Historias de P. (1): Los psicotrópicos

"Usted quizá no se acuerde -dijo Enric Picart- aunque debería, porque imagino que no pasa tanta gente por aquí, o quizá sí que pasa, pero por cosas importantes y si son importantes para esa gente también lo tienen que ser para ustedes, que trabajan aquí"

Historias de P., relato de verano de Josep Maria Fonalleras

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Josep Maria Fonalleras

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De hecho, él tenía razón y resulta que ya le había conocido antes, pero no lo recordaba con nitidez, aunque he de decir que debería haberle reconocido porque no era un personaje que pudiera pasar desapercibido. Mejor dicho. Sí que pasaba. Se confundía entre la gente como se confunde el coche de la funeraria –en lo alto, en el techo, en una especie de rótulo como los de la policía, pone 'Servicios judiciales' y parece una furgoneta cualquiera– cuando un día de cada día circula por las calles, una furgoneta cualquiera que, si te fijas, no es como las otras sino un vehículo que transporta un cadáver o que va a buscarlo al depósito del Trueta o al del Santa Caterina para llevarlo hasta aquí. Y luego, aquí, lo arreglamos y todo lo demás y tramitamos los papeles con la familia, que es lo que yo hice, al parecer, con el padre de Enric Picart. "Se ha de acordar, seguro, sí. Hace unas semanas. Mi padre".

Dije que sí, al final, para que no me agobiara más, y fue un error. De hecho, a estas alturas, todavía no sé si fue un error. En cualquier caso, fue el inicio de todo lo que vino después. Si me lo hubiera quitado de encima, tal vez no me habría agobiado nunca más y ahora seguro que no le echaría de menos ni nada de todo eso que ocurre cuando alguien que acabas queriendo desaparece de repente, pero lo cierto es que aquel día dije que me acordaba de su padre y que le acompañaba en el sentimiento, a pesar de los días que ya estaba enterrado. "No lo enterramos –dijo Enric Picart– lo incineramos". Puede que lo incineráramos, pero, lo repito, entonces no lo tenía presente. Y  después, el día que le conocí, Enric Picart me dijo que recordaba mucho la ceremonia de despedida de su padre y que siempre estaría agradecido a la funeraria por un acto tan delicado y tan poético.

Dije que sí, al final, para que no me agobiara más, y fue un error. De hecho, a estas alturas, todavía no sé si fue un error

Dijo "delicado" y "poético", que es una manera un poco salvaje de describir la escena. "Estaba yo solo en la sala y me parece que era demasiado grande para mí solo, pero aquella señorita fue tan amable. Habló como si la sala estuviera llena e incluso hubo música, ahora no sé qué música, pero era música de funeral". Más tarde, cuando Enric Picart se marchó, pregunté a Elisa si aquella “señorita” era ella, y me dijo que sí y me confirmó que hizo de maestra de ceremonias, que es lo que hacemos cuando no rellenamos papeles y cuando no abrimos el catálogo de los ataúdes y de los recordatorios. "Fue extraño", me dijo Elisa.

"Lo que yo quisiera saber –dijo Enric Picart– es si es cierto que los psicotrópicos vienen del Trópico". Le dije que la verdad es que no tenía ni idea, pero todo me hacía pensar que los psicotrópicos eran sustancias farmacológicas que no tenían nada que ver, necesariamente, con una localización geográfica. Me enganchó en el mostrador, donde recibimos las visitas y donde indicamos la sala del velatorio correspondiente, y supongo que pensó, al ver un ordenador, que yo tenía acceso a internet y que seguro que en alguna página lo encontraría. "Seguro que sí", dijo Enric Picart, "seguro que sí; lo he leído en alguna parte que ahora no sé, pero seguro que vienen del Trópico, y es por eso que se llaman psicotrópicos". Con lo que sabéis hasta ahora, lo más fácil es imaginar que se acababa de tomar uno, o toda una caja entera de pastillas, pero no, de ninguna manera. Enric Picart era así. Lo fui descubriendo a lo largo de los días que vinieron después.

Efectivamente, los psicotrópicos no se llaman así porque procedan del Trópico sino que hacen que el mundo dé vueltas, si te los tomas

"Le agradeceré mucho", me dijo, "si es tan amable de confirmarlo; le pagaré un cortado". Le dije que tenía trabajo y que si podía volver al día siguiente, que seguro que le podría dar una información fiable, pero él dijo que no, que se quedaría en la sala de espera y que cuando pudiera le fuera a encontrar. Continué atendiendo a las familias que tenían que elegir el ataúd y el recordatorio, y, como Enric Picart no se iba, acabé consultando el ordenador. Efectivamente, los psicotrópicos no se llaman así porque procedan del Trópico sino que hacen que el mundo dé vueltas, si te los tomas, o algo por el estilo, que parece que viene del griego, creo. Fui a encontrarlo y le comuniqué la noticia. "Creo que se equivoca –dijo Enric Picart– o que te equivocas, porque ¿te puedo tratar de tú, no?".