testigo directo

El riesgo de llegar hasta el fondo

La camaradería de los espeleólogos es difícil de explicar a los extraños. La muerte de dos andaluces que practicaban el barranquismo en el Atlas de Marruecos ha marcado los últimos días de un colectivo que convive con el riesgo pero siente auténtica pasión por el mundo secreto que se esconde bajo tierra. El presidente de la Federació Catalana d'Espeleologia, Hilari Moreno, que estuvo en contacto con el cuerpo de élite enviado a Marruecos, corrobora que el rescate llegó tarde.

valor.  Hilari  Moreno, experimentado espeleólogo y autor de este artículo,en la Cova Urbana de Tarragona, utilizada como mina de agua durantela época romana.

valor. Hilari Moreno, experimentado espeleólogo y autor de este artículo,en la Cova Urbana de Tarragona, utilizada como mina de agua durantela época romana.

HILARI MORENO

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En Marruecos falló la diplomacia. La burocracia se llevó dos vidas. Quizás no se pudo hacer nada por Gustavo Virués, el primer espeleólogo que falleció, pero siempre nos quedará la duda de si el segundo, José Antonio Martínez, pudo haberse salvado. Marruecos no contaba con técnicos de rescate suficientemente preparados. El Grupo de Rescate Especial de Intervención en Montaña de Jaca, sin duda los más preparados de los nuestros, llegó a Marruecos el viernes, pero no les dejaron intervenir hasta el domingo.

Yo he tenido línea directa con la Guardia Civil de Jaca en todo momento. Explicaban que el relieve del Atlas es muy duro y que en ese momento había mucha agua. La caída de los tres andaluces debió de ser muy dura y las heridas, complicadas. Aun así, no se hizo bien. Hubo un momento en que los rescatadores tuvieron que ser rescatados. Los técnicos marroquíes estaban muy poco preparados y nuestro grupo tuvo que sacar de la cuerda a dos de ellos para evitar dos muertes más.

A todos los espeleólogos que organizan expediciones a según qué países, donde no hay grupos de rescate, siempre les digo que han de ser autosuficientes. El riesgo siempre está presente. Ni más ni menos que para cada persona que coge el coche cada día para ir a trabajar. La formación minimiza el riesgo aunque, por muy preparado que estés, estás expuesto.

Siempre pueden pasar cosas. El pasado octubre, el espeleólogo madrileño Cecilio López viajó a la selva de Perú con una expedición científica. El presidente de la Federación Madrileña de Espeleología me llamó. Tres o cuatro espeleólogos catalanes se desplazaron a Perú, pagando el viaje de su bolsillo, para ayudar. Se sumaron otro medio centenar de espeleólogos de todas partes. Estaban más formados que el Ejército peruano, pero no les dejaron intervenir. El caso fue bastante similar al de Marruecos, pero probablemente Cecilio se salvó porque sus lesiones no eran tan graves. Si no, ¿cómo iba a aguantar 12 días en una cueva?

A menudo, cuando hay un accidente aparecen tantos voluntarios que casi se estorban entre sí. Creo que es muy difícil de entender para las personas que no conocen la espeleología. Será porque no es un deporte  competitivo. Cuando entras en una cavidad dependes de tus compañeros. No es algo en lo que pensamos, pero todos somos conscientes de que nuestra vida depende del otro y que debemos ayudarnos. Si la ruta por la cavidad es larga, siempre estamos pendientes de si los compañeros van bien. Yo suelo repetir en todos los cursillos de formación que si en una cueva entran cinco, salen cinco, y si alguno sale solo es porque es necesario pedir ayuda al exterior. Para mí, los amigos que se hacen practicando espeleología son los mejores.

Entré en el mundillo en 1969, a los 18 años. Mi cuñado me llevó a la Simanya Gran, en Sant Llorenç de Morunys. Tan solo tiene 400 metros, es una cueva que sirve para iniciar a los niños, pero a mí me pareció un mundo gigantesco. Después fue el Emili Sabaté, un clásico, en el Garraf. Allí estaba yo, con mis tejanos, un casco de paleta con una linterna enganchada y mi electrón, la escalera que se usaba antiguamente, antes de que las cuerdas fueran lo que son ahora. En aquel momento yo entendí que la espeleología sería una parte importante de mi vida para siempre. Gracias a este deporte he viajado por medio mundo y todavía me siento en forma.

Tengo la máxima titulación en espeleología. Lo mío siempre ha sido la técnica y como llevo muchos años he tenido que reciclarme varias veces. Aprendía a subir cuevas con la electrón, después con la técnica de la bicicleta y al final con la oruga, como se asciende ahora.

