Generación Tahrir
Los que no vieron el fútbol
Álvaro Alsina
Estudiante de cine. Acampado en la plaza de Catalunya.
Estudiante de cine. Acampado en la plaza de Catalunya.
Álvaro Alsina
Hay un cajero automático cerca de mi casa donde cada noche duermen cinco o seis personas. Duermen sobre cartones, tapados con mantas, y, a veces, dándose calor los unos a los otros. Las máquinas para sacar dinero están allí mismo, pero no las utilizan nunca. Durante el día, salen a la calle e intentan sobrevivir. Por supuesto, no tienen televisor. Así que no pudieron ver la final de la Champions League. Me imagino que los sonidos de la euforia colectiva de ayer y de hoy sí les habrán llegado. Pero si yo estuviera en su lugar, admito que me sentiría un poco confuso. ¿Qué pasa? ¿ A qué viene tanto ruido?
Hay un grupo de personas en el mundo, un grupo selecto de deportistas de élite, que se baten periódicamente en el campo a cambio de unos sueldos que superan de largo cantidades que yo, o muchos otros, difícilmente veremos alguna vez ni por un momento. Ayer noche, un pequeño grupo, los más exquisitos, se proclamaron campeones de Europa. Ahora saben que seguirán cobrando sus sueldos, sus primas, sus millones, saben que el año que viene podrán promocionar Qatar con la cabeza bien alta. No es lo mismo que UNICEF, pero qué se le va a hacer. Entiendo su alegría y su euforia.
La euforia que me cuesta digerir es, en cambio, la de toda la gente que ayer se lanzó a la calle a venerar a sus ídolos. Gente que como yo, o que como los hombres del cajero, nunca podrá optar ni de lejos al tren de vida de ésa élite. Gente que, tal como están las cosas, si padecen cáncer no podrán ir a las clínicas privadas de los futbolistas, y tal vez tendrán que pagar la quimioterapia de su bolsillo. Al final, acabo pensando que el descolocado soy yo. Ya no entiendo las palabras que oigo. Palabras como limpieza, por ejemplo. Frases como «la libertad de expresión te la puedes meter por el... », cosa que me dijo la madrugada del sábado un mosso cuando me agredió porque le dije que su trabajo no me parecía digno.
Señores, creo que me voy al cajero, con los que no tienen otro sitio donde dormir. Al menos, aquello lo puedo comprender.
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