Análisis

Un fallo inaceptable

La infección de Madrid tendrá repercusiones importantes en la predisposición de los profesionales sanitarios a atender a los enfermos de ébola y en la confianza de la ciudadanía en el propio sistema sanitario

JORDI CASABONA

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Pese a que los brotes de fiebre hemorrágica por el virus del ébola (FHVE) en África siguen devastando las poblaciones de los países afectados, hacía días que los ciudadanos españoles no sabíamos nada de la evolución de la epidemia. Cuando los hechos están lejos, las noticias son efímeras. De repente, no obstante, el virus del ébola (VE) ha salido a las calles de Madrid y vuelve a ser el protagonista en todas las portadas del país.

Europa debe estar preparada para un goteo de casos esporádicos de viajeros internacionales y cooperantes infectados, a los que, por cierto, por una cuestión de ética y de estética internacional -pese a las críticas y en ausencia de condiciones sanitarias adecuadas ahí donde viven- hay que seguir repatriando (a ser posible, antes de llegar a estadios avanzados de la enfermedad, como ha sucedido en los dos casos españoles). Ya ha pasado en España, Alemania, Francia, Gran Bretaña y EEUU. Lo que ciertamente no entraba en el cálculo de probabilidades era que se infectara un profesional sanitario de los que atienden a los enfermos con FHVE, como ha sucedido en Madrid. Es inaceptable que en un país de Europa occidental haya un error en la aplicación de los protocolos de seguridad, lo que confirma un cierto grado de improvisación en su aplicación. La auxiliar afectada ha reconocido que se tocó la cara al quitarse el traje protector, pero todo el personal involucrado debería haber tenido la suficiente sensibilización, formación y supervisión en cada uno de los procedimientos para que no hubiera ocurrido este error. El hecho tendrá repercusiones importantes en la predisposición de los profesionales sanitarios a atender a estos enfermos y en la confianza de la ciudadanía en el propio sistema sanitario.

Pero hoy por hoy el reto más importante está fuera del hospital. Como ha ocurrido en EEUU, hay que hacer un exhaustivo estudio de contactos de todas aquellas personas que se hayan expuesto a los fluidos de la afectada durante las últimas semanas. Para ello son necesarios la colaboración ciudadana y buenos equipos de epidemiólogos de terreno. Un colectivo que en España -por el hecho de trabajar en el anonimato de las administraciones y sin bata blanca- a menudo lo hace con menos medios y reconocimiento que sus homólogos asistenciales. Identificar y eventualmente tratar a los posibles contactos infectados es clave para evitar un brote epidémico autóctono. Por su excepcionalidad y trascendencia, seguro que se hace y se hace bien. Pero no debemos olvidar que esto también se aplica a cualesquiera otras enfermedades transmisibles de persona a persona, que, como la tuberculosis o las infecciones de transmisión sexual, son mucho más frecuentes. Por eso esta crisis del VE es una buena oportunidad para poner en valor a los profesionales de la salud pública y asegurar su formación. La plausibilidad de un brote descontrolado de FHVE en nuestro contexto es bajísima, pero como dice el dicho popular y una máxima en el sector, prevenir es mejor que curar. Los 75 millones de pasajeros que cada año pasan por los aeropuertos de Madrid y Barcelona conjuntamente así lo aconsejan.