La lucha contra el cambio climático // Relato de una jornada agotadora

Europa culpa a China y la India del chasco tras una sesión irritante

La mesa principal de la cumbre de Copenhague, ayer por la mañana.

La mesa principal de la cumbre de Copenhague, ayer por la mañana.

M. V. / A. M.
COPENHAGUE / ENVIADOS ESPECIALES

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

«El pacto por el clima se ha estrellado en las resistencias de China y la India a aceptar cualquier compromiso». Así de claro se expresaba la madrugada de ayer el agotado jefe de una delegación europea una vez admitido que la cumbre no había constituido precisamente un éxito. ¿Qué ocurrió para que Europa vea a los grandes países emergentes como los malos de la película?

Empecemos por el principio. A las 16.00 horas del viernes, Zapatero acababa de informar a los grupos parlamentarios españoles de que las cosas pintaban bien. Habría un compromiso «razonable» de reducción de emisiones. Solo había que vencer las últimas reticencias de China, que tras la aportación económica anunciada por Obama mantenía un cierto grado de ambigüedad.

REUNIÓN CLAVE / El acuerdo parecía a la vuelta de la esquina, pero a partir de ese momento a cada propuesta que se ponía sobre la mesa, el representante chino levantaba la mano y decía «no». La situación, que sembró el pánico entre los dirigentes europeos, se repitió en varias ocasiones. Y cuando China bajaba los brazos, la India, en una acción que parecía perfectamente concertada, tomaba el relevo. Avanzada la tarde, Obama decidió afrontar el problema de cara. Se reunió con China, la India y Suráfrica. En la reunión arrancó el acuerdo final. Un pacto decepcionante, mínimo, paupérrimo, pero que debía ser aún demasiado ambicioso para las pretensiones de China a juzgar por lo visto más tarde.

Pasadas las tres de la madrugada, el plenario que debía aprobar el documento comenzó con una inesperada andanada del bloque bolivariano que a punto estuvo de llevarse por delante el acuerdo que Obama se había encargado de anunciar a bombo y platillo. Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Cuba dieron rienda suelta a una sarta de improperios contra los muñidores del pacto. Que si había sido adoptado a sus espaldas, al margen de la ley, que si el dinero era «una mísera cantidad comparada con los millones de millones empleados en las guerras».

La posición del frente chavista llegó al esperpento cuando la representante del caudillo venezolano, Claudia Salerno, mostró al público la mano ensangrentada de tanto golpear la mesa para que el moderador le concediera la palabra. Los cuatro en bloque se negaron a firmar el papel. El obstáculo no era menor porque en estas cumbres se requiere la unanimidad de los 192 países.

¿El bloqueo bolivariano era solo una respuesta de su «antiamericanismo primario», en palabras de un delegado chileno, a un acuerdo lanzado por Obama? Delegados de Chile y Costa Rica creyeron ver también la mano negra de China. Su representante no solo aplaudía con todas sus fuerzas los discursos de Cuba y Venezuela, sino que nunca habló para defender el pacto. Según chilenos y costarricenses, China se habría visto arrastrada al acuerdo pero ahora intentaba torpedearlo instrumentalizado a sus amigos latinos.

HORNOS CREMATORIOS / La irritación europea llegó al clímax cuando el sudanés Stanislaus Lumumba, el único que se unió a los latinos, equiparó la pasividad de los ricos frente al cambio climático con «la muerte de seis millones de personas en los hornos crematorios de Europa».

La torpeza del director de los debates, el presidente danés, Lars Leck Rasmussen, que no supo atajar estas salidas de tono, alargó la tortuosa sesión hasta cerca de las 11.00 horas. A punto estuvo incluso de ceder. «Queda rechazada la declaración», llegó a decir, pero el ministro de Medio Ambiente británico, Ed Miliband, salvó in extremis la situación pidiendo un receso. A la vuelta, Rasmussen había sido relevado de sus funciones –se alegó que tenía dolor de cabeza– y su sustituto lo resolvió un segundo: «La convención toma nota» del documento, dijo.

La expresión sugerida por los servicios jurídicos a modo de triquiñuela legal para aprobar el texto pactado por los grandes sin requerir la unanimidad de todos los países. A esas horas no quedaba ni la ministra de Medio Ambiente española, ni ningún alto cargo de la troika comunitaria. Milibrand había tenido que ser el que salvara el honor de Europa y de la ONU.