Hombre al agua
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EXPEDICIÓN MALASPINA / 11 de febrero del 2011
Tras dejar atrás Ciudad del Cabo, coronada por el espectacular telón de Table Mountain, la primera tarea a bordo del Hespérides es informativa. Asamblea de novatos: una treintena de científicos y un par de periodistas atienden a una charla del comandante Aguilar y del segundo oficial, Alberto Escribano, un murciano de 39 años, sobre normas de convivencia y de seguridad en el buque. Las primeras, las que dictan la lógica, la higiene y el sentido común para que la vida de casi un centenar de personas (científicos, técnicos y militares) en un espacio reducido y aislado durante un mes seguido no acabe convirtiéndose en una tortura ni comprometiendo la calidad de la misión científica.
En cuanto a las normas de seguridad Aguilar y Escribano insisten hasta la saciedad en la necesidad de cumplirlas escrupulosamente. En un buque como el Hespérides, hay una oportunidad de romperse la crisma en cada dos metros. La cubierta donde se puede salir a fumar se convierte en una pista de patinaje sobre hielo cuando está húmeda; muchos tramos de escaleras ascienden casi en perpendicular respecto al suelo; una escotilla mal trincada (ojo, en el argot marinero trincar no es lo que hizo Luis Roldán, sino amarrar algo, asegurarlo) puede llevarse por delante los dedos de una mano; prohibidas las sandalias, las bufandas y los fulares para evitar daños en los pies y ahorcamientos por un enganchón; también vetados los anillos para impedir amputaciones accidentales de dedos; prohibido gritar sin una emergencia que lo justifique; prohibido...
El comandante parece ser consciente de que las advertencias del segundo de a bordo pueden sonar exageradas a oídos de personas no avezadas a navegar. De modo que echa mano del recetario práctico. Cuenta que en la etapa anterior (Río de Janeiro-Ciudad del Cabo) el grito alborozado de alguien en plena noche obligó al Hespérides a dar media vuelta de inmediato y hacer un recuento de emergencia de las personas embarcadas: se temía que alguien pudiera haber caído al agua. Afortunadamente, el susto no pasó de ahí.
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