Auge de las 'rubias' de proximidad
La cerveza artesana echa raíces en Catalunya y busca equipararse al vino
Todo comenzó como una afición, como una especie de pasatiempo con devaneos experimentales que, con el tiempo, se ha convertido en algo parecido a un arte. Algunos incluso han logrado que ese primer divertimento, el de hacer cerveza en casa, sea hoy una fuente de ingresos. Y también hay quien, desde el otro lado de la barra, ha empezado a apreciar el esfuerzo. Como ocurrió hace tres décadas en Estados Unidos o como sucede desde hace ya siglos en Bélgica y en Alemania, la elaboración artesana de cerveza se ha abierto hueco en Catalunya. En torno a una quincena de pequeñas empresas se dedican a elaborar esta bebida, que reclama que le quiten de una vez la etiqueta de simple refresco.
El producto que elaboran es, en su mayoría, «de gran calidad, equiparable a un buen vino», afirma Angie Gesteira, experta cervecera y copropietaria de La Cervecita Nuestra de Cada Día, establecimiento de referencia del sector, situado en el Poblenou barcelonés. «Una cerveza artesana puede acompañar perfectamente una buena comida, no es solo algo refrescante que uno se toma solo porque tiene calor», añade.
Aquí y allá, en la Catalunya central, a orillas del Ebro o en la misma Barcelona, las microcervecerías catalanas son talleres de artesanía. «Esto funciona a partir del ensayo y error: una cerveza se perfecciona a base de probar y probar», explica Jordi Poblador, fundador de Zero Vuit Brewing, una de las últimas microcervecerías (con fábrica en el barcelonés barrio del Clot) que han irrumpido en el mercado. Los primeros botellines se comercializaron en el 2004 y los elaboró la empresa Llúpuls i Llevats de L'Hospitalet de Llobregat (Barcelonès). Casi a la vez empezaron la Masia Agullons, de Mediona (Alt Penedès), y Ca L'Arenys, de Valls de Torroella (Bages).
La inversión inicial es inferior a la que tienen que asumir, por ejemplo, los productores de vino o de cava y, por eso, cada vez hay más gente que ve una oportunidad de negocio», indica Xavier Serra, responsable de Ca L'Arenys, que comercializa sus productos bajo la marca Guineu. Después de Catalunya, han aparecido otras iniciativas en Aragón, Galicia, Castilla-La Mancha y la Comunitat Valenciana.
LAS TRABAS / Con todo, los elaboradores aseguran que no lo tienen fácil. Fabricar cerveza en casa plantea, de entrada, un problema de adquisición de materias primas, especialmente de la malta. «En Catalunya no se maltea suficiente volumen de cebada o de trigo y eso obliga a importarla del Reino Unido, de Alemania o de Bélgica, preferentemente», explica Serra. «Lo ideal sería poder comprarlo a agricultores locales, en lugar de ir a buscarlo fuera», agrega.
Y aún otro escollo, más costoso si cabe: a diferencia del vino, que no está sujeto a impuestos especiales, las cervecerías tienen que abonar la tasa que se aplica sobre bebidas alcohólicas, «además del IVA, que se repercute sobre la producción», señala el técnico de Ca L'Areny. Eso, a pesar de que «el rendimiento que se obtiene artesanalmente de la malta es apenas del 65%, muy inferior al que consiguen las grandes compañías», mucho más tecnificadas, añade Carles Rodríguez, de la Masia Agullons.
CONSUMIDORES VECINOS / Aunque solo representan el 0,04% del mercado cervecero catalán, las rubias artesanas son un fenómeno en alza. «Como en Estados Unidos o en la misma Italia, donde el fenómeno slow food tiene cada vez más peso, la distribución de estas cervezas es de proximidad», indica Serra. Mercados de artesanía, colmados de pueblo, cooperativas, tiendas de comercio solidario, cadenas locales de supermercados... Aún no se han abierto grandes canales. De hecho, el producto tampoco lo requiere, observa Rodríguez, «porque, al no estar pasteurizada, una vez embotellada, la cerveza artesana sigue fermentando y eso precisa de poco movimiento».
«Quien la prueba se engancha. Es un sabor más intenso, más natural.No hay marcha atrás», sentencia Jordi Poblador. Asiente, a su lado, Angie Gesteira. Cerveza en mano, por supuesto.
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