Gente corriente

Luis Urquiza: «He sido el primer refugiado político en democracia»

Era policía cuando llegó la dictadura de Videla y se negó a reprimir. Lo pagó, pero logró sentar al general en el banquillo.

Luis Urquiza.

Luis Urquiza. / DANNY CAMINAL

NÚRIA NAVARRO

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No era un guerrillero. Ni siquiera un militante de izquierda. Luis Urquiza (Córdoba, Argentina, 1952) era un policía con conciencia cuando Videla dio el golpe de Estado. Se negó a ser verdugo y se convirtió en víctima.

-Empecé a estudiar Psicología. Mi mujer se quedó embarazada y, con el sueldo de artesano, no salían los números. Así que en 1974 ingresé en la Policía de un país democrático, igual que otros cuatro universitarios. Desde el principio estuvimos en desacuerdo con la instrucción. Era muy represiva. Pensamos cambiar eso desde dentro, pero éramos un «mal ejemplo» y nos mandaron al interior de la provincia. A finales de 1975 volví a Córdoba, a tramitar delitos menores.

-Y llegó el golpe de Estado en 1976.

-En marzo. Y en septiembre me mandaron hacer guardias en el Departamento de Inteligencia Policial (D2). Estuve mes y medio. Hice 18 guardias en la entrada. Veía cómo llevaban a gente secuestrada y los procedimientos ilegales, y oía la música fuerte que ponían para tapar los gritos.

-¿Le obligaron a participar?

-La guardia no entraba hasta el fondo. Una vez trajeron a unos detenidos, el oficial les empezó a pegar y le dije que no había razón para hacerlo. Ahí tenía que haberme marchado del país... Al poco, a los universitarios nos detuvieron por infiltrados. Un día pedí ir al baño y el oficial me disparó en la rodilla. Argumentó que había intentado arrebatarle el arma, pero no era verdad. Me tenía ganas.

-¿Solo fue por ganas?

-La represión en Argentina no se orientó solo a los militantes políticos, sino a todo el que pensara diferente.

-¿Qué pasó después?

-Estuvimos una semana en el centro de detención. Nos torturaron para sacarnos datos sobre otros presuntos infiltrados. Yo llevaba los ojos vendados, pero los reconocía por la voz.

-Eran sus 'colegas'.

-A mí me hicieron un simulacro de fusilamiento. Esperaba el tiro y no llegó. Después nos llevaron un mes al Campo de la Rivera, un centro de detención, y de ahí, a la Unidad Penitenciaria Número 1, donde habían fusilado a 29 personas. Dos años después, tras un consejo de guerra, fui puesto en libertad vigilada. En julio de 1979 huí a Brasil, donde denuncié ante Naciones Unidas y solicité asilo político. Me lo concedieron en Dinamarca.

-Un precio alto por no someterse a la 'obediencia debida'.

-Tuve la suerte de que, en Copenhague, me ofrecieron ayuda en el Consejo de Rehabilitación de Víctimas de Tortura. Aprendí el idioma, empecé a trabajar, me casé y tuve dos hijas. Y en 1993 volví a Argentina, ilusionado con la democracia. Pero mis torturadores ocupaban puestos en la plana mayor de la policía, amparados por el poder político. Junto a un diputado, denuncié a Carlos Yanicelli, uno de los grandes represores. Y comenzaron las amenazas de muerte.

-Difícil de soportar...

-En las investigaciones se descubrió que había 100 policías en activo que habían participado en la represión. Estuve cinco meses con custodia policial, hasta que decidí regresar a Dinamarca. Me convertí en el primer refugiado político en democracia.

-Pero no se quedó parado.

-No. Golpeé las puertas del juez Garzón, me tomó declaración e interpuse una denuncia. Al mes, purgaron a los que quedaban. Y con la ayuda del periodista Mariano Saravia, publiqué mi historia,La sombra azul.

-El libro se ha adaptado al cine.

-Sí. La película muestra cómo el sistema te tortura y exilia, y luego te pone como un héroe. Pero en Argentina sigue habiendo desapariciones. Los altos cargos se formaron en aquella vieja escuela de policía.

-Videla acaba de morir sentado en el inodoro. ¿Al menos eso le repara?

-Para mí fue más reparador ver cómo, el 22 de diciembre del 2010, dictaban su condena, la de Menéndez, la de Gato Gómez…

-Oiga, ¿de dónde salió su valor?

-Bueno, soy descendiente de vascos. Yo podía haberme convertido en un represor y enriquecerme, porque el botín de guerra se lo quedaron ellos, pero opté por mi conciencia.