorexia. Es más inestable que X, más caótica. No puede mantener la misma rigidez, no puede limitar del mismo modo la ingesta. Se harta de comida y sufre por ello. Se siente culpable, lo vive con mucha vergüenza.

Dice Andújar que hay mujeres casadas desde hace 10 años, con dos hijos, cuyos maridos no han descubierto que son bulímicas. Porque durante el día, una bulímica puede mantener una alimentación que no llame la atención. Cuando los hijos y el marido se van a dormir, se come dos cajas de galletas y una pizza. Luego lo elimina, lo vomita. Después, es presa de un agotamiento total. Se levantará al día siguiente, pero otras mujeres más jóvenes no lo logran.

Estos son los perfiles de las personas que sufren anorexia y bulimia, a menudo identificados visualmente con esa chica con un infrapeso alarmante que amenaza su vida. Sin embargo, Andújar esgrime estadísticas: «El 6% de las mujeres de 12 a 25 años sufren un trastorno de conducta alimentaria. Y de ese 6%, otro 6% acaba falleciendo por esa causa». La inmensa mayoría de los afectados no lo parecen a simple vista, lo que dificulta la detección precoz del problema, que facilitaría el tratamiento.

No es casual que X e Y sean mujeres: lo son un 90% de los que sufren este tipo de trastornos, algo que se explica, dice Andújar, por «la mayor presión de la sociedad sobre las mujeres en esta cuestión». El aislamiento es una consecuencia. La falta de autoestima, una causa. «Normalmente, viven en familias en las que la autoexigencia es compartida y se retroalimenta». Pero la educadora social precisa que no por ser autoexigente se sufre un trastorno de control alimentario: «Es una enfermedad multicausal».

«¡QUÉ BIEN QUE COMES!»

X e Y, prosigue Andújar, «comieron mal de pequeñas. Tuvieron una relación conflictiva con la comida». ¿Cómo empezó su trastorno? «En el 99,9% de los casos empezó por una dieta restrictiva». El ambiente no ayuda, denuncia, porque la sociedad valora tanto las dietas restrictivas que al que come poco, quizá enfermo, le pueden acabar diciendo: «¡Qué bien que comes!»