PSICOLOGÍA

5 maneras de gestionar las rabietas de tus hijos

Gritos, pataletas, golpes y lloros son los síntomas más claros de una rabieta

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Ángel Rull

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Las rabietas acaban con la paciencia de muchos padres, sobre todo si son en público. ¿Pero por qué se producen? Los motivos son simples: nuestro hijo se frustra al no conseguir lo que quiere, cuando está cansado o cuando las cosas se le tuercen.

Este problema cada vez más presente en los hogares españoles  se puede eliminar de una manera sencilla.

El derecho a enfadarse

La rabieta aparece como una explosión, como una descarga de emociones negativas, siempre unida a la ira y al enfado.  Fruto del ejercicio de la autonomía, aparecen con normalidad en la etapa comprendida entre los 18 meses y los 4 años, especialmente en torno a los 2 años.  

Estas frustraciones forman parte del desarrollo cognitivo de cualquier niño y son el momento perfecto para que los padres doten de herramientas emocionales. Sin estas herramientas, los futuros años, incluida la adolescencia, serán muy difíciles de gestionar. Por tanto, el problema no es la rabieta, sino nuestra forma de evitarlas, manejarlas y solucionarlas como padres.

Rabietas normalmente previsibles

Normalmente, son tres tipos de enfados los que aparecen.

En primer lugar, hay rabietas previsibles, aquellas que se pueden anticipar. Por ejemplo, son las que se relacionan con el estado físico del niño, como el cansancio, el hambre o la necesidad de moverse y salir de casa: son previsibles y, a menudo, inevitables.

En segundo lugar están las rabietas previsibles pero que no evitamos por no cambiar nuestra propia conducta. Por ejemplo, ponerse el cinturón de seguridad, bañarse o ir al médico. Con niños mayores debemos explicar el motivo de realizar estas conductas.

Por último nos encontramos las rabietas imprevisibles. Esta es la más difícil de controlar para cualquier padre. Aparece por inmadurez emocional, frustración y poca tolerancia cuando las cosas no salen como se esperan.

Rabietas normalmente previsibles

Lo más recomendable es la prevención. Reducir los efectos que puedan provocarse y que nos permita no tener que lidiar con los enfados. No siempre pueden evitarse del todo, pero sí minimizarse en gran medida. Debemos saber gestionarlas y, especialmente, prevenirlas. ¿Cómo?

  1. Fomenta su autonomía. Debemos dejar que realicen todo lo que puedan ellos solos, desde vestirse a comer o lavarse los dientes. Nunca lo harán perfecto y muchas veces pedirán ayuda, pero desarrollarán nuevas herramientas y tendrán más espacio.
  2. Descarga. Saltar, correr, peleas de cojines… Cualquier juego nos vale para hacer que se desfoguen y relajen. Además, fomentaremos una actividad física de corta duración, pero con un gran impacto para ellos.
  3. Gestiona tus propias emociones. No son solo las de nuestros hijos las que se ven alteradas, sino también las de nosotros mismos. Mantén la calma y realiza la escucha activa.  Piensa que tú tienes el poder y que no debes dar la imagen que no quieres que tu hijo tenga. Sé ejemplo de lo que quieres ver.
  4. Etiqueta emocional. Las emociones tienen nombre, función y utilidad. Enseñar a tus hijos a identificar sus emociones, las positivas y negativas, su utilidad y cómo gestionarlas puede ayudar a crecer en inteligencia emocional y en habilidades personales y sociales.
  5. Respeto y empatía. Mantener una relación exagerada de poder no es sano. Hazlo siempre respetando espacio y autonomía. Sus emociones, sus necesidades, sus peticiones y sus juegos son totalmente válidos. Todo tiene cabida y debe respetarse.

No todo es cuestión de manejar las emociones de nuestros hijos, sino también de manejar las nuestras. Las herramientas que necesitamos y que ellos necesitan para poder gestionar emociones normales en etapas de desarrollo harán que aumente la calidad de vida de la familia al completo.  

Ángel Rull, psicólogo clínico.