Conde del asalto
¿Quieres volver a la Barcelona quinqui?
Multimedia | Los lugares donde se rodó el cine quinqui en Barcelona y el resto de Catalunya
El rincón donde mejor se escucha la música en Barcelona
Miqui Otero
Escritor
Si sufres un arrebato de nostalgia, o te da por suscribir con aspavientos esos titulares que alarman sobre la inseguridad actual en las calles de Barcelona, tengo la medicina: imagina que protagonizas 'Regreso al futuro IV, camino a lo quinqui'.
En lugar de usar un Delorean para viajar a los años cincuenta de Estados Unidos, tunea un Seat 124, pon un casete de Bordón 4 a todo volumen y acelera hasta aparecer en un descampado de La Mina a principios de los ochenta. Quizá no veas nada en un primer momento, pero he aquí algunos datos que aparecían en la prensa de entonces: la delincuencia aumentó un 106% entre 1976 y 1982 (el 88% en barrios como este, que absorbió hasta 15.000 nuevos vecinos provenientes de varios poblados de chabolas), en 1984 había 80.000 heroinómanos en España, de los que 30.000 vívían en Barcelona (esto es, un 1% de la población la consumía), y un 26% de las muertes entre los jóvenes (de 15 a 29 años) estaban relacionados con esta adicción.
Seat Delorean
Ahora, en este descampado donde estás, una de esas fronteras geográficas y psicológicas con sus leyes propias, podrían aparecer algunos de los carismáticos y condenados protagonistas de un subgénero, genuinamente autóctono, pero conectado con el neorrealismo italiano, la tradición del pícaro o el blacksploitation: el cine quinqui. De hecho, al margen de usar tu Seat Delorean otra forma de visitar esa realidad es viendo sus películas. Esta semana, se ha hablado de ellas en una mesa redonda celebrada en el Auditori Barradas de L’Hospitalet, donde he participado junto a Juan Cruz y Alba Solà. Y la Academia del cinema català ha publicado un itinerario virtual para visitar sus localizaciones.
El encanto de este tipo de cine es imbatible. También es innegable su valor documental. Y cómo no apartaron la mirada de una realidad B en una España que se quería modélica en su transición democrática. Se suele debatir si esas películas visibilizaban las miserias de estos barrios o si, por el contrario, los estigmatizaban con unos relatos con brío y palmas y fotogenia (la mirada del otro, de quien no vive ahí) que alentaban a sus jóvenes a seguir ese camino.
Cuando José Antonio de La Loma quiso rodar en La Mina 'Perros callejeros', peli fundacional que acabarían viendo casi dos millones de personas en 1977, el barrio impidió que continuara el rodaje. Hay imágenes de jóvenes de La Mina que habían firmado un manifiesto titulado 'No somos perros callejeros'.
Y, aun así, este cine quizá romantizaba algunos aspectos, emparentando la rebeldía de clase con la conciencia política (al fin y al cabo los coches alunizaban en los escaparates al grito de “Viva la libertad”), pero también es cierto que mostraba una realidad que el relato institucional quería borrar. Eran películas de bandoleros, que como los quinquis también iban en cuadrilla, aunque actuaban en la Sierra y en caminos olvidados en lugar de en descampados y calles de extrarradio. Los llamados quinquis no escuchaban baladas de bandoleros míticos, sino preciosas rumbas que contaban, pero también explicaban, sus gestas. Y atracaban a señoras bien que salían de El Corte Inglés o a turistas alemanas con la cartera llena. Si tuviera que elegir una definición de lo quinqui, la podría dar Curro Jiménez, cuando en un capítulo de la famosa serie dice: “Mientras no terminen las causas injustas que hacen enloquecer a los hombres no cesará la violencia. Luego, ya se sabe, emprendes una huida que termina aniquilándote sin que ni una sola voz se pregunte el porqué de tu locura”.
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