Conde del asalto
Espera al Cipotegato
Podríamos analizar la historia de los últimos siglos a través de este arlequín colorido
Miqui Otero
Escritor
Uno nunca sabe cuándo va a llegar ese instante que sintetice y salve su agosto. Arrastro las maletas por los pasillos del hotel del último día de vacaciones. Pulso el botón del ascensor. Se abren las puertas correderas. Leo en una de las paredes: “Este año no puede ser”. Asiento con la cabeza. Al fin y al cabo, y como el resto de pasado reciente, no han sido unas vacaciones plenas. El mensaje, sin embargo, sigue: “Pero recuerda, ya falta menos para vestirnos de blanco y azul, y ver a nuestro Cipotegato”. Estoy en shock, pero el mensaje aún esconde un ribete motivacional: “¡NO TE RINDAS!”.
Aún no me he echado al coleto el primer café, pero no es un sueño. Cabe aclarar que el ascensor no está en Estocolmo, ni en Barcelona, ni en Galicia, ni en Narnia, ni en una película de porno blando, sino en Tarazona. En concreto, en el hotel Brujas de Irués. Antes se llamaba Las Brujas de Bécquer, porque el poeta pasó mucho tiempo por la zona y su logotipo, dos cabezas de bruja espantadas y con la melena al viento, me impactaba de pequeño. Este, de hecho, fue el primer hotel en el que dormí.
¿Qué tiene que ver el poeta de las rimas y leyendas que no entendíamos en años escolares con la idea de un ente llamado Cipotegato? ¿Acaso podríamos adaptar uno de sus poemas? Del salón en el ángulo oscuro, de su dueña tal vez olvidado, silencioso y cubierto de polvo…. Veíase el Cipotegato.
La etiqueta del ascensor incluye el resto de mensajes habituales en los últimos tiempos: viajar solo, evitar tocar espejos y pasamanos, no frotarse nariz y boca, lavarse las manos, pulsar el botón con una llave. Algunos han quedado desfasados, pero ahí siguen, como seguimos nosotros en este mundo raro.
Linchamientos tomatiles
Todo esto pienso mientras arrastro las maletas hacia la ventolera de la terraza de este legendario hotel de carretera para desayunar. Entonces abro Google para saber que el Cipotegato es el personaje protagonista de las fiestas de esta localidad. Un arlequín colorido que, el día grande, realiza a pie un trayecto por el pueblo mientras los lugareños le tiran de todo, especialmente tomates (que, por cierto, están bien ricos por aquí).
La tradición se remonta siglos atrás, cuando tenía un espíritu religioso: el Cipotegato servía para ahuyentar a los niños de las procesiones más solemnes. Más adelante, adquirió otro tono, más popular. Durante el franquismo, el trayecto del Cipotegato era tranquilo: las autoridades fascistas imponían el orden y no permitían grandes linchamientos tomatiles. Aun así, se dice que los más pequeños no se resistían a liarla un poco. Aún se recuerda el año 1974, con el dictador en las últimas: por lo visto ese año se armó una fenomenal y recibió tomatazos hasta la policía.
Podríamos analizar la historia de los últimos siglos a través del Cipotegato. Sobre todo porque, como he visto en el ascensor, este año tampoco le hemos visto ni se ha dado su baño de masas y de hortalizas.
Mensaje universal
Todos somos el Cipotegato, aguantando tomatazos y riendo. Y todos somos los que esperan al Cipotegato, desfogándose en compañía de los nuestros, liberándonos en cada fiesta. Todos, además, tenemos nuestro Cipotegato, así que el mensaje en este ascensor es universal. El Cipotegato puede ser celebrar el cumpleaños dentro de un bar, abrazar sin temor alguno a nuestros mayores, quemar las mascarillas como si fueran sujetadores en los setenta. Celebrar la vida y agradecer la existencia de todo lo que significa y nos explica el Cipotegato.
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