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Crítica final de 'Falcon y el Soldado de Invierno': qué significa ser Capitán América

Este 'spin-off' del MCU ha integrado cuestiones de raza, patriotismo y moral en una aventura 'de colegas' con buenos clímax de acción

Crítica final de 'Falcon y el Soldado de Invierno'

Crítica final de 'Falcon y el Soldado de Invierno'

Juan Manuel Freire

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Antes de que la pandemia complicara agendas y rodajes, la primera serie de Marvel para Disney+ iba a ser 'Falcon y el Soldado de Invierno', continuación más o menos directa de lo visto en 'Vengadores: Endgame', además de jugada menos arriesgada que 'Bruja Escarlata y Visión'. El propio Anthony Mackie, alias Falcon, describió famosamente la miniserie como una "película Marvel de seis horas". Algo de verdad hay en eso, aunque deben hacerse matices.

En parte por cuestiones presupuestarias, en parte por las convicciones del 'showrunner' Malcolm Spellman ('Empire'), 'Falcon y el Soldado de Invierno' tiene menos de espectáculo superheroico hipertrofiado que de thriller político (género ya explorado por la directora Kari Skogland con '50 hombres muertos') en el que algunos de los personajes principales resultan tener habilidades o 'gadgets' fuera de la norma. Empezando, claro, por los viejos aliados de Steve Rogers del título, a los que se concede un protagonismo inusual hasta ahora en el MCU, sobre todo en el caso de Falcon.

De hecho, se podría llegar a hablar de Sam Wilson como verdadero centro y héroe absoluto de esta historia sobre qué significa ser Capitán América en 2021 y si un hombre negro debería cargar con ese escudo de legado tan complicado, de simbolismo tan turbio. En medio de las dudas, Wilson cede el escudo al Smithsonian de Washington. Pero el ítem no queda demasiado tiempo guardado en una vitrina: pronto encuentra dueño en John Walker (Wyatt Russell), otro Capi blanco, rubio y con ojos azules, solo en apariencia idóneo, porque su complejo de inferioridad puede abocarle a una violencia innecesaria.

Spellman no solo se pregunta sobre la legitimidad del patriotismo negro (incluyendo alguna referencia al experimento de Tuskegee a través de Isaiah Bradley, primer Capitán América negro de los cómics), sino también sobre el peso del trauma y la moral del terrorismo, a través de las historias de, respectivamente, Bucky Barnes (Sebastian Stan), cuya culpa por haber sido sicario de Hydra se traduce en pesadillas insistentes, y la compleja villana Karli Morgenthau (Erin Kellyman), versión femenina del Karl Morgenthau de los tebeos. Tras ella y sus Sin Banderas, un grupo anarquista terrorista con miembros mejorados gracias a un supersuero de nueva creación, se dirige el dúo titular en una búsqueda con parada más disfrutable, quizás, en esa Madripur como salida de alguna entrega de 'John Wick'; no en vano Derek Kolstad, creador de la citada franquicia, escribió ese tercer capítulo.

Este cronista tuvo sus dudas con la 'set piece' de acción que casi abría el primer episodio –demasiado explosiva, demasiado pronto, y algo confusa–, pero hay que reconocer que a posteriori ha habido clímax nada desdeñables. Sobre todo, la lucha contra supersoldados sobre camiones en movimiento del segundo capítulo, o el esperado enfrentamiento de Falcon y el Soldado de Invierno contra el nuevo y terrible Capi en el quinto, que acababa con el escudo de nuevo en manos de Sam. Incluso se detectan influencias de Nolan en las acciones en paralelo de un episodio final con casi media hora de pura acción.

Tanto tiempo se dedica a esa colisión neoyorquina que apenas queda margen para cerrar como se debería la historia de Yori Nakajima y la enmienda más importante de Barnes. Pero, como decíamos, esta es, al fin y al cabo, la historia de Falcon, o mejor, de un Capitán América negro: un nuevo resplandor en el horizonte para esta versión de Estados Unidos y este universo multiplataforma.

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