Iniciativa solidaria en la educación superior

Universitarios de la UB ayudan a estudiar a compañeros con cáncer

MARÍA JESÚS IBÁÑEZ / Barcelona

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Fue hace ya seis años cuando Lola Josa, profesora de Literatura Española en la Universitat de Barcelona (UB), hizo la observación. «Un día me paré a pensar qué podía estar pasando con los alumnos que, de repente, dejaban de aparecer por clase», rememora. «Y caí en la cuenta de que alguno quizá no venía porque había caído enfermo, gravemente enfermo. No me pareció justo suspenderle por eso», agrega. Por eso, «porque la vida sigue y la enfermedad es solo una circunstancia que no tiene por qué hipotecar a un joven para el resto de su vida», Lola Josa puso todo su empeño en un programa solidario,  que bautizó con el nombre de Studia y que desde el 2010 permite a los alumnos continuar sus estudios mientras están hospitalizados o siguen, ya en casa, el posterior y muchas veces doloroso tratamiento.

La iniciativa, que tiene el respaldo del vicerrectorado de Estudiantes de la UB, ha contado ya con una treintena de usuarios -«estudiantes universitarios, pero también de ciclos formativos y del conservatorio», precisa la profesora-, jóvenes afectados, todos ellos, por el cáncer. Alcanzada la madurez, la universidad plantea ampliar el proyecto a otros posibles beneficiarios, «como las víctimas de accidentes graves que requieran de un largo ingreso hospitalario», apunta la promotora.

A Anna Figueras, 22 años, le comunicaron en noviembre del 2009 que sufría una aplasia medular, un tipo de enfermedad oncológica que afecta a las células de la médula ósea y que puede ser detonante de la leucemia. Fue un jarro de agua fría. Y lo recuerda con toda nitidez. «Estaba entonces en segundo curso de Administración y Dirección de Empresas y acababa de aprobar los exámenes parciales del primer semestre. Estaba tan contenta, tan satisfecha y con tantos proyectos…», relata ahora, ya «estabilizada» de su dolencia.

Entre visita y visita

Tras el diagnóstico, la enfermedad lo fue todo. Dejó de hacer deporte, empezó el peregrinaje de médico en médico y abandonó la carrera. «¡Me daba tanta rabia pensar que iba a perder el curso!», recuerda. Hasta que en el Hospital Clínic de Barcelona, el doctor Francesc Casas le habló del Studia. «Me pareció estupendo. Pude ir estudiando entre visita y visita al hospital y ese mismo junio, ya en mi casa, hice los exámenes finales», dice. Se sacó casi todo el curso, «menos una, la Contabilidad, porque recomendaron dejarla para más adelante», explica.

A Gastón Gilabert siempre le ha gustado eso de participar en proyectos solidarios, ser miembro de alguna oenegé y sentirse útil echando una mano. A sus 28 años, ya licenciado en Derecho y en Literatura por la UB y mientras trabaja en su tesis doctoral sobre estudios literarios, lingüísticos y culturales, Gilabert ejerce de coordinador académico y responsable de los voluntarios del programa Studia. «Somos seis personas fijas y un número variable de eventuales», cuenta. Su misión consiste en ser intermediarios entre el profesor y el estudiante hospitalizado y proporcionar a este los apuntes necesarios. «En mi caso, incluso  me toca ejercer de vigilante mientras el alumno hace un examen y, luego, llevárselo al profesor para que lo corrija», detalla Gilabert.

Luchar contra el secuestro

«Que una persona de 20 años tenga que estar luchando, a destiempo, contra una enfermedad como el cáncer es un secuestro en toda regla. Nosotros les animamos a que luchen contra ese secuestro», subraya Lola Josa. Junto a ella trabaja el oncólogo Francesc Casas, que se encarga de las labores de detección e información del programa a posibles usuarios. De momento, están en el Clínic y el Institut Català d'Oncologia.

Los estudiantes voluntarios, los intermediarios, son alumnos de la UB de distintas disciplinas, normalmente alumnos de doctorado. Su función va, en algunos casos, más allá de la de ser meros transmisores de libros y de apuntes. «Como son alumnos de tercer ciclo y están haciendo investigación, pueden organizar e impartir actividades de refuerzo y seminarios específicos para los hospitalizados», indica Gilabert.

Esas clases particulares en una habitación de hospital tienen, además, un efecto psicológico positivo, «en unos chicos que se encuentran en un estado anímico muy frágil», señala Lola Josa. Para los que miden la vida de forma más materialista, la promotora aporta una razón más: «Los beneficiarios del programa son, en definitiva, estudiantes que han pagado una matrícula y que, por lo tanto, están en su pleno derecho a ser examinados», observa.

Para Anna Figueras, a la que ahora ya solo le falta una asignatura para terminar la carrera, «perder el dinero de la matrícula era lo de menos». Lo importante fue «poder seguir adelante y, sobre todo, esa especie de familia que se creó con el Studia», reconoce la chica, que actualmente participa en un programa EUS (Empresa Universitat Societat) en inglés. El suyo ha sido un ejemplo del éxito del proyecto. «Pero no son todo historias de éxito», avisa Gilabert. «Es duro, muy duro, entrar cargado de apuntes en la habitación del hospital y ver a un chico, muchas veces más joven que tú, con un aspecto tan desmejorado... Y peor aún: llegar y que te digan que se acabó», dice el voluntario. ¿Y valen la pena el esfuerzo y la desazón? «Sí, la valen. Incluso cuando se trata de un caso frustrado», afirma.