MITOS Y VERDADES DEL LADO OSCURO DE LA HISTORIA

Brujas y bandoleros

Viladrau ahorcó a 14 mujeres acusadas de hechiceras entre 1620 y 1622, la mayor matanza de ese tipo en Catalunya El famoso bandido Serrallonga nació en ese pueblo del Montseny

La masía Sala de Viladrau, donde nació el bandolero Serrallonga.

La masía Sala de Viladrau, donde nació el bandolero Serrallonga.

FERRAN COSCULLUELA
VILADRAU

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Cuando se pasea por los tupidos bosques de las Guilleries y el Montseny es fácil dejar volar la imaginación y vislumbrar en recodos y caminos personajes que fueron de otra época pero cuya presencia aún permanece en ese abrupto territorio a caballo entre las comarcas de Osona y la Selva. Hace cuatro siglos, brujas y bandoleros se convirtieron en leyenda en estos parajes, donde vivió uno de los salteadores de caminos más famosos, Joan Sala, Serrallonga. La masía en la que nació todavía se mantiene en pie en Viladrau, un pequeño pueblo que en solo dos años (1620-1622) ahorcó a 14 mujeres acusadas de hechiceras. La mayor matanza de brujas que se ha perpetrado en Catalunya.

«Dicen que la noche del 2 de noviembre de 1617 hubo una reunión de brujas en los bosques de Sant Segimon. Hacían pócimas, se ponían ungüentos, bebían infusiones de plantas y llegaban al éxtasis. Al cabo de unos días se produjo una granizada tremenda que destruyó todas las cosechas y a partir de aquí hubo una cacería de brujas, a las que se culpó de aquel desastre», explica Imma Gómez, concejala de Cultura de Viladrau, que quiere recordar el hecho histórico con nuevas rutas turísticas.

Siempre habrá dudas sobre si el aquelarre llegó realmente a producirse, pero los interrogatorios bajo torturas y la matanza de mujeres están bien documentados (se conocen los 14 nombres), así como la cadena de inclemencias meteorológicas que tuvieron lugar aquellos años. «Entre 1615 y 1617 hubo una pequeña edad de hielo que propició grandes inundaciones. En Catalunya se habla del año 1617 como del Año del Diluvio. Una sucesión de años fríos y granizadas arruinaron las cosechas. El malestar que generaron esas desgracias se focalizó en aquellas mujeres, a las que se acusó de ser culpables de todo y de haber pactado con el diablo», comenta Quim Mateu, historiador del Museo Etnológico del Montseny, en Arbúcies.

Ritos paganos

El siglo XVII fue una época de cambios con constantes crisis políticas. Un periodo convulso en el que la Iglesia quiso mostrar su poder contra los movimientos reformistas y en el que se intentaron eliminar los ritos y conocimientos paganos. Las mujeres conocedoras de remedios naturales para paliar dolencias y enfermedades, comadronas y parteras, viudas desprotegidas, mendigas y otras muchas mujeres fueron denunciadas por sus vecinos y por los tribunales locales, que a veces eran peores que los eclesiásticos, y llevadas a la muerte tras un tormento horroroso.

Antes de colgarlas, se las sometía a interrogatorios brutales para que delataran a sus cómplices, en presencia del juez, el fiscal, un médico y un verdugo, que las colgaba de las muñecas, con las manos a la espalda, o del dedo pulgar, a medida que les iba cargando peso. Las estiraba hasta casi descuartizarlas en un banco de tortura o les quemaban los pies tras embadurnárselos de grasa. Muchas confesaban lo que querían oír sus verdugos antes de ser torturadas, pero otras, como la viuda Elisabet Martí, de 70 años, soportaron hasta 11 tormentos sin acusar a nadie.

En aquellos días, Joan Sala, Serrallonga, perpetró uno de sus primeros asesinatos al acabar con la vida de un vecino que lo había delatado. Un crimen que propició su huida y su conversión en uno de los bandoleros más famosos de Catalunya hasta que fue capturado en las cercanías de Santa Coloma de Farners en 1633 y decapitado en Barcelona un año después.

Al contrario de las visiones edulcoradas de la literatura romántica del siglo XIX, que pintaban a este forajido como un intrépido Robin Hood catalán, que robaba a los ricos para dárselo a los pobres, el sacerdote e historiador Antoni Pladevall lo retrata como el líder de una banda de malhechores más parecida a los Hermanos Dalton y otros forajidos, en su obra Algunes notícies sobre el bandolerisme a Arbúcies.

Tras estudiar procesos judiciales a los que fueron sometidos, Pladevall asegura que el bandolero «era poco más que un simple ladrón de camino real, que mataba y robaba sin ningún escrúpulo». Muchos payeses ricos, y a veces hasta nobles y eclesiásticos, se servían de ellos para asesinar a vecinos con los que mantenían disputas. Durante los interrogatorios, comenta Pladevall, los bandidos solían delatar a los hacendados que los habían contratado, pero mientras los ladrones acababan en la horca, los inductores, añade, «se libraban del castigo pagando una multa».