Análisis

La legitimidad de los políticos

ÁLVARO ALSINA

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El hecho de que los políticos se salgan de sus programas, realicen pactos en los que para nada participan sus votantes y desarrollen un plan unánime, por activa o por pasiva, para socializar la miseria que ellos y sus homólogos de otros países han propiciado entre las clases trabajadoras, les deslegitima moralmente para ejercer su función.

Bloquear la entrada de estos individuos al Parlament no debe considerado, pues, un acto antidemocrático, sino de protección de la justicia. Los políticos desahucian cada día la democracia, se llenan la boca con ella para después esconderla bajo la alfombra. Proteger el Parlament de semejantes impostores supone un acto de coherencia. Si la opinión pública ha estado de acuerdo hasta ahora en la pérdida de legitimidad moral por parte de la clase política, ¿a qué viene ahora defender que un símbolo democrático como el Parlament de Catalunya sea utilizado como corral para su pantomima?

Cuando se habla de democracia, habría que especificar qué es lo que se democratiza. Democratizar la miseria, la ignorancia, el miedo, la desafección y el engaño, también es violencia. Cualquier fuerza ejercida genera una fuerza de igual intensidad y en sentido opuesto. Pura física. Y las fuerzas ejercidas, las violencias, son diarias, contundentes, y atroces.

Recortar derechos sociales, como la sanidad o las ayudas a las familias numerosas para los libros de texto, es violencia. Justificar la represión de la disidencia en nombre de la democracia es violencia. Defender un sistema que se sostiene sobre millones de cadáveres en los países subdesarrollados, sobre guerras injustas por el control del petróleo, es violencia.

La obsesión por privatizar sectores que nunca deberían perseguir el lucro material, es violencia. Obviar responsabilidades en la crisis económica es mentir, engañar, y es en consecuencia violencia.