Creo que esta obsesión por la técnica tiene bastante que ver con un episodio que me ocurrió a principios de la década de 1970. Fui a bajar el Avenç de la Verdor, en Vallirana, con dos compañeros y encontramos a un grupo de Badalona que hacía un cursillo de iniciación muy cerca, en Pou d'Esquirols. Nos dijeron que un chico de 14 años había sufrido una caída y nos pidieron ayuda.

Bajamos tres. El primero vio sangre sobre una repisa y me dijo que no se sentía capaz de avanzar más. Yo iba detrás y seguí hasta el fondo del pozo. Moví el carburero que llevaba para iluminarme y vi sus botas, unas chirucas. Han pasado muchos años pero conservo la imagen intacta. Era el primer muerto que veía en mi vida. Instintivamente hice algo ridículo. Le quemé los dedos con la llama del carburero. Esperaba que reaccionara.

La Guardia Civil me esperaba arriba. Yo estaba blanco y me dieron un trago de coñac. Quería volver a casa, donde me esperaba mi mujer. Estaba recién casado. Aquello me afectó muchísimo. Mi compañero, el primero de la cordada que no se atrevió a bajar, no volvió a practicar espeleología y no supe más de él. Yo lo retomé al cabo de tres meses. Los compañeros me convencieron de que, a pesar del riesgo, las cuevas merecían la pena. Pero aquel episodio me dio una gran noción de la realidad. Algunos jóvenes se toman los deportes de montaña como un juego, pero la preparación es básica. En los cursos suelo decir que a la naturaleza se la puede combatir, pero nunca desafiar.

En 1999 asumí la presidencia de la Federació Catalana d'Espeleologia y decidí constituir un equipo de espeleosocorro. El rescate se había organizado hasta entonces de forma voluntaria y de manera más o menos informal. Si había algún problema en la montaña, como que alguien se accidentara o un grupo se perdía en la montaña, llamaban a los conocidos más expertos y estos acudían.

Yo recluté a espeleólogos con mucha experiencia y mucho nivel, como Jordi Gual, Luis Domingo o José Castaño para formar el grupo. Durante dos años contamos con una subvención del Consell General de l'Esport para pagar formación y comprar material, como un equipo de telecomunicación y una camilla. Seguimos ofreciendo toda la formación posible y organizando jornadas de simulacro en colaboración con Aragón, pero el proyecto se estancó por las dificultades para firmar un convenio.

La potestad de los rescates en Catalunya recae sobre los bomberos. Si hay algún cadáver, los Mossos d'Esquadra toman el mando. Es complicado porque la relación entre los dos cuerpos es distante. Nuestra idea era firmar un convenio con el cuerpo de bomberos, como tienen otras federaciones, y colaborar en los rescates, pero ellos son reacios. Intervienen temas de responsabilidad civil. ¿Si hay algún problema de quién es la culpa?

Con los bomberos hay buena relación y nos han propuesto realizar salidas juntos, pero de convenio, nada. Y este sería un arma para mí, para el equipo de expertos, para seguir mejorando en formación y ayudar a financiar rescates, que a menudo dependen de la voluntad del colectivo de espeleólogos.

Yo he participado en algún rescate donde los bomberos me han dicho que no sabían muy bien que estaban haciendo ahí, cuando hay espeleólogos más preparados para realizar un rescate. En una de esas ocasiones, los rescatadores tuvieron que pedir material a los compañeros que había en la boca, porque llevaban material para bajar, pero no para subir.  Yo suelo decir que no me importa quién toma el mando en un rescate. Solo me preocupa el compañero o compañera que hay abajo.

Desde hace dos años coordino la Confederación de Espeleología y Cañones, el organismo estatal. Miro con envidia a la Federación Aragonesa de Espeleología, la referencia, porque tiene una colaboración perfecta con el Grupo de Rescate de Alta Montaña, y también a otras federaciones más pequeñas, que han firmado convenios.

La espeleología entró en España a través de un capellán catalán llamado Norbert Font Sagué, que en 1897 exploró la cueva de Can Sadurní, en Begues. Catalunya también tuvo la primera federación en el Estado, que a día de hoy es la más potente, con 1.700 licencias. También el primer club, el Grup d'Exploracions Subterrànies del Club Muntanyenc Barcelonés, de 1948. Somos una referencia. Me consuela pensar que quizás no hemos tenido demasiados accidentes por toda la labor de formación que se ha hecho hasta ahora, pero si lo hubiera no hay un convenio para aprovechar el talento con el que contamos. Los expertos deben quedarse en la boca de la cueva.

Trascripción: Eva Melús.