CRÍTICA DE SERIE

'El paciente', con Steve Carell: una terapia realmente peligrosa

En la nueva y potente propuesta de los creadores de 'The Americans', Steve Carell es un terapeuta secuestrado por un asesino en serie para que le ayude con sus impulsos homicidas

'El paciente', con Steve Carell: una terapia realmente peligrosa

'El paciente', con Steve Carell: una terapia realmente peligrosa / FX

Juan Manuel Freire

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Cuatro años después del final de 'The Americans', clásico moderno de la ficción de espionaje, Joel Fields y Joe Weisberg confirman su buena mano para el 'thriller' dramático con la serie limitada 'El paciente', compuesta por diez episodios de (en general) menos de media hora que pueden hacerse largos por la angustia que llegan a generar. 

En esta relativa sorpresa de la recta final de año, el terapeuta Alan Strauss (Steve Carell mejor que nunca) despierta en un sótano desconocido y descubre estar encadenado al suelo por un tobillo. Ha sido secuestrado, descubre pronto, por uno de sus pacientes, Gene Bollinger (Domhnall Gleeson), superviviente de abuso infantil que resulta llamarse en realidad Sam Fortner y tener un problema peor que la dificultad para socializar: no puede dejar de matar a gente. Sam confía en Alan para aprender a frenar sus impulsos homicidas. 

Para sobrevivir al desafío y evitar que Sam (le) mate, Alan prueba con toda clase de estrategias aprendidas durante décadas, todo por tratar de rascar algo de empatía: desde enfrentarle a sus recuerdos vitales a distraerle con misiones sociales, pasando por jugar la carta de proteger a su madre (excelente Linda Emond como esa mujer consciente del problema que tiene en casa e incapaz, pese a todo, de denunciar).

Aunque haya este y otros personajes secundarios, 'El paciente' es básicamente un 'thriller' psicológico a cuatro manos, un tenso tête à tête que sirve a Carell y Gleeson para hacernos olvidar un par de derrapes recientes como, respectivamente, 'The morning show' y 'Run'. Estos polos opuestos se atraen y atraen: Alan es la voz de la aparente razón y la calma en mitad de la tormenta; Sam, un inquietante pero sensible niño grande que tiene los peores arranques si alguien osa despreciarle de cualquier manera. Los viajes de la serie hacia el puro terror nos recuerdan el rastro de pánico dejado por Fields y Weisberg con ciertas escenas de 'The Americans', como el asesinato de la piscina en la segunda temporada o la papiroplexia humana con cierto cadáver en la tercera.

Fields y Weisberg saben adoptar riesgos (sobre todo en el último episodio), pero tampoco se la juegan en exceso con la claustrofobia: pueden sacarnos al exterior de Sam para que le sigamos en su trabajo como inspector sanitario, o llevarnos a la imaginación de Alan para conocer aspectos de su pasado, sobre todo ligados a su fallecida esposa, la cantora de sinagoga Beth (Laura Niemi), y un hijo pasado a la ortodoxia, Ezra (Andrew Leeds), al que en cierto modo culpa de la muerte de la primera, aunque el cáncer fuera el responsable. La identidad religiosa da especificidad y sentido al personaje de Alan, cuyo encierro le hace soñar con campos de concentración, cámaras de gas o el famoso psiquiatra y superviviente austríaco Viktor Frankl.  

Habrá quien diga que la mejor versión de 'El paciente' habría sido una película de dos horas: justamente eso duraba 'El coleccionista', la obra maestra de William Wyler con Terence Stamp como raptor de una joven estudiante de arte, la Miranda de Samantha Eggar, quien optaba por la seducción para tratar de huir, un poco como hace aquí Alan desde el lenguaje de la psicoterapia. Pero eso significaría reducir el paso y el peso del tiempo, restar gravedad y tedio a la vida del terapeuta entre esas cuatro paredes, bajo ese techo tampoco demasiado alto. Pasar más tiempo con él solo consigue que, llegada la coherente conclusión, todo adquiera una resonancia especialmente amplia. 

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