testigo directo

Una bola de fuego que arde en la memoria

Cámping de Els Alfacs. Una chispa descomunal. Un lengüetazo de fuego. Un volcán imposible. Un meteorito a ras de costa. Cuesta trasladar al lenguaje lo que se vivió junto a la bahía del municipio de Alcanar aquel 11 de julio de 1978. En realidad era la brutal explosión de un camión de gas sobrecargado que carbonizó las vidas de más de 200 turistas. 35 años no son nada. A pesar del intento, nadie ha olvidado.

DESOLACIÓN. Aspecto del cámping tras la explosión del camión cisterna que se cobró más de 200 vidas hace ahora 35 años.

DESOLACIÓN. Aspecto del cámping tras la explosión del camión cisterna que se cobró más de 200 vidas hace ahora 35 años.

SÍLVIA BERBÍS

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Llegó la hora de cerrar la consulta. Pasaban las dos de la tarde. Como había temido, aquella mañana de estreno había sido ajetreada para el joven médico sustituto destinado en Sant Carles de la Ràpita. Ramiro Sellart sabía que empezar las prácticas en una población turística comportaría ponerse las pilas rápidamente. Estaba preparado. Pacientes con quemaduras solares, insolaciones, pequeños traumatismos, quizá los indicios de alguna enfermedad grave... Cerró la consulta y se fue a atender una visita más. Cuando salió del consultorio, ubicado entonces en una de las dependencias del ayuntamiento, cruzó la calle por la que acababa de pasar el camión, un detalle insignificante que poco más tarde le estremecería. También desapercibido le pasó el vehículo a Josep Canicio, que en ese instante comía con su abuela en la casa familiar que da a la misma vía, entonces un tramo urbano de la carretera N-340 ahora llamada calle de Sant Isidre. Y lo mismo a Josep Maria Simó, que había optado por acercarse a visitar a sus suegros. Y a tantos otros vecinos, refugiados en sus casas ese mediodía de bochorno estival.

Sin embargo, la explosión no fue más que una consecuencia inevitable de las leyes de la física en función de la sobrecarga de propileno que llevaba ese camión maldito, 4.000 kilos de más para el espacio de cámara disponible en la cisterna y el tiempo de circulación transcurrido a la temperatura ambiental registrada ese caluroso día, que iba expandiendo el gas. Según esas variables y teniendo en cuenta la hora en la que Francisco Invernón se puso al volante en la refinería de Tarragona con destino a Puertollano, un informe posterior a los hechos elaborado por la Universidad de Ottawa situó la deflagración justo en ese tramo urbano que cruza el centro de La Ràpita. Falló solo por unos minutos, lo que equivalía a unos kilómetros más de recorrido.

«OÍMOS UNA DEFLAGRACIÓN FUERTE y empezó a circular por el pueblo el rumor de que quizá había explotado el depósito de propano del hotel Miami, en pleno centro, aunque la información era confusa inicialmente»,recuerda el entonces joven letrado Josep Canicio, actualmente decano del Colegio de Abogados.«Primero me dijeron que había explotado una bombona de butano en el cámping de Els Alfacs, que no parecía grave, y decidí acabarprimero la visita prevista», comenta el doctor Sellart.«Escuché el paso de ambulancias pero no me enteré demasiado y me fui a mi despacho en Amposta, donde me informaron de que había ocurrido un accidente muy grave en el cámping»,rememora Simó.

Al exconcejal y aparejador Dario Solé no le llegaron rumores confusos: lo vio.«Estaba en una finca algo elevada, en la falda del Montsià, donde construíamos una caseta, y durante unos minutos me distraí deleitándome con la vista sobre la bahía, cuando, de pronto, vi pasar una gran bola de fuego, como un meteorito, fueron unos segundos, parecía que acababa de entrar en erupción un volcán imposible, no sabía darle ninguna explicación».El paso de ese lengüetazo mortal de gas ardiendo provocó explosiones en cadena de los depósitos de los vehículos estacionados en el cámping y de las bombonas de butano de los turistas. Una lluvia de fuego que atrapó instantáneamente a 160 personas -otras murieron después en los hospitales- e hirió a más de 300 campistas.

