Crítica de serie

'Sugar', con Colin Farrell: una serie de detectives con un giro sorpresa desquiciado

Esta propuesta del guionista de 'Soy leyenda' y el director de 'Ciudad de Dios' es un eficaz 'neo-noir' con una revelación argumental que, simplemente, lo cambia todo

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Colin Farrell (John Sugar) en una imagen de 'Sugar'

Colin Farrell (John Sugar) en una imagen de 'Sugar' / Apple TV+

Juan Manuel Freire

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'Sugar'

Creador: Mark Protosevich

Dirección: Fernando Meirelles y Adam Arkin 

Reparto: Colin Farrell, Kirby Howell-Baptiste, Amy Ryan

País: Estados Unidos

Duración: 37 min. aprox. (ocho episodios)

Año: 2024

Género: Drama de misterio

Estreno: 5 de abril de 2024 (Apple TV+)

★★★

'Sugar' es, a la vez, una serie cargada de bellos clichés y un salto al vacío. Mark Protosevich, guionista de 'La celda', 'Soy leyenda' o el 'Old boy' de Spike Lee, nos presenta una premisa a priori poco original. Seguimos a Colin Farrell como John Sugar, un detective de Los Ángeles conocido por su talento a la hora de encontrar a gente desaparecida. El famoso último encargo, ese que, esta vez sí, de verdad, pondrá fin a su carrera, es dar con el paradero de Olivia Siegel (Sydney Chandler), nieta veinteañera del legendario productor de cine Jonathan Siegel (el gran James Cromwell). Esta no es la primera vez que la joven desaparece, pero al contrario que en otras ocasiones, Olivia está ahora sobria. Algo no encaja.

Mientras busca pistas por la ciudad de las estrellas, Sugar empieza a descubrir extrañas oscuridades en torno a los Siegel. Sus fuentes son Melanie (Amy Ryan), la madrastra exestrella del rock de Olivia; el padre de la desaparecida, un productor de segunda fila llamado Bernie (Dennis Boutsikaris), o el hijo deleznable de este, David (Nate Corddry), antiguo niño prodigio cuyo Gran Regreso podría verse arruinado por una serie de acusaciones de acoso sexual. Esto es Raymond Chandler llevado al Hollywood pos-MeToo.

Lo que resulta sorprendente de 'Sugar' es, de entrada, que aquí Los Ángeles se muestre tantas veces a pleno sol. Por otro lado, está la luz del propio Sugar. Lejos de ser el típico detective desgastado, ajado, de vuelta de todo, Sugar es un personaje melancólico (le persigue el antiguo secuestro de su hermana) pero amable, de una agradecible bondad con el personal de servicio o los sintecho. Le gustan los perros y adopta a uno. No es fan de la violencia ni de las pistolas, no al menos en la vida real: cuando le ofrecen la que empuñó Glenn Ford en 'Los sobornados', no puede ocultar cierta emoción. 

Porque nuestro querido detective es, además de buen samaritano, todo un cinéfilo. Su jefa Ruby (Kirby) le recibe de una misión en Japón con los últimos números de 'Sight and Sound', 'Cahiers du Cinéma' y 'American Cinematographer'. Las referencias cinéfilas son constantes, a menudo en forma de extractos visuales. Solo en el primer capítulo se cuelan imágenes de 'El beso mortal', la citada 'Los sobornados', 'Gilda', 'Johnny Guitar' y 'El extraño amor de Martha Ivers'. Más adelante hay, por ejemplo, una divertida conversación médica basada en 'La cosa', de John Carpenter. Con la inclusión de los breves clips, es fácil pensar un poco en 'Sigue soñando', aquella sitcom de HBO, de los futuros creadores de 'Friends', en la que los pensamientos y sentimientos del editor de libros Martin Tupper (Brian Benben) eran subrayados o puestos en cuestión a través de fragmentos de viejas series de televisión. 

La alternancia entre (falsa) realidad y ficción ('vintage') sirve al director Fernando Meirelles ('Ciudad de Dios') para diseñar un estilo ligeramente febril, inquieto, fragmentario, con cambios casi constantes entre una cámara estática y otra más volátil. En otras palabras, 'Sugar' no es solo hija de 'El halcón maltés', sino también de 'El halcón inglés', en la que Steven Soderbergh jugó a placer con la estructura y los tiempos para crear una sensación de perpetua ensoñación. 

Todas estas decisiones convierten a 'Sugar' en una serie no tantas veces vista. Pero lo que acaba de hacerla diferente es un giro que no revelaré y que hace que la Tierra se tambalee bajo nuestros pies. Durante varios episodios, uno es consciente de la existencia de algo extraño en toda esta historia, algo quizá sobrenatural. Algunos escucharán la respuesta y gritarán: "¡Qué estupidez!". Otros, como quien esto firma, celebramos esa clase de delirios incluso cuando, como aquí, no acaben de tener sentido ni hayan sido explotados como es debido. Las sorpresas, al menos en la ficción, siempre están bien. Aquí hemos venido a jugar. O a que jueguen con nosotros.