La envidiada normalidad cultural
Para los catalanes, Sant Jordi es una fiesta sonada, una segunda diada. Unimos el día de los enamorados y la celebración de la literatura y me parece oportuno vincular el amor con la creación literaria, porque el amor es uno de los grandes temas literarios de todos los tiempos y la lectura es, también, una forma de amor. Sant Jordi es un día mágico en el que la lectura parece una actividad prestigiada, en el que los escritores son aclamados y reclamados, y en el que hay un contacto directo entre autores y lectores. Barcelona se convierte en una gran librería: las calles se llenan de puestos de libros, la gente se acerca, los mira, los toca e ¡incluso los compra! Sería bonito pensar que después también, además, los lee.
Conviene tener presente que para mucha gente es quizás una actividad que solo hace un día al año. Todos quisiéramos que este gesto no fuese excepcional sino cotidiano y como país lo necesitamos. Necesitamos ciudadanos lectores porque leer nos forma, nos permite ser críticos, nos ayuda a ser libres. Parece que el 2014 ha sido un Sant Jordi exento de polémicas sobre libros mediáticos y no mediáticos, sobre escritores y escribanos o, directamente, sobre la diferencia entre el márketing y la literatura; y me alegro. En definitiva, todo libro tiene su lector y cada lector tiene que encontrar su libro. Mediante la lectura accedemos a un territorio donde la debilidad de los límites entre la realidad y la ficción se pone especialmente de manifiesto. Para decirlo con versos de Gabriel Ferrater: «Aquesta insistent aigua de paraules, sempre creixent, va ensulsiant els marges de la vida que vaig creure real». En tiempos de desmoronamientos, contingencias, en el ocaso de un mundo que hace aguas en cuanto a los valores, referentes, instituciones, etc. En un momento en que casi todo se somete a una lógica de la caducidad: la lectura se presenta como uno de los ámbitos de la vida que vertebra nuestra existencia por su capacidad de transformardora. Sant Jordi es una jornada de feliz y envidiada normalidad cultural.
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