Barceloneando
Las patatas más baratas e icónicas de Barcelona: el cono de 1 euro del Sultán
Este ‘fast food’ turco del Raval vende 150 kilos de patatas al día. Son cucuruchos ‘low cost’ que protagonizan vídeos virales, 'memes', camisetas y hasta tatuajes
Marchando un estofado de serpiente: dónde comer pitón en Barcelona
Ana Sánchez
Periodista
En vez de “¿cómo estás?”, a ella le preguntan “¿que has hecho qué?”. No sabe cocinar, pero sí tirar hachas. Si le haces una pregunta retórica, lo más probable es que la responda. Autora de ‘Barcelona increíble’ (Ediciones B).
“Es súper famoso”, farfulla un chico en la puerta con tono de exclusiva. Parece otro mini local más de comida rápida del Raval –“cocina turca para llevar”-, pero tiene 4,7 estrellas en las reseñas de Google (casi como el triestrellado Disfrutar). Se ha convertido en hervidero de ‘memes’ y vídeos virales. “No eres de Barcelona –dicen- si no has comido el cono de patatas de 1€ del Sultán”. Es un cucurucho ‘low cost’ que levanta pasiones de fan entre estudiantes y tiktokeros. Se hacen camisetas -“I love patatas un euro” - y hasta tatuajes con su mítico cono rojo a rebosar.
Aquí –jurarás tras dos horas de vaivén patatero- debe de ser donde la gente empezó a decir “pa-ta-ta" al sonreír en las fotos. Se venden 150 kilos al día: con una única freidora y dos manitas. Bocatas de Sultán (Joaquín Costa, 56). De este ‘fast food’ turco salen las patatas más baratas e icónicas de Barcelona. El euro incluye barra libre de mayonesa, kétchup y salsa picante (hay dispensadores XXL a pie de mostrador). “Todo el mundo está soñando con su novia –se ríe Sultán-, yo con patatas, dormido y despierto”.
El Sultán de las patatas se llama Davood Tiri. “David -se presenta él-, más fácil”. Este año cumple 60. Lleva 24 en Barcelona. Es de Irán. “Mira qué mala suerte tengo, me denegaron la nacionalidad dos veces”, lamenta. “Yo no salgo de aquí, no tengo tiempo –sonríe con resignación-, no sé cuántos ríos hay en España".
En la Barcelona de los chefs estrella, aquí triunfan las patatas congeladas. ¿El secreto? “Llevan 15 especias diferentes”, responde Davood. “Me costó dos o tres años conseguir este sabor”. Hasta le han ofrecido dinero, asegura, por desvelar los ingredientes de su mezcla. “Pero no, es mía”, menea la cabeza. “Nadie sabe qué llevan”, promete con el mismo secretismo que si fuera la fórmula de la Coca-Cola.
14 años en el Raval
Hay veces, dice, que hay 15 personas esperando ya en la puerta cuando abre a las 12. “Aquí no puedes estar parado”, promete. El local no se queda vacío más de un minuto seguido. En menos de dos horas ya ha vaciado en la freidora una docena de bolsas congeladas. 30 kilos de patatas. Aún le quedan 9 horas tras el mostrador. Cierra a las 11 de la noche, dice sin resoplar.
Davood lleva 14 años a pie de freidora en el Raval. “Entré aquí para 2 meses”, recuerda. “En Barcelona hay un rey de la gamba –se le ocurrió-, ¿cómo puede tener la gamba rey y la patata no?”. Y de la noche a la mañana, se convirtió en Sultán. “El rey de reyes de las patatas fritas”, lo llaman. “Ahora todo el mundo ha olvidado mi nombre”, se ríe.
“¡Sultán, maestro!”, se asoma un chico al mostrador. “Cómo te queremos, Sultán”. A Davood se le empañan los ojos al ir a buscarle las patatas. “Este cariño de la gente me…”. Durante la entrevista se emociona más que Bayona en toda la ceremonia de los Goya. “Disfruto con el cariño de esta juventud”.
El cariño de la gente, dice, no le deja subir los precios. “Yo un día estaba en Urgencias por tonterías, puse una foto en Instagram y te juro que recibí 100 mensajes. ‘¿Qué te ha pasado?', ‘Sultán, ¿dónde estás?’. Este cariño, me…”, le vuelve a asomar una lagrimilla. Hay familias –añade- que vienen con tres hijos y no tienen 3 euros para comprar conos para todos. Le piden un cucurucho y servilletas para compartir. “Hay cosas que uno ve y duelen”, dice. “A alguno puedo regalar, pero tampoco puedo a diario. No es una ONG”.
Viene mucho estudiante y ‘skater’, currantes, tiktokeros y turistas. Le envían mensajes “de Mallorca, de Alemania, de Bélgica, de todos los lados”, asegura. ¿Qué le dicen? “Que extrañan las patatas. Que por qué no abro en otro lado”, sonríe. Ya lo intentó. “Hace tres años, abrí uno en Madrid –cuenta-, pero como no he estado yo mismo encima, no sale igual. Tienes que estar encima de esto”. El secreto, dice, es ponerle ganas.
“¿Usted?”, el Sultán va preguntando a los clientes de la cola. “Queríamos tres patatas”, dice una chica. “Dos patatas más”, añade una señora. Clin, clin, clin. Sultán se va ganando el sueldo a base de monedas de 1 euro. Gana 1.300, confiesa abiertamente. "Es igual que la droga -garantiza-: si comes, repites". A la mayonesa y al kétchup comunal también le pone su “toque”, dice. Reparte gratis 30 litros de mayonesa al día -calcula-, 20 de kétchup, 5 de salsa picante.
“Por esas patatas –prometen las reseñas de Google- voy adonde sea”. ¿Que qué tienen? “Algo especial”, responde un estudiante con tono de fan. “Se comen demasiado bien”. “Tienen cariño”, apunta Davood. Es lo único que le sacarás de su mezcla de especias, no insistas. “Tú ya no perdonas las patatas –le dice a una clienta habitual-, vienes cada día”. Y al fin te explica el porqué de la adicción generalizada. “Sin ganas –resume el Sultán- nunca te sale rico”.
Hay hasta una cuenta en Instagram de los “Amores de Sultán”, se autodefinen, con sus mejores 'memes'. Le han hecho muchas, muchas camisetas, ilustraciones, hasta una chica apareció un día con un chándal clon de sus conos de patatas fritas. El justiciero viral del Raval -el artista callejero Suckss- le tuneó los cucuruchos.
Ahora hay una promo de tatuajes de Raval Station (pasaje de Sant Bernat, 1-3-5). “Patatoo”, los han rebautizado. Compras patatas en el Sultán, subes una ‘storie’, los etiquetas y tienes un 30% de descuento en tatuajes (con o sin patatas). Y sí, han hecho unas cuantas patatas en su tinta, descubre Saúl Sáenz (@saulsaenzink), el propietario del estudio. “No te puedes imaginar lo que la gente se tatúa: una patata, un bote de kétchup…”. Los guiris se llevan grabados para siempre el ‘panot’ de Barcelona, la Sagrada Família, hasta patas de jamón.
“La vida es hermosa, pero no conmigo”. Sultán lo dice sonriendo. Y te va relatando los dramas que se esconden tras su sonrisa de pa-ta-ta. “Me amenazaron con balas, con cuchillo –lo cuenta con obviedad-. Me han pasado muchas cosas. Pero ¿qué puedo hacer? -se encoge de hombros-. Aguantar, luchar, y llegar hasta donde llegue uno”.
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