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El final de 'Orange is the new black': dentro y fuera de la cárcel

La serie estrena este sábado su séptima y definitiva temporada

Un fotograma de la serie 'Orange is the new black'.

Un fotograma de la serie 'Orange is the new black'. / periodico

Quim Casas

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Han pasado seis temporadas y seis años –la serie debutó en Netflix el 11 de julio de 2013– desde que Piper Chapman, el personaje principal de 'Orange is the new black' ('OITNB') interpretado por Taylor Schilling, se duchara en la cárcel con unas chanclas fabricadas por ella misma porque aún no le había llegado el dinero para comprarlas en el economato de la prisión. Seis temporadas desde que empezara a pagar su error por haber ayudado 10 años antes a su amante lesbiana, Alex (encarnada por Laura Prepon, también directora de dos episodios), a pasar dinero del narcotráfico.

La creadora de 'OITNB' Jenji Kohan, se había fogueado escribiendo episodios de series como 'El príncipe de Bel-Air', 'Sexo en Nueva York' y 'Las chicas Gilmore'. ¿Alguna relación entre estas producciones catódicas con su inmersión en el universo carcelario femenino? Si la hay, es pura casualidad.

 Kohan despegó con voz propia en 2005 al idear 'Weeds', su primera ración de incorrección política: narraba los avatares de una mujer, viuda y con hijos, que se dedica a vender marihuana para mantener su estatus de clase media. 'OITNB'es la segunda obra mayor de Kohan, la definitiva. Este sábado comienza a través de Movistar + la séptima y última tanda de 13 episodios. Gente del prestigio de Jodie Foster se sumó rápidamente a la causa dirigiendo el tercer capítulo de la primera temporada y el primero de la segunda, en el que Piper salía de un mes en aislamiento, viajaba en avión con otras reclusas hasta Chicago y conocía a nuevas presas que entrenaban cucarachas para pasar cigarrillos de una celda a otra. La realidad entre rejas.

 Escrita a partir de la experiencia real de Piper Kerman, vertida en un best seller publicado en 2010, no es una serie que esconda o disimule la realidad que trata. Hasta ahora, los Emmy y Globos de Oro le han sido esquiva. Con un estilo que bascula entre drama y comedia, dice las cosas por su nombre. Es tan incómoda como divertida, una mezcla no tan fácil de conseguir rehuyendo, además, algunas de las constantes del relato carcelario: no hay intentos de fuga, pero si motines desesperados.

Violencia urgente

 Consciente de que el desarrollo de personajes en ese mundo tan cerrado y con sus propias reglas podía agotarse (lo que ha pasado con otra series carcelarias como Prison break), Kohan dio un giro radical con la quinta temporada, la que registró las revueltas de las reclusas contra los guardias y el sistema penitenciario en general, lo que aceleró en la serie su carácter más violento, de testimonio urgente.

 Piper, Alex (a la que reencuentra entre rejas para examinar cual es su verdadera identidad en cuestiones amorosas), Suzanne Ojos Locos, Gloria, Lorna y el resto de reclusas de las que sabíamos todo durante cinco temporadas abandonaron su “zona de confort”, el penal de Litchfield, para ser ingresadas en una cárcel de máxima seguridad, escenario de la sexta temporada.

 La séptima establece un nuevo foco sin abandonar los anteriores: relaciones sentimentales y de amistad, racismo, clase social, brutalidad carcelaria, abusos, las fisuras del sistema penitenciario). Piper y Sophia salen de la cárcel, Alex sigue en ella, Lorna se ponen de parto, algunas son enviadas a otros centros o asumen injustas condenas de cadena perpetua. La vida dentro y fuera de la prisión, la imposibilidad de adaptarse a una situación ansiada (la libertad) pero con la que ahora es tan difícil lidiar. El desenlace de un drama sin épica innecesaria y mucho sentido común con el que Netflix empezó a cimentar su andamiaje.