Análisis

Alguien debía decirlo

Jordi García-Soler

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Los incidentes del miércoles junto al Parlament son de una gravedad extraordinaria. La agresión verbal y física a los diputados, representantes legítimos de la ciudadanía, es algo completamente inadmisible. Es un atentado contra la esencia misma de la democracia. La crítica unánime de estos hechos está, pues, más que justificada. Habría estado bien, no obstante, que esta crítica unánime se hubiera producido también cuando, el 30 de mayo de 1984 y coincidiendo con la segunda investidura deJordi Pujol comopresidentde la Generalitat, ante las puertas del mismo Parlament varios diputados del PSC y otros dirigentes y militantes socialistas fueron objeto de violentas agresiones físicas y verbales por parte de numerosos ciudadanos reunidos para asistir a una manifestación a favor dePujol.

Alguien debía decirlo, yLuis Mauri nos lo recordaba ayer en este diario, refrescando la memoria de quienes ahora, con toda la razón, se rasgan las vestiduras pero no se escandalizaron ante aquellos hechos de 1984. Yo los viví y sufrí personalmente, en concreto a la salida del Parlament del entonces primer secretario y candidato del PSC a la presidencia de la Generalitat,Raimon Obiols. Especialmente él, pero también quienes salimos con él, fuimos abroncados, insultados, amenazados y golpeados. También lo fueron el entonces alcalde de Barcelona,Pasqual Maragall,y otros diputados socialistas comoLluís Armet,entre muchos otros. Aún recuerdo muy bien aquellos gritos de «¡Matadlo, matadlo!», dirigidos concretamente contraObiols.Y también que dentro del Parlament quienes velaban por el orden interno no eran mossos sino un grupo de personas con brazaletes del servicio de orden de CDC que una vez acabada la sesión de investidura se unieron a la manifestación a favor dePujol, que acabó ante el Palau de la Generalitat.

Alguien debía decirlo, y este diario lo hizo ayer. Conviene no olvidar que el inadmisible y reprobable ataque sufrido por el Parlament este 15 de junio tiene un precedente al menos tan grave: aquel de 1984 ante la complicidad, o al menos la pasividad silenciosa, de muchos de los que ahora se escandalizan con toda la razón. Pero esta razón suya de ahora sería mucho más completa si en su momento hubieran condenado aquellos hechos con la misma dureza.