LACRA SOCIAL EN SURAMÉRICA
Una droga de exterminio
El barrio de la Boca es, por algunos motivos inexplicables, un lugar de paso obligado del turismo internacional en Buenos Aires. Allí está el imponente estadio del Boca Juniors, el club más popular de Argentina. Hay, también, una calle de casas pintorescas, cerca del puerto. Se llama Caminito y ganó eternidad gracias a un tango. A muy pocas cuadras existe una plaza que se conoce como Paquistán, pero nadie la visita. El nombre no esconde resonancias islámicas. De noche se juntan en ese parque los adictos al paco, la droga de los más pobres, con niveles de adicción que están provocando un drama social de gran escala. La Universidad de Buenos Aires acaba de realizar el primer análisis científico del paco. Cada dosis mezcla el remanente de la pasta base de cocaína con anfetaminas, ácidos, bicarbonato de sodio, cafeína y hasta malatión, un veneno para ratas.
El paco se consume con pipa. Su efecto es efímero. Eso lleva a un adicto a administrarse al menos 20 dosis diarias en rituales colectivos, las fumatas, o en esa soledad que acentúa la desgracia. El adicto necesita 600 dosis al mes, y cada una de ellas suele costar, en el mejor de los casos, un dólar y medio. El circuito de la comercialización de esta droga mueve más de 2 millones de euros diarios. Son más de 1,5 millones de dosis las que se adquieren compulsivamente en todo el país. La relación entre el paco y el delito es siamesa.
«Esta es una droga de exterminio: amenaza con destruir por otros medios a otra generación de argentinos», le ha dicho a este corresponsal Marta Gómez. Ella forma parte del Movimiento de Madres en Lucha de la Boca. Tiene 50 años y tres hijos. Uno de ellos, Juan Carlos, ya forma parte de esa juventud arruinada. Suele asegurarse que hay unos 180.000 chicos como Juan Carlos. Pero los conocedores del tema creen que el número es mayor.
Policías cómplices
Isabel Vázquez ha fundado la organización Madres contra el Paco, otra de las organizaciones de mujeres que salieron a pelearse solas con narcos, distribuidores y hasta policías cómplices del delito. Su hijo Emanuel, un adicto que había elegido la rehabilitación, murió atravesado por balas que no eran para él. Dos pandillas en su barrio, Villa Lamadrid, en la periferia bonaerense, se disputaban el control territorial de la venta de la droga. Vázquez advierte de que los adictos están cada vez más agresivos por los efectos de un paco cada vez más venenoso.
Un estudio del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires da cuenta de que el 2,9% de los pacientes que llegaron a las guardias de hospitales durante el 2009 fueron empujados por el paco. El aumento fue del 300% respecto del 2008.
El paco nació con el estigma social, en la crisis económica del 2001: lo fumaron aquellos que, por sus costos, no podían acceder a la cocaína ni a la marihuana. Sin embargo, la adicción ya alcanza a sectores de la clase media.
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