Análisis
El último de la clase
Jordi García Serra
Jordi García SerraDirector de Alumni UB
JORDI GARCÍA SERRA
A mí, personalmente, me parece humillante que la nota media de los titulados de Formación Profesional de un país como Japón o Suecia supere a la media de nuestros titulados universitarios. Pero lo que sería realmente extraño es que con unos resultados tan mediocres como los obtenidos en el informe PISA nuestros adultos, universitarios o no, tuvieran un buen nivel de matemáticas.
Me gustaría poder hacer este mismo test a los presidentes del Gobierno de los mismos países, porque intuyo que el resultado ordinal sería bastante similar. Por eso cuando criticamos a los líderes políticos que tenemos, observo a menudo que no son más que un reflejo de nuestra sociedad. La sociedad que ha elegido voluntariamente a un presidente que prioriza una final del Mundial de fútbol a que su país esté al borde de la quiebra. O que ve con buenos ojos que se paguen 100 millones de euros para contratar a un jugador de fútbol mientras se deben varios millones a Hacienda.
Bajo la excusa de la «mejora educativa», los gobernantes se han preocupado de aumentar el gasto en educación (gobiernos de izquierdas) o de privatizarla (gobiernos de derechas), pero pocos gobiernos se han preocupado (quizá la actual conselleria) de optimizar la gestión de los recursos educativos para lograr resultados objetivos, medibles y comparativos. Los sindicatos han mendigado con éxito más y mejores condiciones laborales de sus representados. Los padres han procurado única y exclusivamente para su prole directa. Los profesores, los grandes olvidados, han capeado el temporal sin pena ni gloria en medio de una falta de autoridad que les ha restado efectividad. Las universidades han priorizado la investigación por delante de la docencia (y no digamos la transferencia), que se han convertido en subproductos del sistema educativo.
Somos los últimos de la clase en casi todo (excepto de la asignatura de informática, en la que no nos presentamos a examen) y esto tiene una lectura tremendamente positiva. ¡Ahora únicamente podemos mejorar!
Cuando mi hija de dos años y medio hace una trastada muy gorda (ha pasado un par de veces) se va sola a su rincón de pensar. Convertirse en el peor país de toda la OCDE tiene un mérito extraordinario. Porque es difícil que todo el mundo lo haga todo tan mal y al mismo tiempo.
Por eso pienso que todos los agentes involucrados tienen algo que mejorar y esta mejora pasa necesariamente porque cada uno de nosotros nos vayamos solitos a nuestro rincón de pensar para ver qué estamos haciendo mal y así intentar poner remedio. Quizá en el siguiente estudio conseguiremos subir la nota.
No espero oír de ningún responsable de educación (actual o pasado) una petición de disculpas por tanta incontinencia legislativa fracasada, así que no sigáis su ejemplo. Hay que trabajar, repensar cada uno nuestro trabajo, gestionar mejor los (pocos) recursos que tenemos y hacer camino, como ya se ha hecho en otras iniciativas en nuestro país. El futuro nos lo pide, y los hijos de nuestros hijos nos lo agradecerán. Hagámoslo por ellos.
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