Conde del asalto

El mejor cóctel de Saint Tropez está en Barcelona

Coctelería Saint Tropez.

Coctelería Saint Tropez. / M. O.

Miqui Otero

Miqui Otero

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He viajado dos veces a cierta parte de la Costa Azul, en dos momentos de mi vida. La primera, en tren y a Niza; la segunda, sin salir de Barcelona y a Saint Tropez. Veréis por qué.

Hace unos diez años, mi pareja y yo comenzamos un Interraíl europeo justo en Niza, que me pareció un cruce entre un balneario para millonarios y una hermandad universitaria. Llegamos al albergue, donde un treintañero americano con complexión de saltamontes nos recibió con una cara que basculaba entre el asco de vivir y el miedo por el porvenir. Mientras yo desenfundaba el DNI para tendérselo, un adolescente perdió pie en el último tramo de la escalera para desplomarse en el rellano. “Hola”, le dije, muy amable. Él se removía como un insecto panza arriba, como intentando incorporarse o protagonizar una novela de Kafka, cuando el siguiente chaval alojado en este Ritz 'low cost' llegó a la escena: estalló en una carcajada tan explosiva que a mitad de la risa comenzó a vomitar (no es preciso añadir que lo hizo sobre su amigo insecto). El encargado del establecimiento había decidido celebrar esa noche la Fiesta del Champán, invitando a varias copas gratis a todos sus inquilinos púberes. “150 críos borrachos. Gracias, jefe”, masculló el recepcionista saltamontes antes de señalarme con el dedo el camino a mi habitación. Nuestra habitación. Una habitación con literas para 25 personas (23 de ellas borrachísimas). Uno de mis compañeros de sueño, pinzando una botella de champán por el gollete, nos dijo que tenía un problema: confundía Ámsterdam con Barcelona. Lo había pasado tan bien que no recordaba absolutamente nada de ninguna de esas ciudades. Yo también deseé olvidar ese momento y, como veis, no lo he logrado.

Mi segunda visita a la glamurosa Costa Azul fue el pasado sábado, y con el mérito de hacerla sin salir de mi ciudad. Si en la primera me noté demasiado maduro (por no decir viejo) para según qué experiencias, ahora ya lo he asumido. La amable canguro nos permitía tres horas de asueto por la ciudad. Y fuimos a una coctelería en Travessera de Gràcia con Sicilia llamada Saint Tropez (Travessera de Gracia, 276).     

Elvis, Belmondo y los Beatles

Este bar vintage de cócteles tiene casi todo lo que podría desear. En la entrada, una pared decorada con Jean Seberg paseando con Belmondo y vendiendo 'New York Herald Tribunes'. Pequeños bodegones de pick ups, cocteleras y portadas de álbumes. Pósters hawaianos del cine de Elvis, de los Byrds, de Los Ángeles. Al fondo, toda una pared dedicada a los Beatles dando un salto. Mesitas retro, sofás color granate, taburetes rotatorios en la barra, elocuencia de líquidos de todos los colores tras la barra. Y música, oh, qué música, de yeyé francés a bandas inglesas de los sesenta.

Pedí, como Don Draper, un Old Fashioned, casi como guiño autoparódico a mi adultez. Pero al segundo sorbo ya estaba cantando el 'Saint Tropez Twist' de Pepino di Capri: “En Saint Tropez / la luna se despierta contigo / y baila el twist / contando las estrellas”.

No es fácil encontrar en Barcelona rincones como este, que lleva abierto unos ocho años. No me fue difícil sentirme en casa al cabo de unos pocos minutos.

Miqui Otero brinda con los Beatles en la coctelería Saint Tropez.

Miqui Otero brinda con los Beatles en la coctelería Saint Tropez. / L. B.

Le pedí a mi pareja que me hiciera una foto: sostengo el Old Fashioned delante del mural de los Beatles. Y, sin haber posado para ello, el vaso queda en el punto justo del pecho de George Harrison, de tal modo que parece su corazón encendido. Si el vómito del chaval del albergue fue una señal de lo que había que ir dejando, esta foto lo es del lugar al que volveré tantas veces como pueda.

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