Vivencias de proximidad

Sant Jordi más allá de Barcelona: "Vivimos la esencia popular de la Diada sin tantas colas"

Diversas lectoras comparten con EL PERIÓDICO sus motivos para vivir Sant Jordi en ciudades del área metropolitana

PARTICIPA | ¿Cómo fue el Sant Jordi más especial en tu ciudad? Cuéntanoslo

Sant Jordi 2024, en DIRECTO: última hora de la diada del libro y la rosa en Barcelona y resto de Catalunya

Sara, Arianna e Isabel explica a EL PERIÓDICO cómo viven Sant Jordi en sus ciudades

Sara, Arianna e Isabel explica a EL PERIÓDICO cómo viven Sant Jordi en sus ciudades / EL PERIÓDICO

Clàudia Mas
Gerardo Santos
Manuel Arenas
Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La Diada de Sant Jordi va mucho más allá de Barcelona y rebasa los límites de la gran ciudad. Buena muestra de esa transversalidad de la celebración son los miles de catalanes de municipios próximos a la capital que optan por la proximidad de sus barrios y deciden vivir la esencia de Sant Jordi en sus propios contextos locales. Diversas lectoras han compartido con EL PERIÓDICO —que abrió una convocatoria para recibir cartas de los lectores— sus motivos para vivir Sant Jordi en sus respectivas ciudades del área metropolitana, donde acumulan docenas de simbólicas experiencias y recuerdos.

Sintetiza bien esos motivos la vivencia de Isabel Ibáñez, vecina de Santa Coloma de Gramenet, ciudad a la que llegó en 1967. A sus 77 años, Ibáñez cuenta que empezó a celebrar Sant Jordi en Santa Coloma a principio de la década de los ochenta, después de años haciéndolo en la capital catalana: "Entendí que en Santa Coloma es diferente". ¿Por qué? "Porque se vive con la misma intensidad y pervive una esencia más popular, sin tantas aglomeraciones como en Barcelona", apunta Ibáñez, quien considera que "la masificación barcelonesa ha supuesto que poco a poco se pierdan vínculos".

Isabel Ibáñez, vecina de Santa Coloma de Gramanet

Isabel Ibáñez, vecina de Santa Coloma de Gramanet / Cedida

También prefiere la proximidad local Arianna Bruguera, vecina de Granollers, quien define Sant Jordi en la ciudad del Vallès Oriental como "una oportunidad para disfrutar de autores locales sin las grandes colas y aglomeraciones de Barcelona". Su plan para este 23 de abril es pasear por la zona de la Porxada, donde se ubican las librerías y los estands de rosas, y asistir a un recital de poesía en la Sala Tarafa. Sant Jordi es para los lectores un "incentivo", tal y como lo define Marc Batalla, vecino de Sabadell, en una carta remitida a este diario.

Sílvia Sala, otra vecina del Vallès, en este caso de Sant Cugat, coincide con Ibáñez y Bruguera en que en su ciudad "puede disfrutarse de un ambiente similar al de Barcelona pero sin tanta gente". Aunque sea un día laborable, asegura Sala, de 50 años y madre de dos niños de diez y nueve años, "toda la familia salimos juntos a comprar libros y rosas solidarias por el centro de Sant Cugat".

Recuerdos simbólicos de Sant Jordi

La Diada de Sant Jordi es asimismo un generador de simbólicos recuerdos, los cuales perviven especialmente en la memoria de los mayores. Es el caso de Emília Garcia, de 78 años y vecina de Sabadell, quien remite a la pandemia al ser preguntada por una experiencia emotiva vinculada a Sant Jordi. "Durante la pandemia recibí una rosa de papel y la puse en el balcón, y recuerdo que me hizo llorar de tristeza al ver que no podía salir", rememora Garcia, que pone en valor el "hervidero de personas" que es Sant Jordi en Sabadell pero sin llegar a ser Barcelona, "cuya celebración me parece muy bonita pero a su vez me agobia por las aglomeraciones".

Para experiencia simbólica la que evoca Isabel Ibáñez en Santa Coloma, donde la Diada de Sant Jordi funcionó como herramienta cultural para conectar a vecinos de origen migrante con la ciudad. "Hace unos 15 años, hicimos unos cursos de sardanas y fuimos a las escuelas del barrio de Fondo, donde más población migrante de la ciudad vive. Posteriormente, los niños de los cursos vinieron con sus familias a celebrar Sant Jordi a una plaza de Santa Coloma, y me impresionó que algunas de ellas me decían que, pese a llevar años en la ciudad, era la primera vez que visitaban la plaza. Aquello me motivó mucho para ver en la cultura un instrumento de integración", narra Ibáñez.

Fundación Ateneu Sant Roc, Badalona

Fundación Ateneu Sant Roc, Badalona / Cedida

Otro de los contextos donde Sant Jordi opera como elemento integrador es el popular barrio de Sant Roc, en Badalona, uno de los más vulnerables de Catalunya. Desde allí, Albert Francolí, miembro de la Fundació Ateneu Sant Roc, cuenta que "hace algo más de veinte años, voluntarios de la fundación y vecinos del barrio se dieron cuenta que en Sant Roc no se llevaba a cabo ningún acto ni celebración de la ‘diada’, y decidieron poner fin a esa situación".

Fue esa la razón por la que vecinos y voluntarios organizaron una parada de libros para que las vivencias de Sant Jordi también lleguen al habitualmente estigmatizado barrio de Sant Roc. La iniciativa sigue vigente a día de hoy: se trata de una mesa de 20 metros con libros nuevos, en catalán y enfocados a un público joven, para fomentar la lengua en el barrio.

El último reducto de las librerías de proximidad

Sant Jordi es, a su vez, el día más importante del año para las librerías de proximidad que hallan en la celebración local su mejor baza para resistir. Ejemplo paradigmático de ello es la libreria Carrer Major de Santa Coloma, a la que está "muy vinculada" Isabel Ibáñez, o la librería La Mulassa de Vilanova i la Geltrú, que abrió en 1975 y fue comprada por la libretera Anna Llosa en 1985. Ahora, con 70 años, Llosa contesta a la pregunta de si se encuentra ante su último Sant Jordi al frente de la librería con un tierno "ojalá", que precede a una tímida risa.

Muy vinculada a las librerías está también la experiencia de Sara Brujo Dòria, de 27 años, quien ahora trabaja en la Llibreria Finestres de Barcelona pero cuya infancia pasa por la Llibreria Dòria de Mataró, donde ahora coordina un club de lectura sobre literatura y salud mental. "Mis Sant Jordis siempre han estado relacionados con trabajo", bromea la libretera, quien recuerda el estrés y el esfuerzo de atender desde la mañana hasta la noche. "Incluso con lluvia, teniendo que proteger los libros", añade.

Por su parte, la también libretera Llosa cuenta que hace un tiempo que busca un comprador para su librería, pero por el momento no lo ha encontrado: "Es complicado, hace falta mucha vocación para este trabajo". En todo este tiempo, Llosa ha visto como el Sant Jordi de hace cuarenta años ―al que acudían "solo escritores y alguna asociación cultural"― ha mutado en una suerte de gran feria en la que no faltan las paradas de asociaciones de todo tipo e, incluso, de los partidos políticos: "Cuando compré la tienda en el 85 apenas había una librería más en la ciudad".