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Exposición 'Suburbia. La construcción del sueño americano', en el CCCB.

Exposición 'Suburbia. La construcción del sueño americano', en el CCCB. / MARC ASENSIO

Miqui Otero

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Si alguna vez has soñado con mudarte al paraíso, y si piensas que el paraíso es una casa adosada con un retal de césped ubicada en las afueras (o “la casa i l’hortet”), lo mejor que puedes hacer es visitar la portentosa exposición 'Suburbia' en el CCCB.

No tanto porque ahí puedas ver cómo sería esa vida (que también: la muestra incluye réplicas de este tipo de hogar), sino porque ahí se explica que todo paraíso tiene sus sombras (la oreja mutilada y colonizada por las hormigas en el césped perfecto de la película de David Lynch) y que todo aquel que lo habite podría ser expulsado de él.

Exposición 'Suburbia. La construcción del sueño americano' en el CCCB de Barcelona

Exposición 'Suburbia. La construcción del sueño americano', en el CCCB. / MARC ASENSIO

Eso le sucede al protagonista del cuento 'El nadador', de John Cheever, uno de los mejores retratos de la vida en este tipo de lugares, con sus vidas reticulares, sus barbacoas, su promesa de paz y prosperidad. Despierta con resaca en casa ajena y se propone regresar a la suya nadando de piscina en piscina: “Volver a casa siguiendo un camino diferente le infundía la sensación de que era un peregrino, un explorador, un hombre con un destino”. Acaba mal. Con el personaje cansado de nadar a crol (“la natación domésticada”), tiritando en bañador en la cuneta y pitado por los coches; encarnando la pesadilla de la expulsión del edén.

Si vives en Barcelona y te propones una majadería similar, será más fácil que retoques la apuesta: te podrías proponer volver a tu casa saltando de fornet degustación en fornet degustación, sin poner un pie fuera de un 365 o un L’Obrador o un Vivari. Pero si insistes en emular la odisea del antihéroe de Cheever, lo mejor es que busques otro escenario.

Elitismo deprimente

Una opción sería que lo intentaras en Begur o L’Ametlla de Mar, donde hay una piscina cada dos y tres habitantes (en L’Hospitalet es una cada más de 4.000). Eso si la lectura de estos datos no ha despertado en ti cierto resentimiento de clase y cierta ansiedad ecologista en tiempos de sequía (un sintecho me contó que uno de sus problemas ahora es las restricciones en las fuentes públicas, aunque los hoteles marchen a todo dolor y aunque los parterres se rieguen con aguas freáticas).

Exposición 'Suburbia. La construcción del sueño americano' en el CCCB de Barcelona

Exposición 'Suburbia' en el CCCB. / MARC ASENSIO

Así que mejor volver al CCCB. La exposición, comisariada con gusto, rigor y profundidad por Philipp Engel, cuenta la evolución de este tipo de zonas residenciales, nacidas al calor de la motorización del mundo, donde blancos de clase media y alta se mudaron tras la segunda guerra mundial. Llega hasta nuestros días, cuando se ha demostrado que esta idea liberal y elitista puede ser deprimente para muchos de sus habitantes (solo hay que leer a Cheever o a Updike), pero desde luego es devastadora para el planeta (sumen a la gasolina, el agua para regar el césped).

Aquel sueño americano es hoy pesadilla global. En nuestra provincia también se estila ese tipo de vida, que no es ni urbana (el cosmopolitismo de Barcelona) ni rural (esa Catalunya interior que guarda la llama de nostrada), sino un híbrido extraño. Empezó como el lugar de fin de semana, muy especialmente cuando se generalizó el 600 (nuestro Ford T), pero, entre 1985 y 2005 se ha construido una casa así por hora.

Exposición 'Suburbia. La construcción del sueño americano' en el CCCB de Barcelona

La exposición 'Suburbia'. / MARC ASENSIO

Así que si estás viendo una serie yanki, o agobiado en casa, y vuelves a soñar esa existencia, mejor un remojón en una piscina municipal o, aún mejor, una visita a esta exposición de algún modo paradójica: pese a ser crítica y convencerte de sus argumentos, no puedes evitar no querer salir de ella jamás.

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