Josep, Ramiro, Josep Maria y Dario fueron solo algunos de los que, en un corto lapso de tiempo, acudieron al cámping, situado en el término municipal de Alcanar, para prestar ayuda. Ahí, junto al mar, estaba el infierno. Los cuerpos carbonizados yacían esparcidos por todas partes. Entre 220 y 240 víctimas mortales en total, según la fuente, en el que sería uno de los siniestros más graves de la historia en España. Aquella fecha, el 11 de julio de 1978, quedaría para siempre en su memoria y hoy, transcurridos 35 años, siguen en su mente los detalles de esa visión terrorífica.

LLEGARON TODAS LAS AMBULANCIASdisponibles en decenas de kilómetros a la redonda. Desde Gandesa, Flix, Falset, Vinaròs... La flota inició el traslado de decenas de heridos a los hospitales de Tortosa, Valencia y Barcelona. El alcalde de Tortosa, Felipe Tallada, tenía en la mesa el plato diario de ensalada con el que empezaba sus comidas cuando un policía le avisó de lo que se le venía encima.«Hay que tener en cuenta que carecíamos de teléfonos móviles y la comunicación era vital. Pues bien, se presentó el presidente de la asociación de radioaficionados para poner las emisoras a disposición de lo que necesitáramos y se me abrió el corazón, esa fue una de las claves del éxito del dispositivo de emergencia», comenta Tallada, con 88 años.«Pusimosa un radioaficionado en cada una de las entradas a la ciudad y en los hospitales, y yo, subido en un banco en el exterior del Ayuntamiento para tener conexión cableada a través de unas ventanas, desviaba a los heridos en función de lo que se me comunicaba desde cada hospital»,apunta.

Los cuerpos de los fallecidos, en su mayoría franceses, belgas, holandeses y alemanes, iban depositándose en ataúdes alineados en el cementerio.«Luego llegó otra labor ingente, identificar los cadáveres»,afirma. Dos forenses locales se pusieron al cargo de los equipos de forenses extranjeros que llegaron para las tareas de identificación.«Fue extremadamente complicado, pero se consiguió prácticamente en su totalidad, lo que luego fue determinante para la repatriación y para conceder las correspondientes indemnizaciones a los familiares», señala Tallada. «Me parece recordar que solo quedaron un par de cuerpos sin identificar, y los únicos que permanecieron en el cementerio fueron los de una familia colombiana», añade. El exalcalde aún recuerda a una superviviente holandesa a la que los médicos aconsejaron volver al cámping en cuanto la instalación recuperara la actividad, para poder enfrentarse y superar su trauma.«Volvió al año siguiente, y la recuerdo vital, luciendo un precioso anillo, pero pensé que más valiosa era la vida que había salvado»,reflexiona el exalcalde.

COMO ESACHICA,regresaron más campistas, año tras año, y otra vez crecieron los pinos y los cipreses, y regresaron las banderitas de colores, y el cámping volvió a llenarse de tantos turistas y pescadores de caña como los que se ven hoy. Solo un discreto monumento de estrellas recuerda a las víctimas. Pero el olvido, pese al intento de los propietarios, es una quimera aunque hayan pasado 35 años. La demanda que interpusieron el año pasado contra Google, porque el servidor sigue exhibiendo las imágenes escabrosas de los cadáveres carbonizados en las primeras páginas de búsqueda, fue desestimada en primera instancia por el Juzgado de Amposta, y el mes de octubre pasado por la Audiencia de Tarragona. Los tribunales no llegaron a profundizar en el aspecto central del caso: la intromisión ilegítima en el derecho al honor apelada por el cámping, simplemente porque el demandado, Google Spain SL, no era el blanco adecuado, ya que la queja debería haberse dirigido contra la norteamericana Google Inc. Es la lucha imposible contra una memoria colectiva obstinada en recordar.