Tendencia en el sector inmobiliario
Burbujas que no estallan
Los partidarios del 'cohousing' apuestan por un modelo que cambia «la logística diaria»
¿Es posible disponer de una vivienda para siempre sin pagar hipoteca ni alquiler? Lo es. Incluso sin recibirla en herencia o haberse pegado el gustazo de saldar deudas a tocateja con el premio del Euromillones. La otra alternativa, más plausible, es el derecho de uso, la esencia sobre la que reposa el proyecto de covivienda o cohousing. O, si se prefiere, «el Bicing y el carsharing, aplicados al sector inmobiliario», en palabras de Raül Robert, socio fundador de Sostre Cívic, una asociación consagrada a la búsqueda de fórmulas de acceso a la vivienda sin fines especulativos.
Aunque cobra fuerza a medida que la crisis inmobiliaria hace mella, no es una idea de nuevo cuño. Tiene su origen en los países del Norte de Europa, en los años 60, cuando se fue consolidando y rebasando fronteras mientras menguaba el éxito de las comunas. «A diferencia de estas, el cohousing no plantea una vida en común ni la ruptura de la prole tradicional, sino racionalizar la residencia, adaptarla a las condiciones de vida modernas, con familias más reducidas y aparatos domésticos compartidos» expone el profesor de Antropología Social Carles Feixa.
Valor de uso
Una tendencia, la del cooperativismo, de fuerte arraigo en España, en todo tipo de ámbitos, también el residencial. «Pero aquí se suele disolver al finalizar la construcción», explica Robert. La vivienda colaborativa va más allá. «Es ayuda mutua, integración social y responsabilidad personal», añade el socio de Sostre Cívic. Todo en base al concepto de bien de uso, que garantiza que el acceso al inmueble sea «asequible, no especulativo y permanente», dice Robert.
En este asociacionismo inmobiliario «predomina el valor de uso sobre el valor de cambio», afirma Feixa, que glosa sus ventajas: «Reduce costes al no duplicar servicios, flexibiliza el espacio y recupera aspectos positivos de la familia troncal, con varias generaciones conviviendo». Para Esther Jones, una de las promotoras de un proyecto que media docena de familias del Maresme están impulsando, además de una filosofía de vida es una apuesta de cambio radical en la «logística del día a día». «¿Por qué dejar a mis hijos en una guardería si lo pueden cuidar mis vecinos? ¿Por qué no aprovechar el conocimiento de tu vecino, carpintero o profesor de yoga, en beneficio de la comunidad», se pregunta. Una burbuja en una sociedad «cada vez más individualista». Pero esta, al menos por ahora, no estalla.
¿Cómo se explica entonces que no sea un fenómeno masivo? «Las autoridades privilegian la compra y no son ajenas a la burbuja inmobiliaria. Lo comprobamos al ofrecer la escasa vivienda pública a fondos de inversión en vez de facilitar la vida a cooperativas, que aliviarían a colectivos muy necesitados», expone el antropólogo Joan Pallarés.
Ese estrabismo se pierde las múltiples posibilidades de la vivienda colaborativa, «en forma de ecoaldeas, masías, casas de pueblo o bloques de pisos», resume Robert. Coordinadas en asamblea y con sus propios estatutos, en los que se definen los principios de convivencia y las formas aceptadas de transmisión, bien como derecho de uso o avalando la venta al cumplirse un plazo. Iniciativas casi exóticas aquí, pero que representan «una de cada tres viviendas de Copenhague», explica Robert.
Para llegar a esa cifra haría falta cambiar la mentalidad, como ilustra Jones: «Mi casa es solo eso, mi casa. No es mi futuro, ni mi pensión. La disfruto en mi presente. No permitiré que me haga sufrir».
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