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Crítica final de 'Succession' (T3): máximo punto de ebullición

La tercera temporada de la serie de Jesse Armstrong llega a su clímax entre alianzas inesperadas y giros demoledores

Crítica final de 'Succession' (T3): máximo punto de ebullición

Crítica final de 'Succession' (T3): máximo punto de ebullición / HBO

Juan Manuel Freire

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Y cuando parecía que 'Succession' iba a consolidarse como una serie de (sublimes) variaciones sobre un mismo tema, el de la riqueza como enfermedad, el final de su tercera temporada nos sorprende abriendo jirones de dignidad y decencia en personajes que creíamos abocados a una volubilidad amoral. Visto con perspectiva, en realidad, quizá todo nos dirigía hasta este punto: Kendall (Jeremy Strong), en concreto, lleva preparado para ello "desde los cuatro años", dice. Pero incluso siendo conscientes de todas las pistas o del crecimiento lento e implacable de una herida común en los hermanos Roy, es imposible enfrentarse a los últimos minutos de este episodio final desde la parsimonia: es el drama de 'Succession' en su punto máximo de ebullición hasta la fecha, una catarsis y un punto de inflexión. 

La temporada había empezado entre los escombros de otra batalla: la traición de Kendall al todopoderoso patriarca Logan (Brian Cox) en la rueda de prensa en la que, en principio, debía autoinculparse por los horrores sucedidos en la división de cruceros de Waystar Royco y su posterior ocultación. Desde un yate en Croacia, Logan observaba el movimiento y casi parecía sonreír.

Esa sonrisa se transformó pronto en rictus y arrancó una guerra. A un lado, Kendall y su poco planificado intento de revolucionar Waystar, en el que le acompaña, en principio, el (como casi siempre) confundido primo Greg (Nicholas Braun). Al otro lado, un Logan no demasiado lúcido, ni demasiado bien del tracto urinario, que designaba a una nueva CEO, Gerri (J. Smith Cameron), mientras seguía manejando todos los hilos desde las sombras. 

Durante mucho tiempo, los hermanos Roy han sido incapaces de organizarse y reconocer el enemigo común: Logan. Su cumbre en una habitación en el segundo episodio de temporada no resultó en ningún acuerdo. Los hemos visto ridiculizarse y humillar públicamente a través de bromas macabras (como Kendall pinchando el 'Rape me' de Nirvana durante el primer gran discurso corporativo de Shiv) o cartas abiertas escritas con letra cruel. Las batallas se podían dirimir en espacios íntimos, pero Armstrong y su equipo siguen prefiriendo el gran evento social como unidad episódica (o casi): puede ser una determinante reunión anual de accionistas; puede ser la fiesta de 40º cumpleaños de Kendall, una auténtica miseria moral de fiesta. 

La tragedia de un hombre ridículo

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En el centro de la memoria, esa escena sobrecogedora en que Kendall movía Roma (que no Roman o Rome) con Santiago para encontrar el regalo artesanal preparado por sus hijos: ¿metáfora de otra conexión perdida? Jeremy Strong demostraba, nuevamente, lo en serio que se toma a su personaje. "Tan en serio" como a su propia vida, según explicaba en un controvertido perfil de 'The New Yorker' centrado en su compromiso extremo con el oficio del actor. 

Algo parecido a emoción verdadera

En este final de temporada, las tramas en torno a fusiones corporativas, así como las ideas en torno a la muerte o transformación de los medios tradicionales, se han confirmado casi como aderezos frente al drama sobre los nexos familiares o su falta. "Las almas son aburridas", dice Greg en un gran momento, pero la victoria a la que nuestros antihéroes aspiran (o quizá sería mejor decir aspiraban) parece menos financiera que espiritual. El golpe de estado golpea hondo. 

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