Generación Tahrir

La generación sin rumbo

ÁLVARO ALSINA

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La crítica más dura que ha recibido nuestra generación, la nacida alrededor de los 80, ha sido siempre la de pasotismo. Paradójicamente, es lo que la sociedad ha tratado de inculcarnos en todo momento desde que nacimos. Hemos nacido y crecido en la era del vacío, en la era del individualismo, pero nunca de la individualidad. Se nos ha intentado grabar a fuego que formamos parte de una masa, de una masa absurda que compra, come y muere, y que encima debe sentirse satisfecha, ya que eso son privilegios de los que no todo el mundo puede gozar. Quejarse, rebelarse contra el sistema consumista, contra el sistema anestesiante que nos ofrece de todo menos una auténtica vida, resulta casi indecente a muchos ojos.

No tenemos derecho a quejarnos porque tenemos grandes superficies comerciales que nos ofrecen todo lo que deberíamos desear. Tenemos móviles de última generación, ordenadores que caben en la palma de la mano, tenemos coches que corren más de lo permitido, tenemos la comida casi siempre asegurada, tenemos comunicación y entretenimiento siempre que lo deseemos.

Lo tenemos todo, y sin embargo no tenemos nada. No tenemos más objetivos que encontrar un trabajo que nos permita sobrevivir, aspirando a unas buenas vacaciones que nos permitan ver mundo, o tal vez no hacer nada en particular durante unas semanas, para luego volver al trabajo. Tal vez, con los años, conseguir una buena jubilación para tomarse unas vacaciones permanentes, antesala de una muerte que al menos acabará con preocupaciones como las hipotecas.

Somos la generación sin rumbo, sin meta. La generación que escucha continuamente que ya lo tenemos todo hecho. Lo único que nos queda es hacernos ingenieros, arquitectos o médicos. Pobre del que se haga filósofo o escritor. Pobre del que piense, del que avance. Perderá el tiempo, esas cosas ya no son necesarias. Estamos hartos de que se nos convierta en la generación estúpida. Esa es nuestra revolución.