entrevista

Moncho Ferrer: «La muerte de mi padre es el fin de una era, pero no de sus sueños»

Moncho Ferrer.

Moncho Ferrer.

JUAN RUIZ SIERRA / MAR JUNCAS
ANANTAPUR / ENVIADOS ESPECIALES

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Moncho Ferrer, hijo del fallecido Vicente Ferrer, habla en Anantapur del futuro de la fundación junto a la máquina de escribir en la que sus padres redactaron su primer proyecto asistencial, hace 40 años. Tras la entrevista visitará la tumba del cooperante, en Bathalapalli, para estudiar qué tipo de memorial se construirá en el lugar.

–Hay un importante movimiento ciudadano, al que incluso se ha sumado el Govern de la Generalitat, para que a su organización le concedan el premio Nobel de la Paz. ¿Usted cómo lo ve?

–Mi padre habría dicho: «Olvídate de eso y ponte a trabajar». Aunque también es verdad que estaba muy orgulloso de los premios que le concedieron. Los galardones significan publicidad, y eso tiene su parte buena, porque permiten lograr más recursos y así se puede ayudar a más gente. Pero también te descentran del trabajo. Es una cuestión difícil de calibrar.

–¿Qué supone la muerte de su padre? ¿Tiene la impresión de que algo, más allá de la vida de Vicente Ferrer, se ha acabado?

–La muerte de mi padre supone el final de una era, pero no es, definitivamente, el final de sus sueños ni de sus proyectos. Ahora nuestra motivación es aún más fuerte. No queremos que se diga: «Desde que Vicente Ferrer ha muerto, las cosas no funcionan». Tenemos que continuar con esta labor.

–Pero es lógico pensar que la desaparición de su padre afectará de alguna manera al trabajo de la fundación.

–Él no estuvo muy activo en los últimos años, pero su mera presencia nos daba seguridad. Era el protector y el proveedor. Ahora ya no está aquí, y, claro, es muy difícil reemplazarle, pero creo que su muerte tendrá un efecto positivo. Los trabajadores de la organización se ocuparán de que así sea.

–Aunque la labor de la oenegé es el producto de muchísima gente, habría sido imposible sin el empuje de su padre, dotado de un gran carisma y magnetismo. Usted parece más retraído.

–Yo soy yo. Tengo mis maneras. No quiero ser comparado con mi padre, aunque él sea mi ejemplo a seguir. Yo soy Moncho. Tengo 37 años, así que hay tiempo para ganar carisma.

–La fundación se financia gracias al apadrinamiento de niños por parte de particulares españoles y también, aunque en menor grado, con dinero de gobiernos como el de Catalunya, Castilla-La Mancha o Baleares. Usted tiene menos vínculos que su padre con España. ¿No teme que eso pueda afectar a la organización en el futuro más próximo?

--Yo también soy español, pero, sí, podría pensarse algo así. De todas maneras, los visitantes que vienen de España no me ven como un extranjero. Y ahora, además, quiero ir más a España.

–Se habrá preparado para tomar el relevo. Vicente Ferrer llevaba muy enfermo desde hace varios meses.

–Sí, pero él siempre había conseguido salir de todas sus enfermedades. Parecía que se iba a morir, iba hacia abajo, pero luego resurgía. Tuvimos que pensar en lo que podría pasar. El último día, eso sí, fue el más duro. Podía ver cómo su respiración iba disminuyendo de intensidad. Esta ha sido la primera vez que he visto morir a alguien.

–¿Por qué decidieron enterrarle en Bathalapalli, a 28 kilómetros de la sede de la fundación, que se encuentra en Anantapur?

–Por motivos prácticos y sentimentales. Mi padre nunca dijo dónde quería ser enterrado. Lo único que le dijo a mi madre es que quería una cruz de hierro en su tumba. En Bathalapalli está el hospital, el centro para enfermos de VIH y otras muchas cosas. Llegamos a discutir si tenía que estar donde estamos nosotros, la familia. Pero pensamos que no nos lo podíamos quedar solo para nosotros. Esa es la parte sentimental. La práctica es que en Bathalapalli tenemos un solar muy grande, donde está enterrado, y donde construiremos su memorial, que será simple, como él hubiera querido.

–Durante el sepelio, usted ejerció de orador, consoló a quienes lloraban, cargó con el féretro y, ante el peligro de una avalancha humana, condujo a quienes querían llegar frente a la tumba. Y lo hizo aparentemente entero. ¿Cómo lo consiguió?

–Soy el hijo de mi padre. Tengo sus energías y sus fuerzas. No hay mucho más.