PSICOLOGÍA

Perdonar por egoísmo: tres pasos para liberarte

Te libera a ti y no al otro, por lo que es una cuestión de necesidad personal

Diseñando el algoritmo de la felicidad

Diseñando el algoritmo de la felicidad

Ángel Rull

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Filosofía, religión, cultura y psicología han estudiado, discutido y promovido el perdón, siendo ésta una de las virtudes más importantes, al asegurar la convivencia y la estabilidad. No siempre es fácil, pero es, ante todo, un acto de liberación hacia ti mismo.

Perdonar implica dos procesos básicos. Por un lado, quitar al otro el castigo que le hemos impuesto, y, por el otro, anular los sentimientos negativos que sentimos. Es decir, una parte se dirige hacia el otro y la segunda, a menudo más importante y difícil, a nosotros. Perdonar es, ante todo, libertad personal: tenemos la decisión última. Aceptar que está en nuestra mano, que no importa cómo de grave haya sido, resulta doloroso, porque la responsabilidad de avanzar recae sobre nosotros mismos.

El perdón surge de la aceptación y de la comprensión, pero nunca de la justificación. Aceptar lo ocurrido, reafirmarnos, saber que no merecemos ser dañados pero que ya ha ocurrido. Es cerrar una puerta que no hemos abierto pero que sí estamos manteniendo. Y, además, es imprescindible que se acompañe de la compasión.

Esta última, como señalaba el Dalai Lama y como nos recuerda Paul Gilbert en su terapia centrada en la compasión, se puede definir como "una sensibilidad hacia el sufrimiento del yo y de los otros junto con un compromiso profundo para tratar de aliviarlo". Es decir, basarse en la empatía, en saber que, aunque haya agravio, el otro también sufre, aunque no siempre sea necesario conocer todos los motivos para alcanzar este punto, ni mucho menos llegar a la justificación.

Perdonar en tres pasos

Alcanzar el perdón, la cima de la compasión y la aceptación no siempre es posible. Hay tres pasos clave:

1. Primer paso, la consciencia: Somos capaces de ver la realidad, incluso aunque no conozcamos los motivos. En esta etapa abunda el silencio, el dolor, el enfado y la tristeza. Y, aunque es la más realista y objetiva, no siempre se ven los acontecimientos, sino que se pueden llegar a negar.

2. Segundo paso, el duelo: En este punto aparecen los reproches hacia unos mismo, mezclados con los que lanzamos al otro. Implica reordenar al otro respecto a nosotros mismos, cambiar su imagen, lo que suele generar decepción.

3. Tercer paso, (por fin) el perdón:  Es el punto final, pasar página y cerrar la historia. Supone, ante todo, abandonar nuestro papel cómodo de víctimas, ver que somos responsables de nuestras propias vidas.

¿Perdonarlo todo?

Perdonar es totalmente independiente al motivo de enfado. De hecho, en muchos casos, el enfado puede ser desmesurado. No siempre implica olvidar, ni quitar importancia. No implica pensar que lo que ocurrió fue menos importante. Perdonar es soltar, es liberarnos a nosotros mismos de algo que ya es pasado pero que nos sigue ahogando.

Perdonamos para volver a la calma, para reconciliarnos, para enterrar el hacha de guerra y continuar con las relaciones que antes había. Restablecemos los vínculos, pasamos página y tratamos de reordenar en nuestra memoria lo ocurrido.

Pero también perdonamos por egoísmo, para liberarnos a nosotros, no al otro, de todo lo ocurrido. Con ello, somos capaces de aceptar las emociones negativas, asumirlas y dejarlas ir, porque, como dice Buda, "aferrarse al odio es como tomar veneno y esperar que la otra persona muera". Es a nosotros mismos a quienes dañamos con la ira, el enfado y la frustración. Perdonar libera, tranquiliza y nos hace soltar la cuerda con la que nosotros mismos perpetuamos el daño.  

Ángel Rull, psicólogo clínico.