ÉXITO SORPRESA
Crítica de 'The witcher' (T2): la locura decae
La segunda temporada del éxito sorpresa de 2019 rebaja la autoironía y la sensualidad en nuevos episodios de mucho menor impacto
Juan Manuel Freire
Periodista
Periodista y crítico cultural.
A finales de 2019, 'The witcher' cogió por sorpresa a los escépticos que se preguntaban para sus adentros: ¿otro intento de nuevo 'Juego de tronos', seguramente destinado al fracaso a todos los niveles? Pues no exactamente. Esta adaptación de la saga de libros firmada por Andrzej Sapkowski, traducida antes en serie de videojuegos, podía ser tan cruda como la leyenda de HBO, pero tenía su propia identidad formal (muy sensorial) y su propia sensibilidad (medio 'camp').
Casi sin quererlo, incluso los más descreídos se vieron seducidos por la (deliberadamente) tosca disposición de Henry Cavill como el brujo titular, ese romance más grande que la vida entre Geralt de Rivia y la hechicera Yennefer (Ana Chalotra), una casi anacrónica profusión de desnudos o la intriga por saber cómo sería el monstruo de cada episodio. La aparente autoconciencia del delirio solo añadía capas de disfrute. En algún lugar, Paul Verhoeven quizá observaba la serie por casualidad y estampaba su sello de aprobación.
Por desgracia, todo lo que distinguía a 'The witcher' de muchas otras fantasías actuales (incluyendo su atrevido cruce de líneas temporales) se diluye en una segunda temporada, esta sí, reflejo pálido de 'Juego de tronos'. No busquen aquí orgías detenidas por la palabra clave 'raggamuffin'. Busquen, sobre todo, estrategias bélicas y coaliciones inesperadas, dramas en las cortes y los reinos del Continente y un entrenamiento iniciático que convierte a la princesa Ciri (Freya Allan), hija caída en suerte a Geralt, en la Arya Stark de todo esto.
Al principio de temporada, la pregunta esencial es: ¿dónde está Yennefer, posible tercer vértice de una perfecta familia encontrada? Nadie sabe qué fue de ella tras su papel en la batalla de Sodden, en la que salvó a los reinos del Norte abrasando a la mitad de las fuerzas de Nilfgaard. La hechicera Tissaia (MyAnna Buring) trata de averiguarlo tocando cadáveres para acceder a sus últimas visiones; ella sospecha que Yennefer podría ser uno de los catorce magos caídos en la lucha. Respondida esa pregunta esencial, llegan otras menos interesantes, sobre todo ligadas a cuestiones políticas y maniobras militares.
Para el recuerdo quedará, sobre todo, un primer episodio que ejerce como bisagra entre la antigua 'The witcher' y esta versión domesticada y afligida en exceso: el encuentro fascinante de Geralt y Ciri con Nivelen (Kristofer Hivju), viejo amigo del primero algo cambiado por una maldición. Hay una imagen de verdadero impacto, como un cruce de 'El exorcista' con 'Holocausto caníbal'. Se respira, además, un placer por el acto de contar cuentos que se evapora durante el resto del viaje.
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