Una montaña rusa interminable

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EXPEDICIÓN MALASPINA / 20 de febrero del 2011

La proa del 'Hespérides' se enfrenta al oleaje.

La proa del 'Hespérides' se enfrenta al oleaje. / periodico

LUIS MAURI

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Tenía que llegar. La borrasca anunciada para el jueves o el viernes se demoraba, pero no iba a olvidarse así como así de su cita con el Hespérides. Ayer, sábado, dio alcance al buque, al sur de Madagascar. Hasta media tarde, aún se pudo trabajar a bordo con cierta normalidad, pero a partir de entonces, los vientos y el oleaje regalaron a los expedicionarios un viaje interminable en el Dragon Khan. Hubo que trincar los equipos de los laboratorios que no estaban amarrados, las muestras de agua, los ordenadores y, en general, todos aquellos objetos susceptibles de ser arrojados al suelo o contra las paredes por el balanceo.

El viento levantaba olas de mar gruesa que entraban de proa y atizaban unos golpes descomunales al casco del buque. El comandante del Hespérides, Juan Antonio Aguilar, madrileño de 51 años, ordenó cambiar el rumbo para amurar el barco, es decir, para colocar la nave de modo que el viento no entrase por la proa, sino por el lateral de la proa, formando un ángulo de unos 30º. Así navegó toda la noche del sábado y la mañana del domingo, recosiendo en zigzag la derrota o vía de navegación prevista. No había otra opción. Mantener la proa contra el viento habría supuesto un castigo excesivo e innecesario para las tuberías y los equipos electrónicos del buque, además de los navegantes.

Durante la madrugada del domingo, el temporal no hizo más que empeorar. El barco seguía zigzagueando, amurándose alternativamemente por babor y estribor, para evitar tener la proa contra el oleaje. Con el alba, los vientos alcanzaban ya velocidades de 45 nudos (84 km/h). La mar, muy gruesa, azotaba el barco con olas de cinco metros que arrancaban unos quejidos inquietantes de las entrañas de la nave. El Hespérides cabeceaba de proa como un caballo encabritado, y la escora por babor y estribor se acercaba a los 20º. Las olas barrían la cubierta del castillo de proa y amenazaban con inundar los conductos de ventilación de la cocina. Un equipo de marineros equipados con chalecos salvavidas hubo de salir para tapar los respiraderos.

En estas condiciones, se suspendieron las maniobras científicas previstas en cubierta. Había riesgo para la seguridad de las personas y de los equipos. Los investigadores repartieron el resto del día entre los camarotes (la cama acaba siendo el lugar donde el cuerpo humano capea mejor los desagradables efectos del temporal), sus ordenadores (revisando, organizando y etiquetando sus tareas) y los laboratorios (terminando algún filtraje de muestras de días anteriores).

El comandante Aguilar bromeaba en el puente de mando. "Esto no es nada. Lo realmente divertido fue un temporal que nos cogió en febrero del año pasado navegando desde Ushuaia a Ciudad del Cabo, entre las islas Malvinas y las Georgias del Sur. Navegamos cuatro días con escoras de 43º". Tremendo. Si con 18º o 20º, el buque se asemeja a una montaña rusa, cómo será con una escora de 43º. El suelo debe de convertirse en pared, y la pared, en suelo. En aquella ocasión, la fuerza del oleaje rompió el anclaje de un sofá y el mueble, agitado por una fuerza diabólica, destrozó la cámara.

A eso de las dos de la tarde, con el Hespérides en 32º 54 de latitud sur y 47º 49 de longitud este, los vientos empezaron a ceder. Pero eso no suponía volver a la calma de inmediato. "Cuando la tempestad comienza a aflojar, el oleaje se desorganiza pero no cesa, las olas dejan de seguir una dirección más o menos fija y vienen cada una por donde se le antoja. Entonces es como si el barco navegara sobre un gofre, cayendo en agujeros inesperados". Así seguirá probablemente hasta la mañana del lunes, cuando los científicos esperan poder reanudar su trabajo.