La calidad de la escuela

Cien años de Montessori

El reputado modelo italiano cumple un siglo en Catalunya en pleno debate pedagógico

M. J. I.
BARCELONA

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Con solo 17 meses, los alumnos que acuden a la escuela Montessori-Palau de Girona, un centro privado que aplica el método desde 1967, asisten cada día a las aulas conocidas como de vida práctica. «Como ven, las actividades que desarrollan son muy sencillas: unos preparan la comida; otros, friegan; aquellos construyen una torre con piezas de madera... Allí tienen el área de lenguaje y, hacia la derecha, un espacio para trabajar la motricidad», explica Montse Julià, la coordinadora pedagógica de los ciclos de infantil y primaria en el colegio, mientras muestra a un grupo de visitantes las evoluciones de los pequeños. Calzados con protectores plásticos sobre los zapatos, el grupo comprueba que en la sala reina un silencio insólito, que cada niño practica una actividad distinta y que las cuatro profesoras que los supervisan dan instrucciones -o mejor, las susurran- en castellano, catalán, inglés y esporádicamente en alemán.

Una de las claves del éxito del modelo Montessori, cuenta Julià, es la alta capacitación con que llegan los maestros, la atención individualizada que reciben los alumnos -«aunque las ratios de estudiantes por aula no son necesariamente bajas», remarca- y, sobre todo, el método y los materiales educativos con los que, convenientemente guiados por sus profesores, los niños desarrollan habilidades y adquieren conocimientos. «Todas las actividades que hacen en la escuela incorporan elementos del lenguaje, de la motricidad y de imaginación», indica la pedagoga.

El rol de los padres

El método implica también a las familias, que han de desempeñar también un papel clave. Nada de padres sobreprotectores. «De poco sirve enseñar a los niños a ser autónomos, si luego, cuando salen del cole, es su padre o su madre quien acaba cargándose la mochila a la espalda», subraya Laura, una de las profesoras del centro.

La escuela de Girona ha sido designada como la sede estos días de los actos programados con motivo del centenario de la llegada a Catalunya del método diseñado por la pedagoga italiana Maria Montessori, que en 1907 abrió en Roma su primera Casa de Niños.

«La llegada de la escuela Montessori a Catalunya es la consecuencia de una doble coyuntura», explica el profesor de Historia de la Pedagogía en la Universitat de Vic Joan Soler. «En primer lugar, Catalunya estaba viviendo el Noucentisme, un movimiento que miraba con mucha atención hacia Europa y todo lo que allí estaba sucediendo. Y, en segundo lugar, estaba la Mancomunitat de Catalunya [nacida en 1914], que se había propuesto construir el país a través de la educación», explica Soler.

Como en Italia, también la primera escuela Montessori de Catalunya acogió a niños de barrios pobres. Fue el método que se instauró en la escuela de la Casa de la Maternitat. «El encargado de ponerlo en marcha fue Joan Palau, pero ya al año siguiente, siete maestros de Barcelona fueron enviados a formarse a Italia», prosigue el profesor.

Desde entonces, la relación de Montessori con la escuela catalana ha sido estrecha, agrega. «Fue determinante, por ejemplo, su relación con los movimientos de renovación pedagógica de las décadas de 1950 y 1960, cuando pese a la dictadura franquista, la escuela catalana empezó a desarrollar una personalidad propia», indica Soler. El problema, concluye, es que «en la escuela pública, salvo honrosas excepciones, algunas de esas metodologías tan pioneras se han perdido con el paso del tiempo».