EL PRIMER PARARRAYOS. Franklin realizó el experimento en 1752

Alfred Rodríguez Picó

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Ahora que vuelve a haber algunas tormentas, no está de más echar la vista al pasado. En el siglo XVIII hubo un gran interés científico por la electricidad atmosférica. Se llevaron a cabo toda clase de experimentos para estudiar el rayo y cómo prevenirlo. El padre Nollet (1700-1770) consiguió electrificar a 180 soldados y 300 monjes, cogidos todos a una barra metálica.

Benjamín Franklin (1706-1790) comenzó a trabajar a los 12 años en la fábrica de jabón y velas de su padre, pero se aburría soberanamente. Cuando tenía 17 años se escapó de casa, aprendió idiomas, realizó numerosos estudios, publicaciones y disertaciones. En Filadelfia creó un hospital y una biblioteca, constituyó una sociedad académica y obtuvo cargos políticos. Además, su curiosidad científica le llevó a investigar sobre la electricidad.

En 1752, mediante un experimento, observó una chispa con un chasquido en el interior de una botella. Cogió una cometa con una punta metálica, hilo mojado para hacerlo más conductor, y en el otro extremo, una llave metálica que cogió con una mano. Se acercó una tormenta y lanzó la cometa al aire. Por suerte para él no cayó ningún rayo, pero sí observó cómo se erizaba el hilo que conectaba la cometa con la llave. Fue así como nació el pararrayos.

Un año después, en 1753, el ruso Georg Richmann colocó una varilla metálica en la punta de un edificio, unida a un cable que él mantenía cogido. Llegó una tormenta, cayó un rayo... y el científico cayó fulminado. Finalmente, en 1760, se instaló el primer pararrayos en el faro de Plymouth.

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