Los pasajeros
Los últimos de la fila
Normalidad ayer en El Prat, como en los demás aeropuertos españoles. Bueno, casi. «Somos los únicos que quedamos, debemos de ser los más tontos», decía cabizbajo uno del centenar de pasajeros del vuelo 019 de la aerolínea colombiana Avianca tirados en la T-1 barcelonesa desde el sábado. Miraba con desconsuelo cómo embarcaban los viajeros del mismo vuelo a Bogotá, pero con billete para ayer. El encuentro de unos y otros frente a los mostradores de facturación echó algunas chispas, apagadas por un cordón de mossos que permitió el paso solo a los nuevos. Pero el griterío sirvió al menos para que finalmente la compañía se pusiera las pilas y empezara a buscar soluciones. Y a las diez de la noche, Avianca anunciaba que los afectados podrán viajar mañana en un vuelo adicional. Queda claro: quien no llora...
En términos generales, la pesadilla acabó. El 98,5% de los controladores previstos (267 de 271) en los aeropuertos españoles estaban ayer por la tarde en sus puestos, y las bajas de los ausentes eran justificadas. Entre los 4.053 vuelos de la jornada (711 en El Prat), a las 21.00 se contaban 80 cancelaciones, atribuibles a los reajustes operativos de las compañías y también al mal tiempo en varios países europeos. El complejo proceso de recolocación de viajeros en nuevos vuelos avanzaba con celeridad y sin grandes sobresaltos.
Noche en la terminal
Pero todo eso, que no se lo contaran a los pasajeros frustrados del vuelo 019, previsto para el sábado a las 15.40. Tras la cancelación, la compañía les dijo que saldrían a las 23.30. Pero no, claro, y para entonces el mostrador de Avianca ya había bajado la persiana. Allí se quedaron, en la T-1, donde pasaron la noche del sábado y todo el domingo, hasta que AENA les gestionó un hotel.
Ayer por la mañana volvieron a la carga. «No me ofrecen plaza hasta el día 20. Eso sí, si pago 1.200 euros más, me puedo ir en clase Business hoy mismo. Es una vergüenza», tronaba Juan Antonio Marín, un repartidor de prensa de Sant Joan Despí que se iba de vacaciones con su esposa, su hijo y una sobrina. «No es justo que hayan convertido nuestra Navidad en este caos. Hacernos perder 10 días es arruinar un viaje como este», decía Sebastián, cuya madre, de 75
años, viajaba para ver a sus otros hijos por primera vez en cuatro años.
«Esto nos pasa por ser gente humilde. Si vendiera coca las cosas serían distintas. Pero solo soy una limpiadora que ha trabajado mucho para poder hacer este viaje», clamaba Ángeles Espinosa. José Marín, mecánico, había comprado los billetes en febrero para pasar las Navidades en su país y que su familia de allí conozca a su hijo de cuatro meses. «Están jugando con nuestros sentimientos» era una frase repetida en los desazonados corrillos.
Final feliz
Justo después del altercado, la cola en el mostrador de Avianca empezó, esta vez sí, a moverse. Y parecía que se encontraban soluciones donde antes no las había. Al menos eso indicaba la sonrisa de oreja a oreja de Abel Merchán mientras exhibía un billete para hoy, Barcelona-Madrid-Cali-Bogotá. Casi nada: «Pero bueno, menos mal».
La tarde fue tensa, las plazas ofrecidas cada vez eran para fechas más alejadas y los resistentes iban cediendo, «por cansancio, por agotamiento, por rabia y por no dar a esta gente ni un euro más», como decía Gloria Casanova tras hacerse con un billete para el día 14. Y solo a última hora de la noche del tercer día Avianca dio su brazo a torcer. Salvo nuevo giro dramático, final feliz.
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